Lejos de ser un centro de análisis aislado, el Observatorio de Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (OBSSAN) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) se ha consolidado durante dos décadas como un puente vital entre el saber académico y el territorial. Por medio de proyectos que vinculan a las comunidades, las autoridades y la academia, ha impactado en la toma de decisiones territoriales, en políticas públicas y estrategias nacionales e internacionales, y en el fortalecimiento de la soberanía y seguridad alimentaria.
Establecido en 2005 con la misión de fomentar el diálogo de
saberes y posicionar este tema en el debate público nacional, diagnosticar sus
problemas e impulsar soluciones efectivas basadas en la extensión,
investigación y cooperación –ejes centrales de la UNAL–, el OBSSAN nació del
trabajo directo con comunidades, vinculado desde el inicio a la construcción de
justicia alimentaria y a la defensa de la autonomía de los territorios.
Dicho ejercicio de diálogo de saberes entre el conocimiento
ancestral y comunitario y el rigor investigativo universitario fue el fermento
que dio vida al primer grupo de investigación y luego a la Maestría en
Soberanía y Seguridad Alimentaria, que también cumple una década.
Para la profesora Sara Eloísa del Castillo Matamoros, de la
Facultad de Medicina, una de las fundadoras del OBSSAN, “el Observatorio es la
cristalización de una metodología que interpela las formas tradicionales de
producir conocimiento. Con más de 80 producciones académicas entre tesis y
publicaciones, la Maestría en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional
le dice al país que hay otra manera de pensar lo alimentario, posicionando la
visión del alimento como un bien común y una apuesta política colectiva”.
Políticas públicas con sello territorial
El impacto más tangible del Observatorio ha sido su
capacidad para incidir en políticas públicas desde y para los territorios. Su
trabajo ha llegado a casi todos los departamentos de Colombia con el claro
objetivo de acompañar la formulación de políticas de la mano de las comunidades
organizadas afrodescendientes, indígenas, raizales, campesinas y de mujeres de
diversas dinámicas territoriales, siempre defendiendo el respeto por los
alimentos ancestrales y la consecución del derecho a la alimentación.
En Casanare, un territorio fuertemente impactado por la
minería, el OBSSAN apoyó la construcción de una política pública de soberanía
alimentaria que pervive y es defendida incluso por la institucionalidad local,
demostrando que sí es posible plantear alternativas de desarrollo frente a
modelos depredadores y extractivistas.
En Tumaco (Nariño), su trabajo se materializó en el Plan
Alimentario Indígena y Afro (Paniat), que logró unir a las comunidades que
históricamente habían estado en oposición para crear una alianza que dio vida
al Programa Alimentario y Nutricional Indígena y Afro, una política premiada
por la Gobernación de Nariño y que, aunque cumplió su ciclo inicial, hoy se
mantiene en un proceso de reformulación para volver a ser un referente nacional
de política étnica con enfoque alimentario.
En Bogotá, el Observatorio es el autor intelectual de la
política pública “Ciudades alimentarias hacia la seguridad y soberanía
alimentaria Bogotá 2019-2031”, una estrategia para superar la malnutrición y la
inseguridad alimentaria fortaleciendo la producción local y regional, mejorando
la distribución, reduciendo pérdidas y promoviendo el consumo saludable, con
foco en la sostenibilidad y la participación ciudadana.
“Dicha iniciativa ha trascendido 3 administraciones
distritales, lo que evidencia la capacidad del Observatorio para diseñar
instrumentos de largo alcance que promueven la soberanía alimentaria en las
visiones de planeación urbana”, destaca la profesora Del Castillo.
A esto se suma el proyecto de “Escuelas de líderes gestores
en soberanía y seguridad alimentaria y nutricional”, un espacio creado para
sentir, conversar y gestar el territorio, la comida y la vida. “Se trata de una
apuesta metodológica y política para construir saberes y gestionar alrededor
del alimento, para lo cual es indispensable la unión entre comunidad,
autoridades locales y academia”, señala Alejandra Álvarez Alvear, magíster en
Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional.
A la par, el proyecto “Cocineritos y cocineritas
ancestrales” se consolidó desde 2018 como una estrategia pedagógica para
entender la memoria alimentaria de las comunidades de Sopó y Sibaté
(Cundinamarca), Tumaco y Guachucal (Nariño), Silvia (Cauca) y Bolivia. “Este
proceso se fundamenta en la generación de procesos comunicativos desarrollados
por asociaciones comunitarias para fomentar espacios de formación y apropiación
del territorio”, destaca la magíster Álvarez.
Los territorios: el alma y la razón de ser
“El Observatorio no existiría ni la Maestría tendría un
sujeto ni un escenario de trabajo si no fuera por los territorios. Estamos
proponiendo la territorialización de los procesos de investigación, lo que se
traduce en formación e interacción con el territorio y con las comunidades”,
manifiesta la profesora Del Castillo.
Tal principio se ha refinado durante 20 años para
convertirse en una innovadora apuesta metodológica que fomenta la
territorialización de los procesos de investigación, formación e interacción
social. Esto significa que el conocimiento no se extrae para ser analizado
desde la distancia, sino que se produce, se valida y se aplica en conjunto con
las comunidades, en un ejercicio horizontal que fortalece a la academia y al
tejido social local.
La profesora Del Castillo destaca que, “uno de sus mayores
aportes es demostrar que la Universidad puede salir de sus muros para
co-construir en espacios en donde las políticas públicas se nutren de la
sabiduría comunitaria, y en donde la soberanía alimentaria deja de ser un
concepto para convertirse en una práctica concreta de justicia, autonomía y
defensa de la vida y territorio”.
“Habrá Observatorio para varios años más, no es solo un deseo, sino una necesidad para que Colombia siga tejiendo, desde sus territorios más diversos y resilientes, un futuro alimentario verdaderamente soberano y justo para todos y todas”, concluye la académica.






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