Hablar de geodiversidad, y no solo de biodiversidad, implicaría una protección más integral de la naturaleza, nuevos retos para la ciencia, las políticas públicas, las leyes y la conservación del patrimonio natural. Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo por km2 gracias a su diversidad geológica, que va desde suelos áridos hasta casquetes de hielo, montañas, rocas y aguas, tan amenazadas por la actividad humana como los animales y las plantas.
Colombia es el único país de Sudamérica que tiene costas en
los dos océanos, Atlántico y Pacífico, con distintos niveles de salinidad,
temperatura y densidad. Además tiene selvas húmedas, zonas pantanosas y nieves
perpetuas.
“La variedad fisiográfica y geológica hace que todas las
formas de vida, plantas y animales también se manifiesten de distintas
maneras”, explicó el profesor Sergio Andrés Restrepo Moreno, geólogo adscrito
al Departamento de Geociencias y Medio Ambiente de la Facultad de Minas de la
Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín, durante su participación
en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP16) que se
adelanta en Cali.
Partiendo de una idea reciente entre los científicos –uno de
los primeros artículos sobre el tema data de 2020–, el profesor Restrepo
planteó que el término “geodiversidad” sería mucho más amplio y completo que el
de “biodiversidad”, una idea que incidiría no solo en el discurso sino también
en la investigación y en las políticas públicas para la conservación.
“Pensemos en las más de 26.000 especies de grillos descritas
hasta la fecha. Sus diferencias dependen del contexto geológico en el que
viven: temperatura, tipo de suelo o disponibilidad hídrica, entre otros
factores, lo que nos demuestra que, en esencia, los procesos geológicos son los
que garantizan la supervivencia y el funcionamiento de los ecosistemas”,
precisó.
Geodiversidad amenazada
Colombia tiene tres puntos críticos, o hotspots ecológicos:
los Andes tropicales, el Caribe y el Tumbes-Chocó-Magdalena, es decir tres
zonas megadiversas fuertemente amenazadas por las actividades humanas.
“Existen formas muy crueles de explotar la naturaleza,
proyectos empresariales legales, pero no siempre legítimos, que sacan maderas
finas, carbón, petróleo, oro y cobre que soportarán la transición energética.
Por eso es pertinente plantear: ¿debemos hablar del cuidado de la geodiversidad
más que del de la biodiversidad?”, agregó.
En el concepto “geo” se inscribe un mundo más amplio: la
diversidad biológica, cultural, climática, hidrológica y topográfica. “Este
cambio de términos modificaría las agendas de estudio, plantearía nuevos retos
para las ciencias de la Tierra y del medioambiente, abriría nuevas prácticas de
laboratorio y nuevas discusiones en torno al patrimonio geológico y la
conservación de elementos como minerales, suelos y paisajes”.
La vida cambia porque la Tierra cambia
El profesor Restrepo, quien ha estudiado algunos de los
períodos más prematuros de la Tierra, explica que “hoy se están interrumpiendo
ciclos naturales que han permitido ‘evolucionar’, es decir pasar de organismos
unicelulares como los del Precámbrico a otros más complejos como los del
Paleozoico”.
“Pensemos en las cinco extinciones en masa que ha habido. La Tierra se ha creado y regulado a sí misma durante millones de años. No obstante, la sexta extinción (la actual) es muy distinta en cuanto a velocidad, y sería la primera ocasionada por una especie consciente”.
Según investigaciones lideradas por el profesor Restrepo,
hace millones de años algunas zonas de Antioquia presentaban tasas de 0,1 a
0,02 mm de erosión por año (mm/año), mientras que hoy solo la actividad
agrícola ocasiona tasas promedio de 10 a 100 mm/año, cuando la formación de
suelo ocurre a cerca de 0,1 mm/año.
Un caso de estudio: la Sierra Nevada de Santa Marta
Actualmente el profesor Restrepo y dos estudiantes –uno de
maestría y otro de doctorado– estudian la relación entre biodiversidad,
geodiversidad y diversidad cultural en la Sierra Nevada de Santa Marta, el
sistema de montaña costera más alto del mundo, con climas y geoformas diversas
que han permitido el asentamiento de cuatro grupos indígenas: kogui, arhuaco,
wiwa y kankuamos.
“Confirmar, como lo han hecho otros autores, que todo está
interconectado, nos permitirá diseñar estrategias de conservación más
efectivas. No debemos hablar solo de animales y plantas, sino también de
culturas y elementos abióticos o ‘inertes’ como el suelo, máxime cuando en
zonas como la Sierra se prevén grandes proyectos mineros para la extracción de
cobre. Es un hecho histórico que la COP16 esté aquí, pues como país tenemos
toda la autoridad y la evidencia para plantear discusiones como esta”, concluye
el docente.
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