En Nariño, con semillas ancestrales afrontan retos del clima
En Cumbal, el Centro de Conservación de Cultivos Andinos
Nativos (CANA) cuenta con una colección de 245 variedades entre raíces,
tubérculos, granos y frutales. Desde allí, con el aporte de los custodios de
semillas, se protege la diversidad agrícola y se estudian alternativas
nutricionales para Colombia en el contexto del cambio climático.
En las faldas del volcán Cumbal, uno de los más altos del
país (3.050 msnm), donde se erige el municipio del mismo nombre, una red de
intercambio de semillas ha permitido que se consolide la agrobiodiversidad en
torno al cultivo de productos tradicionales como papa nativa, oca, olluco,
majua, maíz, quinua, chocho, fríjol y frutales andinos.
Allí, al suroccidente de Nariño, habitan los custodios de
semillas, encargados de guardar las mejores simientes para las próximas
siembras e incluso compartirlas con otros agricultores.
Hasta esa región llegó el grupo de investigación en Recursos
Fitogenéticos Neotropicales de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.) Sede
Palmira, interesado en indagar acerca del potencial genético de la
biodiversidad agrícola nativa y del papel que han jugado los custodios de
semillas en su conservación.
En 2007, gracias a una alianza entre la U.N. Sede Palmira,
la Organización Indígena para la Investigación Tierra y Vida (ORII), y los
resguardos de la zona, se creó el CANA, con recursos de la U.N.
Su coordinadora, Deisy Rosero Alpala, afirma que “empezamos
con 58 variedades de raíces y tubérculos, 32 de granos y ocho de frutales. A
medida que fuimos trabajando e intercambiando semillas con los custodios la
colección llegó a 245 variedades, que ahora están cultivadas en un área que
alcanza ya la media hectárea de extensión”.
Uno de los primeros trabajos de investigación adelantados
fue el de María Gladis Rosero Alpala, magíster en Ciencias Agrarias de la U.N.
Sede Palmira, quien identificó 18 variedades del tubérculo oca cultivadas por
comunidades indígenas en ocho municipios de Nariño. Según dice, los diferentes
pigmentos en la pulpa de los tubérculos analizados representan un indicador de
potencial nutricional.
La magíster destaca que una de las apuestas del CANA es
preservar los cultivos para garantizar la seguridad alimentaria de los
pobladores de la región. “La idea es que las personas puedan decidir qué comer
y de qué manera. Sus cultivos ancestrales les aseguran alimentación constante,
a diferencia de la agricultura convencional, en la que dependen de factores
como la demanda del mercado o el ataque de las plagas”.
El CANA se diferencia de experiencias similares en tres
aspectos: el papel participativo de la comunidad, el trabajo realizado en el
territorio, y el estudio de parientes silvestres de los cultivos (aquellos que
crecen libremente).
La U.N. Sede Palmira publicó una cartilla en la que reúne
todos los cultivos, con la caracterización y descripción de la colección de
papa, oca, olluco, majua, maíz, quinua, chocho, fríjol y frutales andinos.
Versatilidad y resistencia
Según explica la coordinadora Rosero, la dependencia de un
cultivo a compuestos químicos, para resistir condiciones ambientales y plagas,
limita su capacidad genética de adaptarse a factores externos, que cada día
resultan más irregulares por el cambio climático.
“Los custodios nos piden que no ‘malacostumbremos’ las
semillas. Nosotros consideramos que en este material genético, que ha sido
domesticado en menor grado, se encuentran respuestas para adaptarnos al cambio
climático”, asegura.
Para las investigadoras, cultivos ancestrales en sistemas de
producción autóctonos como las chagras, con varios tipos de plantas asociadas
entre sí, permiten un mejor aprovechamiento del agua, generan ambientes de
humedad y son más resistentes a las heladas o a las plagas. “Algunas especies de
papa nativa con tallos oscuros, púrpuras o morados son tolerantes a la polilla
guatemalteca, una plaga cuya proliferación ha venido aumentando de la mano con
el incremento de la temperatura”, explica la magíster Rosero.
El Instituto Colombiano Agropecuario advierte que el cambio
climático ha generado el crecimiento de poblaciones de plagas como ácaros –que
afectan los cultivos de cítricos– mota blanca –en perjuicio de la guayaba– y
mosca blanca de espiral, que ocasiona pérdidas en los cultivos de plátano.
Por otro lado, la Organización de las Naciones Unidas para
la Alimentación y la Agricultura (FAO) calcula que el 75 % de la
diversidad agrícola mundial se perdió en el siglo XX, por lo que advierte que
la diversidad genética descubierta y por descubrir es necesaria para combatir
el riesgo de inseguridad alimentaria originado en las condiciones del cambio
climático.
En esa línea, las expertas sostienen que, por ejemplo, la
especie de papa silvestre que se conserva no tiene problema alguno con la gota
o tizón tardío, enfermedad que más afecta al cultivo en todo el mundo.
Fuente: http://agenciadenoticias.unal.edu.co/