sábado, 2 de junio de 2018

En Nariño, con semillas ancestrales afrontan retos del clima


En Nariño, con semillas ancestrales afrontan retos del clima




En Cumbal, el Centro de Conservación de Cultivos Andinos Nativos (CANA) cuenta con una colección de 245 variedades entre raíces, tubérculos, granos y frutales. Desde allí, con el aporte de los custodios de semillas, se protege la diversidad agrícola y se estudian alternativas nutricionales para Colombia en el contexto del cambio climático.

En las faldas del volcán Cumbal, uno de los más altos del país (3.050 msnm), donde se erige el municipio del mismo nombre, una red de intercambio de semillas ha permitido que se consolide la agrobiodiversidad en torno al cultivo de productos tradicionales como papa nativa, oca, olluco, majua, maíz, quinua, chocho, fríjol y frutales andinos.

Allí, al suroccidente de Nariño, habitan los custodios de semillas, encargados de guardar las mejores simientes para las próximas siembras e incluso compartirlas con otros agricultores.
Hasta esa región llegó el grupo de investigación en Recursos Fitogenéticos Neotropicales de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.) Sede Palmira, interesado en indagar acerca del potencial genético de la biodiversidad agrícola nativa y del papel que han jugado los custodios de semillas en su conservación.
En 2007, gracias a una alianza entre la U.N. Sede Palmira, la Organización Indígena para la Investigación Tierra y Vida (ORII), y los resguardos de la zona, se creó el CANA, con recursos de la U.N.
Su coordinadora, Deisy Rosero Alpala, afirma que “empezamos con 58 variedades de raíces y tubérculos, 32 de granos y ocho de frutales. A medida que fuimos trabajando e intercambiando semillas con los custodios la colección llegó a 245 variedades, que ahora están cultivadas en un área que alcanza ya la media hectárea de extensión”.

Uno de los primeros trabajos de investigación adelantados fue el de María Gladis Rosero Alpala, magíster en Ciencias Agrarias de la U.N. Sede Palmira, quien identificó 18 variedades del tubérculo oca cultivadas por comunidades indígenas en ocho municipios de Nariño. Según dice, los diferentes pigmentos en la pulpa de los tubérculos analizados representan un indicador de potencial nutricional.
La magíster destaca que una de las apuestas del CANA es preservar los cultivos para garantizar la seguridad alimentaria de los pobladores de la región. “La idea es que las personas puedan decidir qué comer y de qué manera. Sus cultivos ancestrales les aseguran alimentación constante, a diferencia de la agricultura convencional, en la que dependen de factores como la demanda del mercado o el ataque de las plagas”.
El CANA se diferencia de experiencias similares en tres aspectos: el papel participativo de la comunidad, el trabajo realizado en el territorio, y el estudio de parientes silvestres de los cultivos (aquellos que crecen libremente).

La U.N. Sede Palmira publicó una cartilla en la que reúne todos los cultivos, con la caracterización y descripción de la colección de papa, oca, olluco, majua, maíz, quinua, chocho, fríjol y frutales andinos.

Versatilidad y resistencia

Según explica la coordinadora Rosero, la dependencia de un cultivo a compuestos químicos, para resistir condiciones ambientales y plagas, limita su capacidad genética de adaptarse a factores externos, que cada día resultan más irregulares por el cambio climático.
“Los custodios nos piden que no ‘malacostumbremos’ las semillas. Nosotros consideramos que en este material genético, que ha sido domesticado en menor grado, se encuentran respuestas para adaptarnos al cambio climático”, asegura.
Para las investigadoras, cultivos ancestrales en sistemas de producción autóctonos como las chagras, con varios tipos de plantas asociadas entre sí, permiten un mejor aprovechamiento del agua, generan ambientes de humedad y son más resistentes a las heladas o a las plagas. “Algunas especies de papa nativa con tallos oscuros, púrpuras o morados son tolerantes a la polilla guatemalteca, una plaga cuya proliferación ha venido aumentando de la mano con el incremento de la temperatura”, explica la magíster Rosero.

El Instituto Colombiano Agropecuario advierte que el cambio climático ha generado el crecimiento de poblaciones de plagas como ácaros –que afectan los cultivos de cítricos– mota blanca –en perjuicio de la guayaba– y mosca blanca de espiral, que ocasiona pérdidas en los cultivos de plátano.
Por otro lado, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) calcula que el 75 % de la diversidad agrícola mundial se perdió en el siglo XX, por lo que advierte que la diversidad genética descubierta y por descubrir es necesaria para combatir el riesgo de inseguridad alimentaria originado en las condiciones del cambio climático.

En esa línea, las expertas sostienen que, por ejemplo, la especie de papa silvestre que se conserva no tiene problema alguno con la gota o tizón tardío, enfermedad que más afecta al cultivo en todo el mundo.

Fuente: http://agenciadenoticias.unal.edu.co/