La implementación de pastos de baja calidad para alimentar el ganado en las sabanas de la Orinoquia está ocasionando que el suelo deje de capturar carbono y se libere en altas cantidades a la atmósfera. Un estudio de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) estima que debido a la degradación de estos ecosistemas, en los próximos años se podrían emitir al atmósfera cerca de 700 kilogramos de carbono por hectárea al año. Se requieren acciones de mitigación urgentes.
El ingeniero químico Rafael Andrés Bedoya Agudelo, magíster
en Ingeniería Ambiental de la UNAL, explica que “Las pasturas se degradan con
el tiempo lo que disminuye la productividad del suelo, haciendo que sea
necesario más cantidad de suelo para suplir la demanda
alimenticia de las vacas".
La Orinoquia colombiana abarca el 30 % del territorio
nacional y se caracteriza por estar compuesta en un 75 % por sabanas; sin
embargo, la transformación en el uso del suelo para la siembra de arroz y palma
de aceite, entre otros cultivos, y para la ganadería, repercute en sus
características. De hecho, la actividad ganadera abarca el 34 % del uso
del suelo en la región.
Es este contexto, la investigación del ingeniero Bedoya reveló que los
pastos de baja de calidad que se cultivan en la sabana nativa están alterando
el ecosistema, lo que provoca un escenario de mayor emisión de carbono a la
atmósfera, indicador relevante para medir el impacto del cambio climático.
Para su trabajo aplicó el modelo biogeoquímico DNDC (DeNitrification-DeComposition), que predice la producción de los cultivos, el régimen de humedad, la dinámica del carbono y la pérdida de nitrógeno, así como las emisiones de gases procedentes de agroecosistemas, como metano y dióxido de carbono.
Así, mediante datos meteorológicos evidenció cómo venía
funcionando el flujo de carbono en los Llanos Orientales desde 1900 y los
cultivos transitorios (por ejemplo soya o maíz), así como los cambios que ha
tenido el suelo de la región.
“Con la estimación de flujo y acumulación se puede analizar
la historia del carbono de las sabanas, lo que permite mejorar el conocimiento
de los ecosistemas y su vocación de uso”, explica el investigador.
A través de esta simulación establece cuántas hectáreas se
requieren para suplir las necesidades nutricionales de una vaca, usando pastos
de la mejor calidad: 2,6 hectáreas por vaca, con una emisión de carbono de 721
kilogramos por hectárea anuales.
“En la región se utilizan pasturas degradadas, es decir que
ya no son tan productivas, por lo cual posiblemente se necesitaría el doble de
hectáreas y se tendría el doble de emisión”, explica.
Cambios en el uso del suelo
Para evidenciar la transformación de las sabanas
orinoquenses a través del flujo y la acumulación de carbono, en la
investigación se utilizaron por primera vez datos meteorológicos, además de
registros del uso de la tierra entre 1900 y 2017.
Así, se encontró que en 1934 se introdujo el uso de
pasturas, o sea de plantas forrajeras, con las que se alimenta el ganado. “Los
colonos realizaron esta acción a través de la quema de los suelos nativos”,
indica el ingeniero.
Otro hallazgo es que entre 1934 y 1980 la sabana nativa se
convirtió en una pastura, utilizada principalmente para la ganadería.
“En 1980 se regenera una sabana de segunda generación en la
Finca Experimental Taluma; sin embargo, en gran parte de la Orinoquia
encontramos agricultura mecanizada donde hay monocultivos y no hay rotación de
estos”, amplía.
En sus resultados muestra que la sabana nativa –que data de
1900– era relativamente eficiente con una captura de carbono de 4 toneladas al
año.
“Pero la sabana de segunda generación, posterior a la
pastura degradada, tiene mejor captura de carbono, con cerca de 6,5 toneladas
al año, lo que indica que es necesario regenerar la sabana. Uno de los mayores
problemas fue que esta dejó de capturar carbono por más de 30 años”.
El modelo mostró que en 35 años de la sabana nativa hubo un
acumulado de 75 toneladas de carbono por hectárea, lo que implica una
acumulación de 2,14 hectáreas de carbono al año, pero con la llegada de las
pasturas se estaban perdiendo 0,22 toneladas al año por hectárea, una situación
que cambia con las sabanas de segunda generación, en las que se empiezan a
acumular 2,5 toneladas por hectárea al año.
“No solo aumenta la tasa de acumulación, sino que también se
incrementa el equilibrio del ecosistema”.
Alternativas para conservar la región
El investigador es enfático en señalar que la forma en que
se realiza ganadería en la región no solo es insostenible para el ambiente sino
también para la economía. Por eso asegura que es necesario pensar en nuevas
formas y prácticas que puedan conservar las sabanas de la Orinoquia, teniendo
en cuenta que tienen beneficios ecosistémicos que aportarían a las metas de
restauración ambiental.
“Es necesario optimizar el suelo con agricultura de
conservación, rotación de cultivos, corredores ecológicos, y sobre todo
proteger las comunidades indígenas”, concluye el magíster.