jueves, 25 de abril de 2024

Bore, arcilla y carbón activado, materia prima de filtro purificador de agua

 
El filtro tiene forma de vasija o maceta con poros, a través de los cuales se filtra el agua con impurezas provenientes del suelo, la minería y la agricultura. El sistema se diseñó para solventar la necesidad que tienen al menos 20 integrantes de una comunidad indígena en la vereda Sipirra, en el municipio de Río Sucio (Caldas), cuyo acceso a una planta de tratamiento es limitado.

El almidón de bore tiene características únicas, con gránulos más pequeños que los de otros almidones como el de maíz, yuca y papa. Al aplicarse en agua, reduce el exceso de oxígeno en un 96 % y aclara la turbidez en un 97 %, conocida como agua oscura por la tierra o contaminación industrial.

La vasija se elaboró con la misma arcilla que la comunidad indígena utiliza en sus artesanías, pero más allá de darle forma al filtro, su uso radica en el alto potencial como adsorbente de metales pesados, por ejemplo.

“Esta pasó por un proceso meticuloso que incluyó secado al aire libre, limpieza de material orgánico, trituración a mano, tamizado, remojo, amasado y moldeado. El grosor de la vasija alcanzó los 2 cm, asegurando su robustez y eficiencia en el filtrado”, destaca la investigadora.

Con respecto al tercer protagonista de esta innovación, el carbón activado, la magíster anota que este se utilizó para potenciar el proceso de purificación. “Este material, que también tiene una alta capacidad para adsorber impurezas, se dispuso en una capa de 2 cm dentro de la vasija de arcilla”.

“El diseño del filtro incluyó un tanque plástico de 50 cm de altura y 25,5 cm de diámetro, con capacidad de 10 litros. La vasija de arcilla, con una boca de 26 cm de diámetro en la parte superior, una base de 18 cm y una profundidad de 23 cm, encajó perfectamente en el tanque de almacenamiento”, agrega.

Así funciona

Luego de determinar las dosis óptimas de coagulante y floculante mediante ensayos de jarras, se recolectó una muestra de 6 litros de agua en un frasco estéril y se mantuvo a 6 °C para preservar  su integridad. En la fase de filtración se aplicó una capa adicional de 2 cm de carbón activado dentro de la vasija de arcilla.

El agua recolectada se introdujo en la vasija, la operación se repitió en tres ocasiones para garantizar una filtración completa y eficaz. El líquido filtrado se almacenó en el tanque de plástico, listo para su consumo seguro.

Como parte del control de calidad, se tomaron muestras del agua filtrada para someterlas a pruebas fisicoquímicas y microbiológicas, asegurando su idoneidad para el consumo humano. “Este meticuloso proceso garantiza la obtención de agua potable de calidad, vital para el bienestar de la comunidad”, subraya la investigadora, quien forma parte de las comunidades indígenas del municipio Cañamomo y Lomaprieta, y con esta innovación busca retribuir sus conocimientos científicos en el territorio.

El poder clarificador del bore

Para obtener almidón de bore, la investigadora peló y lavó el tallo, luego los cortó en cubos que se licuaron en 3 ciclos de 20 segundos hasta desintegrarse por completo. La suspensión resultante pasó 3 veces por un filtro de 180 micrómetros para purificarla adecuadamente.

Después de decantarla durante 12 horas, se centrifugó a 5.000 revoluciones por minuto durante media hora, extrayendo el sobrenadante cada 15 minutos para eliminar impurezas. El material seco se puso 8 horas en un horno a 45 ºC y se tamizó hasta obtener un polvo homogéneo.

Se realizaron pruebas con diferentes concentraciones de sulfato de aluminio y almidón acetilado para encontrar las óptimas. Se midió la turbidez y el pH después de agitar y decantar. Se determinaron las dosis óptimas que se aplicaron 6 veces más antes de caracterizar el agua.






miércoles, 24 de abril de 2024

Agroecología, práctica campesina de resistencia latinoamericana

 Junto al Movimiento sin Tierra (Brasil) o el Programa Nacional de Transición Agroecológica y Patrimonio Biocultural (Oaxaca, México), Colombia cuenta con las Zonas de Reserva Campesina de Pradera, y entre ellas Tuluá (Valle del Cauca) y el resguardo indígena Kwet Wala (Pradera) son ejemplos de resistencia que realizan las comunidades indígenas y campesinas para asegurar la comida, ofreciendo propuestas basadas en los principios de la agroecología.

Tales experiencias se recogen en el libro El problema agrario en Colombia y propuestas de resistencia desde la agroecología latinoamericana, una de las novedades que presenta la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo) 2024.

La publicación, cuyos editores académicos son: Wilson Sánchez, estudiante del Doctorado en Agroecología de la Sede Palmira, y Álvaro Rivas, profesor de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Sede Bogotá, analiza con una postura crítica las dificultades agrarias del país, y destaca la resistencia y el papel de las comunidades campesinas.

Con su enfoque integral y su arraigo en los saberes y prácticas comunitarias, la agroecología se presenta en el libro como un modelo esperanzador para la preservación de la vida en el planeta, ya que garantiza la comida, la defensa y protección y el cuidado de la vida.

Precisamente desde tiempos inmemoriales la agroecología ha sido la piedra angular de la alimentación humana, una práctica arraigada en las comunidades rurales que ha garantizado no solo la subsistencia sino también la abundancia de comida para todo el planeta.

En contraste con este legado ancestral, “el sistema de producción de alimentos predominante en el mundo, que acumula más del 80 % de la mejor tierra en el planeta, produce entre el 15 y el 20 % de la comida, mientras que las comunidades campesinas rurales, que apenas cuentan con el 15 al 20 % de la tierra, son responsables del 80 al 90 % de la producción de comida en el mundo”, afirma el ingeniero agrónomo, Reinaldo Giraldo Díaz, doctor en Agroecología de la UNAL Sede Palmira, uno de los coautores del libro.

Este paradójico panorama revela una verdad incómoda y propone la agroecología como una alternativa capaz de producir la comida de la población mundial en armonía con la naturaleza y sin contribuir al calentamiento global ni a la degradación de los suelos, de donde proviene el 80 % de los alimentos.

Según el experto, “la agroecología ofrece una visión integral en la cual la comida es parte del tejido vital de la comunidad y del territorio”.


Desde una perspectiva que entrelaza historia, filosofía y saberes ancestrales, los autores invitan a “cuestionar las dicotomías impuestas por el sistema hegemónico de producción de alimentos y a reconectar el cuerpo con los ecos, las vibraciones y las resonancias del cosmos”, en medio de lo que denominan “descampesinización” o desaparición gradual del campesinado que se viene configurando en la sociedad, trayendo como consecuencia la pérdida de conocimientos tradicionales, la disminución de la producción agrícola y la desaparición de formas de vida comunitaria.

El problema agrario, más de 500 años sin resolver

En el trasfondo de los campos colombianos y la tenencia de la tierra se teje una historia que se remonta a los tiempos de la conquista y la colonización de América, hasta la mitología griega, una narrativa a la que acude el coautor Giraldo para explicar las profundas conexiones que por siglos ha existido entre el poder, la tierra y la resistencia, en la que figuras como Heracles y Gea representan la lucha entre el poder y el territorio.

La obra hace un análisis multidimensional del problema agrario, con las comunidades rurales como protagonistas de la defensa del territorio y la vida comunitaria. Desde la resistencia a los modelos dominantes –con la expansión del agronegocio, la minería y la pesca industrial– hasta la promoción de la agroecología como una alternativa vital, los autores brindan herramientas para enfrentar los desafíos contemporáneos y construir en “el aquí y ahora” formas de fluir con la vida.

Con miras al futuro de la agricultura en Colombia, este libro se presenta como una herramienta para las comunidades rurales, un testimonio de su sabiduría ancestral y una guía para la defensa de la vida en el planeta.

 








martes, 23 de abril de 2024

Urge cambio de mentalidad ante inminente crisis climática mundial

 “No basta con preocuparse, hay que generar una nueva cultura y hacer la transición hacia una economía sostenible para detener la sexta extinción masiva”, esta una de las principales consignas del libro ¿Cambio climático o crisis civilizatoria?, del Instituto de Estudios Ambientales (IDEA) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), presentado en la Feria del Libro de Bogotá (FILBo) 2024.

En las últimas tres décadas se ha acumulado evidencia irrefutable del impacto humano en la crisis climática. Desde el aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera hasta el ascenso del nivel del mar y la intensificación de eventos climáticos extremos como sequías, inundaciones y tormentas se han vuelto más frecuentes e intensos, y según los autores del libro “tienen huellas presentes de la actividad humana”.

El libro reúne 9 capítulos abordados por profesionales de diferentes disciplinas, entre ellas física, medioambiente, derecho y filosofía. Los autores plantean la idea de que “la civilización occidental nació con una mentalidad de explotación desenfrenada de los recursos naturales, una economía que ignora los límites del planeta y una cultura que desprecia el conocimiento ancestral”.

Los primeros capítulos de Cambio climático o crisis civilizatoria son un tributo in memoriam del legado del profesor y ambientalista Ernesto Guhl Nannetti, una figura destacada que dedicó su vida a la promoción del cuidado del medioambiente y el desarrollo sostenible. Además fue un promotor incansable de la Maestría en Medio Ambiente y Desarrollo del IDEA.

En los capítulos siguientes se cuestiona desde diferentes perspectivas la visión “antropocéntrica” que ha dominado la cultura occidental poniendo al ser humano como el centro del universo y con derecho a disponer de los recursos naturales a su parecer.

“En la mayoría de las religiones se cree que somos el centro; que el universo fue hecho para nosotros y que podemos gastarlo sin medida. Por otro lado, hemos llegado a creer en la ciencia y la tecnología como las ‘verdades reveladas’ y no tenemos en cuenta todo ese conocimiento ancestral,’ que viene de milenios; por eso estamos acabando con las esculturas ancestrales”, precisa el profesor Jairo Giraldo Gallo, del departamento de Física de la UNAL, editor de la obra.

Señala además que “la humanidad no solo está acabando con la naturaleza sino también con la cultura, y este es el tercer punto de la crisis de múltiples factores que destaca la obra”.

Por eso sostiene que “estamos ante una ‘policrisis’ que requiere una respuesta integral y urgente, y que además requiere un cambio de mentalidad sobre la idea de que los recursos son infinitos, pues es realmente insostenible”.

Durante la presentación del libro, los profesores de la UNAL: Gregorio Mesa Cuadros, de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, y Víctor Reyes Morris, de la Facultad de Ciencias Humanas, además de Carlos Eduardo Maldonado, de la Facultad de Medicina de la Universidad El Bosque, coincidieron en señalar la clara necesidad de una nueva economía, una economía ecológica que esté en armonía con la naturaleza y que reconozca los límites de los recursos del planeta.

Aunque individualmente no podemos hacer nada para frenar la crisis, el profesor Giraldo reitera que “la unión y la fuerza colectiva logran cambios de gran impacto”.

“Debemos apoyar los movimientos en defensa del medioambiente y darles orientación a los jóvenes sobre cuál es el verdadero problema; esto no se basa solo en consignas, hay que entender el dramatismo. Así podemos aportar a una posible solución”, puntualiza.

También trabajaron en la construcción de esta obra los profesores Clemente Forero Chaparro, Paula Andrea Arias, Germán Poveda, José Fernando Isaza Delgado y Ernesto Guhl.


 




lunes, 22 de abril de 2024

Más cemento y menos áreas verdes: así se configuran las áreas urbanas del Valle de Aburrá

 Mientras que entre 2016 y 2023 las áreas construidas dentro de las zonas urbanas se incrementaron –al pasar del 77,1 al 80,5 %–, los espacios destinados a pastos y árboles se redujeron: del 6,4 al 5,8 % y del 16,6 al 13,8 % respectivamente. Estos datos advierten sobre el riesgo de degradación de los ecosistemas urbanos y de la pérdida de beneficios sociales y ambientales que estos brindan.

La investigación, adelantada por expertos de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) y de la Universidad de Antioquia, proporciona evidencia de que mientras las áreas construidas están aumentando su cohesión, las áreas verdes su fragmentación. Analizar este fenómeno y tenerlo en cuenta es importante, ya que su ocurrencia ocasiona la pérdida de conectividad entre ecosistemas afectando negativamente la biodiversidad.

El profesor Javier Mancera Rodríguez, del Departamento de Ciencias Forestales de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Sede Medellín, explica que “por esta razón se vuelve más difícil que una especie pueda desplazarse en el territorio. Lo ideal sería tener áreas más compactas y de mayor tamaño y no unas más pequeñas y dispersas, que es lo que se observa entre 2016 y 2023”.

La fragmentación de áreas verdes abre la puerta a otras implicaciones como el cambio climático asociado con las islas de calor, que en el contexto local se presentan en el centro de la ciudad ante la cantidad de construcciones, cuyos materiales absorben y mantienen más el calor. Con la reducción de áreas verdes se pierden otros beneficios como la regulación climática y de escorrentía del agua.

También se encontraron diferencias en estos indicadores a lo largo de la zona urbana, las cuales pueden obedecer a factores socioeconómicos.

Los investigadores indican que “los sectores de mayores ingresos per cápita presentan más altos porcentajes de áreas verdes y menor densidad de construcción; al parecer, allí es donde tienen mayor efectividad las políticas públicas asociadas con la protección de las áreas verdes y hay mayor atención gubernamental y ciudadana”.

Para desarrollar el estudio se clasificaron pastos, árboles y áreas construidas, y el procesamiento de datos y análisis se realizó con softwares especializados y plataformas de sistemas de información geográfica y de procesamiento de imágenes en línea, usando inteligencia artificial, como Google Earth Engine.

Pastos, los grandes olvidados

Aunque en las políticas públicas y en el seguimiento a los ecosistemas los pastos son los grandes olvidados, ellos son indispensables en las fases iniciales del proceso de sucesión ecológica. La ingeniera ambiental Carolina Paniagua Villada, estudiante de la Maestría en Biología de la  Universidad de Antioquia, señala que “los vemos como rastrojo y maleza, pero en realidad ahí crece vegetación nativa que es muy útil para la fauna nativa”.

Al respecto, el profesor Jaime Andrés Garizábal Carmona, estudiante del Doctorado en Ecología de la UNAL Sede Medellín, agrega que “de hecho los rastrojos son la transición entre pastos y vegetación leñosa, y como no se regulan ni se les da valor, suelen ser aprovechados para la expansión urbana sin tener en cuenta que en ellos se alberga mayor diversidad en número de especies, sobre todo en fauna”.

El profesor Mancera agrega: “por estar más libres, esas zonas son las que se sacrifican más fácilmente la construir unidades residenciales, ya que es más fácil despejar el terrero sin importar el valor biológico que tienen. En las áreas con árboles las constructoras requieren de permisos”.

Para el investigador Garizábal, “la premisa de que Medellín es una ciudad verde se ha convertido en una ‘bandera política’ para decir que se están haciendo bien las cosas, que se están sembrando árboles, pero el estudio demuestra que son necesarios monitoreos más juiciosos y que debe haber un acercamiento más integral para detectar los cambios a tiempo y en toda la ciudad, no solo en algunas zonas verdes”.

“Por eso hay que generar información e indicadores sencillos como el número de parches verdes, y además hacer una planeación vinculando procesos sociales y ambientales”.

Recomendaciones

Una de las sugerencias de los investigadores es mejorar los monitoreos de áreas verdes para disminuir los efectos de la urbanización tanto en la biodiversidad como en el bienestar humano teniendo en cuenta que así es posible comprender las dinámicas del paisaje y mejorar la planificación urbana.

Además, replantear las prioridades, “ya que en el ordenamiento territorial se le ha dado mucha importancia a la parte estética, entonces, por sembrar árboles bonitos, normalmente se introducen especies exóticas y no se fijan en que sean propias de estos niveles altitudinales o de un rango de distribución”, llama la atención la investigadora Rodríguez.

En la investigación también participó Víctor Martínez Arias, magíster en Bosques y Conservación Ambiental de la UNAL Medellín y estudiante del Doctorado en Biología de la Universidad de Antioquia.

Un artículo con los resultados de la investigación se publicaron en Urban Ecosystems, la revista de mayor impacto internacional en ecología urbana, de la editorial Springer Link.






viernes, 19 de abril de 2024

Morichales jóvenes estarían desarrollando resistencia al fuego

 El moriche (Mauritia flexuosa), especie de palma autóctona de la Amazonia y la Orinoquia, estaría desarrollando adaptaciones anatómicas como respuesta a los incendios forestales sucedidos en el Parque Nacional Natural El Tuparro (Vichada). Investigación destaca la resiliencia de la planta naciente y sus potenciales mecanismos de resistencia frente a las conflagraciones, contribuyendo a entender su papel ecológico en la región.

Los morichales son considerados como los guardianes de la Sabana, ya que suelen estar en tierras bajas con suelos inundados y alto contenido de materia orgánica de baja descomposición y pH ácido; por eso su presencia es indispensable para el ecosistema, ya que actúan como un gran reservorio de agua y minerales, y además son la base de la alimentación, la ropa y la construcción de muchas comunidades indígenas de la región.

Esta palma se encuentra ampliamente distribuida cerca de las cuencas de la Orinoquia, por lo que su presencia ha sido habitual en el Parque El Tuparro, el cual alberga una amplia variedad de ecosistemas –entre ellos sabanas, bosques y humedales– en sus 548.000 hectáreas.

El estudio realizado por la bióloga Carolina Pachón Venegas, magíster en Ciencias – Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), se centró en las características anatómicas de las palmas de moriche en estado de plántula y juvenil, presentes en las áreas del Parque afectadas por incendios ocurridos entre 1 y 3 años antes de tomar las muestras.

El objetivo de la investigación fue identificar cuáles adaptaciones de la especie le podrían ayudar a resistir o recuperarse de los incendios, y efectivamente en dichas plantas jóvenes encontraron una sustancia “retardante al calor”.

Incendios forestales como parte del paisaje

El Parque Natural Nacional El Tuparro es reconocido por su rica biodiversidad, con numerosas especies de flora y fauna, muchas de ellas endémicas de la región, como el moriche; sin embargo, durante los últimos años ha afrontado varios desafíos ambientales, entre ellos el impacto de la deforestación, el cambio climático y los incendios forestales.

En 2007, un informe del Instituto Humboldt destacó que el Parque ha sido víctima del fuego desde hace varios años, situación que se ha venido normalizando.

Por ejemplo, entre el 20 y el 24 de febrero de 2019 un incendio destruyó más de 16.000 hectáreas, y en enero de 2023 las llamas consumieron 8.000 hectáreas más. Estas conflagraciones presentaron 18 focos de fuego, y esa es una de las razones por las que se escogió el moriche, también conocido como burití (Brasil), ita (Guyana), morete (Ecuador), canangucho (Colombia) y aguaje (Perú).

Un pequeño “superpoder” hallado

“En el estudio analizamos muestras de palmas en diferentes estados de crecimiento y que fueron sometidas tanto a fuegos recientes (menos de 1 año) como a fuegos no recientes (entre 3 y 5 años). Al compararlas, encontramos que en su estructura no se presentaban diferencias significativas en términos de la anatomía de las hojas, los peciolos, vainas y raíces de las plantas en estado de plántula y juvenil”, explica la bióloga Pachón.

Y agrega: “esto sugiere que la anatomía de la especie se ha mantenido consistente a lo largo de su desarrollo, a pesar del antecedente del fuego, por lo que analizamos sus tejidos, y el hallazgo más notable fue la mayor presencia de taninos en las hojas de las palmas expuestas a incendios recientes, lo que indicaría un posible mecanismo de resistencia, ya que se sabe que los taninos actúan como retardantes del fuego en otras especies de plantas”.

El estudio también destacó la importancia de comprender las adaptaciones anatómicas del moriche en el contexto de su papel ecológico: “la especie es crucial en la prestación de servicios ecosistémicos como el secuestro de carbono, el movimiento del agua y la filtración de aguas subterráneas”, indica la profesora Fagua Álvarez, del Departamento de Biología de la UNAL Sede Bogotá, directora de esta investigación.

Señaló además que “es importante considerar el impacto de los incendios en el papel ecológico de la especie, pues al provocar aridificación del suelo se pierde la biodiversidad y disminuyen los servicios ecosistémicos; por eso entender cómo las especies se adaptan a los incendios y se recuperan de ellos da una información valiosa sobre los mecanismos de resiliencia de otras especies de plantas en ecosistemas similares”.

El estudio subraya la importancia de preservar áreas naturales como el Parque El Tuparro y sus ecosistemas únicos. Al proteger estas áreas, los esfuerzos de conservación pueden ayudar a mantener la biodiversidad y el equilibrio ecológico de la región, asegurando la supervivencia de flora tan importante como los morichales, y con ellos las diferentes especies animales a los que la planta les ofrece refugio, alimentación y zonas de anidamiento.

Este estudio sirve como punto de partida para futuras investigaciones sobre las implicaciones ecológicas y evolutivas del fuego en el hábitat de la palma moriche.






jueves, 18 de abril de 2024

Con liberación de 11 cocodrilos del Orinoco se completa plan “salvavidas”

 Casi un año después de entregarle al Orinoco 14 ejemplares de Crocodylus intermedius, liberados en el río Tomo del Parque Nacional Natural El Tuparro (Vichada), el pasado 12 de abril, y después de varios días de trabajo, la misión se completó con la liberación de 11 ejemplares más, para un total de 20 hembras y 5 machos que ya están disfrutando su vida silvestre en los Llanos Orientales.

El caimán llanero o cocodrilo del Orinoco es una especie autóctona del país que en 1984 fue declarada como en “Peligro crítico extinción”, categoría ratificada por Colombia mediante la Resolución 676 del 21 de julio de 1997, expedida por el entonces Ministerio del Medio Ambiente. Para ese año quedaban unos pocos ejemplares debido a la caza indiscriminada de la que fueron objeto los cocodrilos entre las décadas de 1930 y 1950 para exportar sus pieles.

El reptil considerado como el mayor depredador de América Latina alcanza una longitud de 7 m y es la única especie cuya distribución está contenida en una sola cuenca hidrográfica: la de Orinoco.

Con el propósito de conservar la especie, desde hace más de 10 años la Estación de Biología Tropical Roberto Franco, de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) en Villavicencio, viene desarrollando un proyecto salvavidas para reintroducir especímenes a la vida silvestre, iniciativa que hoy ya es una realidad con la incorporación de estos grandes reptiles en su hábitat natural, trabajo adelantado con Parques Nacionales Naturales y el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible.

“Los individuos tienen entre 13 y 15 años, nacieron en cautiverio, fueron incubados y protegidos en la Estación Roberto Franco, y después de varios años de planeación, estudios de su ADN (para determinar su entorno ideal) y análisis de su comportamiento de transición (instinto de caza), evidenciamos que ya estaban listos para liberarlos junto con los 14 soltados el año pasado”, señala el profesor Carlos Moreno, de la Facultad de Medicina Veterinaria y de Zootecnia de la UNAL Sede Bogotá.

El docente, quien es el actual director de la Estación de Biología Tropical Roberto Franco, destaca el apoyo en este proyecto de WCS Colombia, el Ejército Nacional, la Fuerza Aérea, la Defensa Civil de Colombia y el Parque Merecure.

De las 8 hembras y 3 machos liberados en esta ocasión, a 5 se les instalaron transmisores satelitales para hacer seguimiento en tiempo real de su estado y comportamiento. “En los monitoreos de los reptiles liberados previamente se encontró un desplazamiento de no más de 40 km, lo que indica que están muy a gusto en esta área, pues ellos podrían moverse mucho más”, añade el académico Moreno.

Un beneficio para el ecosistema y la comunidad

Willinton Martínez Barreto, ingeniero ambiental y administrativo de la UNAL, explica que “este es uno de los cocodrilos más antiguos del neotrópico, por lo que su conservación es indispensable; también es importantísimo para la cadena trófica, pues como el depredador más grande, su función es regular otras poblaciones y crear un equilibrio en el ecosistema”.

“Además es un restaurador de las cuencas, pues mantiene la profundidad de los ríos y charcones; en época seca los peces buscan refugio, lo cual es muy beneficioso para ellos porque además de fertilizar el plancton con sus heces mantienen el agua oxigenada gracias a los movimientos que ejercen en el río”, agrega.

Pese al impacto que se pueda percibir por ser depredadores libres y el miedo que pueda generar a algunas personas, hay que tener en cuenta que ahora están en áreas protegidas en donde no hay presencia habitual de personas, lo que conlleva grandes beneficios directos para la comunidad.

“Este parque natural es muy extenso, lo que atrae a muchas personas interesadas en el ecoturismo y la pesca deportiva, y aunque al principio algunos guías no estaban conformes con la presencia del cocodrilo allí, al explicarles su importancia y su historia vieron la oportunidad de incluir el avistamiento de este imponente animal en sus recorridos, y a la vez este trabajo con la comunidad también nos permite estar informados de cualquier anomalía con ellos”, resalta el profesor Moreno.

Otro factor a resaltar es que en diálogo con personas mayores que hace muchos años no veían estas especies –la mayoría campesinos–, manifestaron que siempre han asociado la llegada o presencia del cocodrilo con la recuperación de la pesca para ellos.

Los hechos revelan una conexión profunda entre la conservación del cocodrilo del Orinoco y la educación tanto de la comunidad como de las generaciones futuras. Al comprender y valorar la importancia de esta especie en el ecosistema, las personas pueden superar el miedo y convertirse en defensores de activos de su preservación.

“La integración del turismo sostenible y la participación de los niños en actividades educativas en la Estación Roberto Franco no solo promueven el conocimiento sobre la biodiversidad, sino que también generan un sentido de responsabilidad y protección hacia estas especies amenazadas”, asegura el profesor Moreno.

La colaboración entre la comunidad, las instituciones educativas y la presencia más activa de las autoridades gubernamentales es fundamental para asegurar un futuro más prometedor para el cocodrilo del Orinoco y para el medioambiente en general del país.



 




 




miércoles, 17 de abril de 2024

Río Magdalena, patrimonio cultural y comercial que se debe preservar

 Por el río Magdalena han navegado peces, caimanes, serpientes y tortugas, pero también la historia, la economía y la cultura colombiana. El recorrido de un tramo de 100 km de este afluente –entre Calamar (Bolívar) y Bocas de Ceniza (Barranquilla)– evidenció su protagonismo ancestral como centro neurálgico del comercio y la comunicación de las comunidades que habitan esta zona. Pese a haber sido declarado como sujeto de derechos, se necesitan acciones urgentes para su preservación y legado.

Esta primera descripción detallada de la parte baja del río Magdalena concibe la cuenca como algo que va más allá de una vía de comunicación, y la asume como un símbolo de unidad nacional y un invaluable patrimonio cultural.

El profesor Fabio Rincón Cardona, de la Facultad de Administración de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Manizales, coordinador de este proyecto, menciona que “aunque se ha dicho mucho y se ha estudiado el río, poco se ha profundizado sobre el comercio, el transporte o su valor territorial”.

Para lograr esta caracterización, en 2023 se realizaron visitas y entrevistas a más de 100 habitantes de estas áreas, la mayoría rurales, por ejemplo pescadores; además se analizaron más de 500 investigaciones realizadas en la UNAL sobre este icónico curso fluvial.

Entre los aspectos identificados hasta ahora se encuentra que la navegabilidad del río ha sido crucial para el transporte de una amplia gama de productos, desde los tradicionales tabacos hasta el codiciado café colombiano.

Hoy el Magdalena sigue siendo una arteria vital para el comercio y el turismo, transportando carga y pasajeros desde el interior del país hacia los puertos en la costa Caribe como Barranquilla y Cartagena, además del envío de madera y carbón. Se destacan productos agrícolas como café, banano, cacao y caña de azúcar, junto con alimentos frescos como frutas, verduras y pescados.

Tales actividades económicas no son solo medios de subsistencia, sino también expresiones arraigadas de la identidad cultural y la conexión con la tierra y el río.

En esta zona del país se resalta el vital papel de las mujeres en estas actividades económicas, como pescadoras, agricultoras y guardianas de tradiciones culinarias y artesanales. En cuanto a la agricultura, ellas son responsables de sembrar y cosechar una variedad de productos, desde la yuca y el maíz hasta el plátano y la ahuyama.

“Por ejemplo, la carpintería de ribera, una habilidad transmitida de generación en generación se utiliza para construir y reparar embarcaciones tradicionales como canoas, balsas, o pequeños barcos sin motor”, anota el docente, quien con expertos del Museo del Río Magdalena en Honda (Tolima) exponen los resultados de esta primera aproximación en una exposición permanente, en el Salón Independencia Fluvial del Museo del Río Magdalena.

De igual manera, el Magdalena es un refugio para la biodiversidad y un laboratorio viviente. Alberga variedad de aves acuáticas, caimanes, cocodrilos, tortugas de río, anfibios y mamíferos como el jaguar, el oso hormiguero y el mono aullador, además de diversas especies de peces.

Así mismo, esta primera caracterización destaca que el río ha sido un centro neurálgico de comercio y comunicación, forjando vínculos entre pueblos y culturas –como los taironas, muiscas, panches y zenúes– mucho antes de la llegada de los conquistadores españoles; hoy se estiman 132.156 habitantes.

El Canal del Dique y la transformación del paisaje

La construcción del Canal del Dique en el siglo XX transformó la dinámica del delta, que es una especie de triángulo tajado y el paisaje actual de Bocas de Ceniza, extremo del continente sobre el mar y puntada final del río, resultado de la constancia del cambio facilitando la navegación, pero también alterando su paisaje.

Sin embargo, aunque la conexión entre el río y el mar sigue siendo fundamental para la vida en la región, marcando un equilibrio entre lo salado y lo dulce, entre lo humano y lo natural, los morreros, habitantes del Morro, ubicado en la Ciénaga de Pajaral, manifestaron su preocupación sobre cómo antiguos caños y cuerpos de agua dulce han desaparecido o se reducido drásticamente debido a la construcción de la Troncal y proyectos petroleros, afectando tanto a la vida acuática como a las comunidades que dependen de ella.