En los ecosistemas acuáticos del Meta, bacterias, microalgas, mosquitos y libélulas están revelando un deterioro silencioso. Investigadores encontraron que estos organismos funcionan como bioindicadores fundamentales para monitorear la calidad del agua, y alertan sobre los efectos de la contaminación por pesticidas, la reducción del caudal y otras presiones humanas sobre los ríos y lagunas del departamento.
Con una de las mayores riquezas hídricas del país, el
departamento del Meta enfrenta una degradación progresiva de sus ecosistemas
acuáticos. Investigadores de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), la
Universidad de los Llanos (Unillanos) y la Universidad Santo Tomás (USTA)
advierten que factores como la contaminación por pesticidas, la extracción de
materiales y la disminución del caudal están alterando profundamente la
biodiversidad de ríos y lagunas, afectando organismos fundamentales en la cadena
alimentaria.
Para evaluar este deterioro, los científicos se enfocaron en
comunidades de perifiton (bacterias, hongos, microalgas y
protozoos adheridos a superficies sumergidas) y macroinvertebrados
bentónicos (como larvas de mosquitos, escarabajos, libélulas,
caracoles y lombrices acuáticas), que funcionan como bioindicadores, es decir
organismos cuya presencia, ausencia o comportamiento permite detectar cambios
en el ambiente y evaluar el estado de salud de un ecosistema.
“Por ejemplo las libélulas usan el agua para depositar sus
huevos, y su desarrollo larval refleja directamente la calidad del ecosistema”,
explica el biólogo Gabriel Antonio Pinilla Agudelo, docente de la Facultad de
Ciencias de la UNAL.
El estudio empleó técnicas de muestreo, identificación de
especies y análisis de abundancia y diversidad, complementadas con modelos
aditivos generalizados (GAM) —herramienta estadística que permite analizar
relaciones complejas entre variables, como el efecto de la contaminación en la
biodiversidad— para cruzar estos datos con variables fisicoquímicas como
caudal, pH, oxígeno disuelto, conductividad y temperatura. En el río Orotoy,
por ejemplo, mosquitos enanos (quironómidos) fueron abundantes y se asociaron
con una mejor calidad del agua.
Los resultados mostraron que la pérdida de biodiversidad
microbiana y la disminución de larvas son señales de alarma. Actividades
humanas como la agricultura intensiva, los vertimientos domésticos y la minería
han alterado la fotosíntesis de las microalgas afectando el perifiton y
reduciendo la capacidad de las bacterias para procesar nutrientes y degradar
materia orgánica, lo cual provoca desequilibrios en los ciclos bio-geoquímicos
y afecta directamente la calidad del agua.
“La reducción del caudal impacta a los organismos microscópicos, y con ellos a los peces, aves y mamíferos como las nutrias, hasta llegar al ser humano”, señala Fabián Moreno Rodríguez, magíster en Gestión Ambiental Sostenible de Unillanos y candidato a Doctor en Biología de la UNAL.
El estudio también analizó los efectos de la extracción de
piedras, especialmente en zonas del piedemonte con fuerte inclinación y
golpeteo del agua, donde se produce oxígeno esencial para el perifiton. Esta
actividad modifica la composición de bacterias y algas, sobre todo en temporada
de lluvias.
Según la Agencia Nacional de Minería, el 81 % de las
regalías por minerales en el Meta proviene de la explotación de materiales de
construcción, a lo que se suma la expansión de cultivos como palma y arroz,
cuyas prácticas intensivas contaminan y alteran el equilibrio ecológico.
Frente a este panorama, los investigadores destacan la
importancia de conservar áreas no perturbadas como La Macarena y Ariari, que
aún permiten estudiar la estructura y el funcionamiento natural de los
ecosistemas. “Estos espacios son esenciales para comparar y