miércoles, 17 de abril de 2024

Río Magdalena, patrimonio cultural y comercial que se debe preservar

 Por el río Magdalena han navegado peces, caimanes, serpientes y tortugas, pero también la historia, la economía y la cultura colombiana. El recorrido de un tramo de 100 km de este afluente –entre Calamar (Bolívar) y Bocas de Ceniza (Barranquilla)– evidenció su protagonismo ancestral como centro neurálgico del comercio y la comunicación de las comunidades que habitan esta zona. Pese a haber sido declarado como sujeto de derechos, se necesitan acciones urgentes para su preservación y legado.

Esta primera descripción detallada de la parte baja del río Magdalena concibe la cuenca como algo que va más allá de una vía de comunicación, y la asume como un símbolo de unidad nacional y un invaluable patrimonio cultural.

El profesor Fabio Rincón Cardona, de la Facultad de Administración de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Manizales, coordinador de este proyecto, menciona que “aunque se ha dicho mucho y se ha estudiado el río, poco se ha profundizado sobre el comercio, el transporte o su valor territorial”.

Para lograr esta caracterización, en 2023 se realizaron visitas y entrevistas a más de 100 habitantes de estas áreas, la mayoría rurales, por ejemplo pescadores; además se analizaron más de 500 investigaciones realizadas en la UNAL sobre este icónico curso fluvial.

Entre los aspectos identificados hasta ahora se encuentra que la navegabilidad del río ha sido crucial para el transporte de una amplia gama de productos, desde los tradicionales tabacos hasta el codiciado café colombiano.

Hoy el Magdalena sigue siendo una arteria vital para el comercio y el turismo, transportando carga y pasajeros desde el interior del país hacia los puertos en la costa Caribe como Barranquilla y Cartagena, además del envío de madera y carbón. Se destacan productos agrícolas como café, banano, cacao y caña de azúcar, junto con alimentos frescos como frutas, verduras y pescados.

Tales actividades económicas no son solo medios de subsistencia, sino también expresiones arraigadas de la identidad cultural y la conexión con la tierra y el río.

En esta zona del país se resalta el vital papel de las mujeres en estas actividades económicas, como pescadoras, agricultoras y guardianas de tradiciones culinarias y artesanales. En cuanto a la agricultura, ellas son responsables de sembrar y cosechar una variedad de productos, desde la yuca y el maíz hasta el plátano y la ahuyama.

“Por ejemplo, la carpintería de ribera, una habilidad transmitida de generación en generación se utiliza para construir y reparar embarcaciones tradicionales como canoas, balsas, o pequeños barcos sin motor”, anota el docente, quien con expertos del Museo del Río Magdalena en Honda (Tolima) exponen los resultados de esta primera aproximación en una exposición permanente, en el Salón Independencia Fluvial del Museo del Río Magdalena.

De igual manera, el Magdalena es un refugio para la biodiversidad y un laboratorio viviente. Alberga variedad de aves acuáticas, caimanes, cocodrilos, tortugas de río, anfibios y mamíferos como el jaguar, el oso hormiguero y el mono aullador, además de diversas especies de peces.

Así mismo, esta primera caracterización destaca que el río ha sido un centro neurálgico de comercio y comunicación, forjando vínculos entre pueblos y culturas –como los taironas, muiscas, panches y zenúes– mucho antes de la llegada de los conquistadores españoles; hoy se estiman 132.156 habitantes.

El Canal del Dique y la transformación del paisaje

La construcción del Canal del Dique en el siglo XX transformó la dinámica del delta, que es una especie de triángulo tajado y el paisaje actual de Bocas de Ceniza, extremo del continente sobre el mar y puntada final del río, resultado de la constancia del cambio facilitando la navegación, pero también alterando su paisaje.

Sin embargo, aunque la conexión entre el río y el mar sigue siendo fundamental para la vida en la región, marcando un equilibrio entre lo salado y lo dulce, entre lo humano y lo natural, los morreros, habitantes del Morro, ubicado en la Ciénaga de Pajaral, manifestaron su preocupación sobre cómo antiguos caños y cuerpos de agua dulce han desaparecido o se reducido drásticamente debido a la construcción de la Troncal y proyectos petroleros, afectando tanto a la vida acuática como a las comunidades que dependen de ella.