sábado, 8 de julio de 2023

Proyecto “Territorio, Comida y Vida” atiende inseguridad alimentaria en el sur de Colombia

 Como parte de esta iniciativa en la que participa la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), más de 300 personas de las comunidades indígenas misak, ambaló y pastos, además de líderes campesinos, se congregaron en Cumbal (Nariño), en un encuentro regional en donde intercambiaron experiencias, saberes y semillas, la base para consolidar sistemas alimentarios sostenibles en Cauca y Nariño.

Juan Pablo Ulchur Pillimue llegó del municipio de Silvia (Cauca) a Cumbal, ubicado a 3.000 msnm, para participar en el Encuentro Regional Territorio, Comida y Vida para conocer de cerca la experiencia organizativa del resguardo Panán y también para compartir con los asistentes cómo ha sido el proceso de recuperación de tierras de su pueblo.

Otras experiencias relatadas por los participantes fueron el valor cultural de la producción de papa y la historia de la Asociación de Madres Emprendedoras de la Aldea de María del Contadero, y también se intercambiaron alimentos y semillas.

El encuentro se dio en el marco del proyecto “Territorio, Comida y Vida”, el cual busca –a partir de un trabajo conjunto con las comunidades indígenas y campesinas en Cauca y Nariño– “superar la inseguridad alimentaria que viven 8 de cada 10 familias indígenas en el país”, según afirma la profesora Teresa Mosquera Vásquez, de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Bogotá, coordinadora general de la iniciativa financiada por el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC), de Canadá.

En su territorio, Juan Pablo percibe la inseguridad alimentaria tanto en el incremento de los monocultivos de papa, fresa, brócoli y maíz como en la ganadería extensiva y en la reducción de los cultivos de yatul o del uso de huerta caseras. “Dichas transformaciones se ven en lo que comemos: nuestros alimentos ya no son diversos, y además ya no producimos algunos de ellos y empezamos a depender”, menciona.

Precisamente la inseguridad alimentaria en la zona se traduce en la falta de acceso físico o económico a la comida, en la escasa diversidad de alimentos que se ingieren y en el desconocimiento de la población sobre lo que es una alimentación sana, aspectos relacionados con factores como la pobreza que afrontan las comunidades en estas regiones.

Rutas de transición y guías alimentarias

Para hacer la transición hacia sistemas alimentarios territoriales sustentables, el proyecto apuesta por el diseño de acciones que configuren las rutas de transición que recojan los acuerdos e iniciativas alcanzados entre las comunidades y otros actores del territorio.

“Estas acciones se articulan y logran sinergias con las iniciativas que adelantan las comunidades como es el caso de las universidades indígenas que se están creando en los territorios; además se promoverán las alianzas territoriales para intercambiar saberes y semillas y rescatar las culturas alimentarias para incidir en el buen vivir” anota la profesora Mosquera.

La profesora de la UNAL Sara Eloísa del Castillo, coordinadora del proyecto en Nariño y líder de la línea de soberanía y seguridad alimentaria, asegura que “los sistemas alimentarios actuales no satisfacen adecuadamente las necesidades alimentarias de la población indígena y campesina en estos territorios ni garantizan el derecho humano a la alimentación”.

“Mediante la metodología de cocreación y coconstrucción con las comunidades estamos identificando los alimentos locales y tradicionales para fomentar prácticas sostenibles de producción y consumo con guías alimentarias que se elaborarán por cada departamento”.

Por su parte el profesor Yesid Aranda Camacho, del Departamento de Desarrollo Rural y Agroalimentario de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL, encargado del componente de inclusión y gobernanza del proyecto, agregó que “la complejidad de los sistemas alimentarios radica en la manera como algunos actores han adquirido poder de mercado en detrimento de otros, situación que ha afectado a las comunidades indígenas y campesinas en estas regiones”.

Destacó además la diversidad de pisos térmicos y los recursos agrícolas con los que cuentan Cauca y Nariño, y espera que estas prácticas se escalen a otros territorios en Colombia.

En el proyecto “Territorio, Comida y Vida” participan académicos y estudiantes de la Facultad de Ciencias Agrarias, Ciencias Humanas y Medicina de la UNAL Sede Bogotá y de la Universidad del Cauca.








El roble andino también es víctima de la contaminación en Bogotá

 La capital produce 20 toneladas diarias de material particulado, diminutas moléculas que se quedan en el aire por la contaminación producida por automóviles y fábricas, entre otras razones. El roble andino, uno de los árboles más comunes en Bogotá, es una de sus víctimas ya que pierde color, nutrientes, polinizadores y agua a causa de este daño ambiental. Después de un primer acercamiento al problema se propone mejorar los planes de reforestación y conservación.

Con seguridad alguna vez usted ha visto o ha escuchado comentarios sobre el roble andino(Quercus humboldtii) por su firmeza o importancia en la construcción; de hecho esta es una de las principales razones por las que es considerado como una especie vulnerable. Pero tener corteza firme no le ha bastado a este gigante –que puede llegar a los 25 m– para salvarse de la contaminación.

El material particulado se clasifica según su tamaño, y en el caso de estudio se evaluó el que mide 10 micras o menos. En 2022 Bogotá registró niveles superiores hasta en tres veces lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). 

Ante esta problemática, el biólogo Miguel Ángel Camargo, de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), realizó un diagnóstico pionero sobre este árbol para analizar el impacto de la contaminación en el Parque Timiza (Kennedy, al sur de Bogotá), el Jardín Infantil de la UNAL y la Reserva Natural El silencio (San Francisco, Cundinamarca), en el marco del Semillero de Investigación en Ecología Funcional dirigido por la profesora Beatriz Salgado, del Departamento de Biología.

“En el Parque Timiza las hojas del roble andino se encuentran deshidratadas, lo que obedecería a las “islas de calor”, fenómeno generado por la alta radiación solar que absorbe el asfalto y los contaminantes del aire, lo que hace aumentar la temperatura, y esto a su vez promueve la desecación de la vegetación, que se agudiza por ubicarse en una zona densamente poblada y con una acelerada urbanización”, asegura el investigador.

Para la evaluación se utilizó el índice de tolerancia a la contaminación del aire (APTI), que se basa en 4 rasgos principales: (i) contenido relativo de agua, que indica la capacidad de retención, (ii) pH foliar, crucial para el buen funcionamiento de proteínas y otras moléculas importantes para la planta, (iii) ácido ascórbico o vitamina C, que protege a la planta de sustancias tóxicas, y (iv) clorofilas totales, pigmentos que otorgan el verdor a las hojas y que son propensos a degradarse por moléculas dañinas.

Para considerar que el roble es tolerante a la contaminación el índice debería estar en un valor de 30; sin embargo en Bogotá está lejos de llegar a ese registro, pues ni siquiera la Reserva Natural lo logra, ya que esta se encuentra en un valor máximo de 10,28, mientras que el Parque Timiza en 10,11 y el Jardín de la UNAL en 9,90, por lo que la especie se puede catalogar como “sensible a la contaminación atmosférica” y se ve más afectada a medida que dicha amenaza se intensifica. 

En el estudio se hallaron mayores niveles de pH foliar en los robles del Jardín Infantil de la UNAL, lo cual sería una estrategia para producir más vitamina C; asimismo se considera la consecuencia del impacto que tiene el polvo que se desprende del cemento de los alrededores, o de un cierre más rápido de los estomas de la planta, que son aberturas que regulan el intercambio de gases y que a su vez inciden en este rasgo de las hojas.

“En cuanto al ácido ascórbico se encontraron niveles más altos a medida que aumentaba la contaminación, lo que hace que las hojas de los árboles tengan menos protección frente a los radicales libres, una serie de moléculas altamente tóxicas que se pueden producir en concentraciones elevadas de contaminantes atmosféricos, con lo cual poco a poco se va deteriorando la salud de las plantas”, indica el biólogo Camargo.

En cuanto a las clorofilas, aunque no se encontraron diferencias significativas, posiblemente por la acción protectora de la vitamina C, el investigador señala que “es importante ampliar la muestra y robustecer el panorama del roble andino en Bogotá”.

Algunos polinizadores posiblemente afectados por la contaminación en esta especie de roble son las abejas nativas, entre ellas Thygater aethiops, especies del género Caenohalictus, e incluso la abeja invasora Apis mellifera.

Según la Secretaría Distrital de Ambiente de Bogotá, alrededor del 60 % de la contaminación del aire es causada por camiones o buses viejos, a lo que se suma la expansión urbana, que hace urgente tener en la ciudad mejores planes de reforestación y conservación de árboles como el roble andino; por eso esta investigación del biólogo Camargo sienta un precedente y emerge como un insumo importante para disminuir la problemática.