miércoles, 12 de marzo de 2025

Ecosistemas del Pacífico colombiano, amenazados por baja calidad del agua que llega al mar

 Los cambios en la calidad del agua, causados principalmente por la inadecuada gestión de vertimientos humanos en Tumaco (Nariño) y Buenaventura (Valle del Cauca), están alterando el equilibrio natural de estos ecosistemas poniendo en riesgo tanto la pesca de especies comerciales –como barbinche, pelada y ñato– como la diversidad de especies marinas, ya que dichos municipios abastecen alrededor del 80 % del mercado local y regional y garantizan la seguridad alimentaria de miles de familias.

El Pacífico colombiano es una región caracterizada por albergar algunos de los ecosistemas más ricos y diversos del mundo, pero también por ser una de las más vulnerables en términos de manejo ambiental y social. Las bahías de Buenaventura y Tumaco, las dos principales puertas al mar, se han visto afectadas por años de conflicto, desarrollo urbano desorganizado, turismo, minería legal e ilegal, agricultura intensiva y expansión de monocultivos como la palma de aceite.

Diego Esteban Gamboa García, doctor en Ciencias Agrarias e integrante del Grupo de Investigación en Ecología y Contaminación Acuática (Econacua) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira, menciona que “en Buenaventura, cada vez que se abren las compuertas de la represa del río Anchicayá se libera una gran cantidad de sedimentos que alteran la dinámica del estuario, donde el agua dulce de los ríos —rica en nutrientes y sedimentaciones— desemboca y se mezcla con la salada del océano, lo que produce cambios en la salinidad, condición que determina qué especies pueden habitar en esa zona”.

A esto se suma el hecho de que los dos municipios carecen de plantas de tratamiento de aguas residuales (PTAR) lo suficientemente grandes como para manejar las cantidades de vertimientos urbanos. La mayoría de las descargas de las ciudades terminan en el mar sin ser tratadas, lo que aumenta la contaminación.

Para su trabajo doctoral, el investigador Gamboa desarrolló un análisis sobre la relación entre la calidad del agua y su impacto en la biodiversidad y la pesca artesanal en ambos municipios costeros del Pacífico, y encontró que los cambios en la salinidad y los nutrientes del agua, aunque son naturales, se ven alterados por vertimientos de asentamientos humanos y producen cambios en la variedad de especies que habitan los estuarios.

Estas zonas son fundamentales para la cría de especies acuáticas aprovechadas por los pescadores locales. La producción pesquera de esta región es de unas 30.000 toneladas anuales, casi un 65 % de la nacional, una actividad económica esencial en municipios como Tumaco y Buenaventura, que abastecen alrededor del 80 % del mercado local y regional y garantizan la seguridad alimentaria de miles de familias.

Durante 2 años, gracias a un esfuerzo conjunto con pescadores locales, el investigador colectó y analizó 114 especies de peces y cerca de 6.465 individuos en los estuarios de Buenaventura y Tumaco, en muestreos desarrollados con la dirección del profesor Guillermo Duque Nivia,

coordinador del grupo Econacua, y la codirección de la profesora Pilar Cogua, de la Universidad Santiago de Cali.

Además tomó muestras de agua a dos profundidades para evaluar las variables fisicoquímicas –como salinidad, oxígeno disuelto, nitritos, nitratos, fosfatos y calidad general– asociadas con los sitios de pesca y captura.

El estudio se enfocó en la captura de peces y macroinvertebrados, para lo cual se emplearon métodos tradicionales de pesca artesanal como la red de arrastre, conocida como “changa”, un oficio practicado ancestralmente en las costas del Pacífico. También analizó dos áreas específicas en cada bahía (interna y externa) y abarcó épocas tanto de menor como de mayor precipitación o lluvias.

Diferencias en la biodiversidad por contaminación

Uno de los hallazgos del estudio es que Buenaventura, a pesar de ser una bahía altamente impactada por la actividad humana y la contaminación, tiene una mayor diversidad de peces en su zona externa (más alejada de la costa) en comparación con Tumaco, lo cual obedecería a las características ecológicas del estuario, que cuenta con áreas de baja salinidad en su interior, lo que permite la presencia de especies adaptadas a aguas dulces, mientras que en la zona externa, con mayor salinidad, se encuentran especies marinas.

Los peces capturados en Buenaventura incluyeron especies como el barbinche, la pelada y el ñato, todas de importancia tanto para la pesca comercial como para la subsistencia de las comunidades locales. En Tumaco, aunque la diversidad de peces fue menor, se observó una mayor estabilidad en las condiciones del estuario, lo que, por el contrario, favorece la presencia de especies de macroinvertebrados como el camarón tití y las jaibas, que requieren hábitats más estables, sin alteraciones fuertes en salinidad y nutrientes.

En relación con la calidad del agua de los estuarios se observó que mientras Tumaco registró concentraciones más bajas de nitratos –un indicador de contaminación por actividades humanas–, Buenaventura mostró niveles altos, resultado de las descargas de los ríos que desembocan en la bahía, agravadas por la minería ilegal y la deficiente gestión de residuos en la cuenca.

“La diversidad fue significativamente menor en Buenaventura, donde hay menor salinidad por las descargas de los asentamientos humanos, y mayor concentración de fosfatos y clorofila. Esas zonas se asocian con los sitios donde descargan los ríos, que cambian muy fuertemente la salinidad, donde pueden prevalecer las especies tolerantes”, explica el investigador Gamboa.

Por su parte, el profesor Duque advierte sobre los riesgos de la eutrofización, “un proceso de acumulación excesiva de nutrientes que puede llevar a condiciones de hipoxia, afectando gravemente a la fauna acuática”.

El docente se refiere a que este fenómeno ambiental, que ocurre cuando los cuerpos de agua reciben una cantidad excesiva de nutrientes, especialmente nitratos y fosfatos –provenientes de actividades como la agricultura, el vertimiento de aguas residuales y la industria–, se genera un crecimiento descontrolado de algas en la superficie del agua, y cuando estas mueren y se descomponen consumen grandes cantidades de oxígeno creando en el agua condiciones de bajos  niveles de oxígeno (hipoxia) que dañan la salud y la reproducción, e incluso provocan la muerte de muchas especies, especialmente peces y otros animales que dependen de este para sobrevivir.

El investigador Gamboa advierte que “si no se toman medidas urgentes, con el tiempo veremos una reducción significativa en los rendimientos de la pesca artesanal, lo que afectará directamente la seguridad alimentaria y la economía de estas regiones”.



 



Aves de los Andes colombianos tendrían riesgo de amenaza mayor al registrado

 El análisis de las principales bases de datos digitales sobre biodiversidad en el mundo mostró que casi toda la información disponible para 11 especies de aves del género Grallaria –dentro de las que se encuentra el tororoí, que habita la Serranía del Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta– presentan errores en los registros sobre los lugares donde habitan y la identidad de las especies. Así, en tres de ellas, descritas en 2020, hay un riesgo de amenaza mayor al que se tenía registrado, pues su distribución geográfica y los lugares en donde se pueden encontrar son menores.

Colombia es el segundo país más biodiverso del mundo y ocupa el primer lugar en número de especies de aves, con 1.966 (20 % del global), superando a países como Perú, Brasil, Ecuador e India. Aquí por lo menos 82 de estas especies son nativas.

Un ejemplo de esta diversidad está en la Sierra Nevada de Santa Marta, hábitat principal de las aves del género Grallaria –palabra del latín que significa “que camina sobre zancos”–, conocidas por las curiosas y largas patas que las sostienen; de hecho no vuelan sino que saltan y se mueven rápidamente por hábitats boscosos. 

El plumaje de dichas aves es de color pardo, café y un poco anaranjado, una de las características que las hacen difíciles de identificar, y su canto es como un silbido intenso que sigue a una vibración, y es uno de los rasgos principales que durante años le ha permitido a los científicos identificar su presencia, pues son reacios a dejarse observar.

La investigadora Dennys Johana Plazas Cardona, magíster en Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) e investigadora de la Asociación Selva, observó con detalle si los registros geográficos disponibles para varias especies de Grallaria tenían sesgos geográficos que potencialmente influyeran en la sobreestimación o subestimación (tener más o menos datos) de los rangos de distribución, afectando así la evaluación de su riesgo de extinción. 

Luego de trabajar con más de 10.000 registros de las bases de datos de acceso público y que se alimentan de los registros de cualquier biólogo, científico o interesado en “pajarear”, y de usar programas de análisis como RStudio, MaxEnt y ArcGIS, la investigadora encontró que esto sí ocurre. Al “limpiar” la información, es decir eliminar duplicados exactos y cotejar coordenadas de la presencia de las aves, evidenció que los datos disminuían significativamente; por ejemplo algunas especies tenían 4.000 registros sin el filtrado, pero después del análisis se notó que realmente había 800 o menos. Además algunas especies se incluían dentro de una sola especie, lo cual dificulta su identificación.

“Cuanta mayor rigurosidad en el filtrado de los datos menor probabilidad habrá de obtener modelos que estimen mal la distribución geográfica, y por lo tanto los modelos de nicho ecológico utilizados en la investigación son mucho más confiables y permiten tener información de mejor calidad y confiable”, indica la magíster Plazas.

Entre las causas principales de amenaza estarían actividades como la deforestación y la pérdida de los bosques andinos y altoandinos, que se hace para plantar monocultivos de café; también la construcción de carreteras que dañan el tránsito ecológico; la extracción de carbón y oro, una industria marcada en estas zonas que termina contaminando ríos, y aunque falta más investigación, existe la posibilidad de que esto dañe la cadena alimenticia; y el cambio climático, con temperaturas altas y lluvias precipitadas que les dificultan a las aves encontrar alimento. 

Crece el riesgo de amenaza

En 1964 la Unión Internacional para la Conservación y la Naturaleza (UICN) creó la Lista de roja de especies amenazadas, que incluye criterios específicos para hablar del peligro que tienen frente a la extinción. Uno de ellos es la distribución geográfica y el lugar de ocurrencia, es decir el terreno en el que habitan: dependiendo de los kilómetros a la redonda en los que se pueden encontrar varios individuos, se puede hablar de un mayor o menor riesgo.

Dentro del estudio, la investigadora analizó cinco nuevas especies para Colombia, descritas en 2020 por profesores como Andrés Cuervo, del Instituto de Ciencias Naturales de la UNAL. Tres de ellas, que forman parte del complejo G. rufula, presentaron un riesgo de amenaza mayor al registrado, debido a que su distribución geográfica y lugar de ocurrencia en lugares como la Serranía del Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta es más baja, y concuerda con el criterio de la UICN para hablar de especies en grado de amenaza. Una de las especies que presentaría el mayor riesgo es el tororoí del Perijá (G. saltuensis), cuya distribución geográfica es de unos 169 km2, lo que significa que más allá de esa distancia es difícil encontrarlo. 

Esta investigación es un llamado urgente para mejorar la calidad de los datos en plataformas científicas y fortalecer las estrategias de conservación de especies en peligro en Colombia, teniendo a la Serranía del Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta como lugares con una amplia diversidad que merecen tener un plan de manejo que reduzca los sesgos geográficos y ayude a proteger sus aves endémicas.