lunes, 1 de abril de 2024

Es posible estimar cómo se comportará un deslizamiento y prevenir tragedias.

 Datos de la avenida torrencial ocurrida en Mocoa (Putumayo) en 2017, que implicó un poco más de 500 movimientos en masa, permitieron estimar –mediante dos metodologías– el nivel de amenaza en zonas específicas según la propagación que tendrían los deslizamientos de tierra superficiales. Esta información, que ya se aprovecha en otros países del mundo, se podría considerar aquí para mitigar con mayor efectividad el riesgo, elaborar mejores planes de ordenamiento territorial y proyectar adecuadamente una infraestructura segura.


Colombia es uno de los territorios con mayor amenaza por deslizamientos, con una probabilidad de media a alta “por su ubicación en el norte de América del Sur, una zona con un paisaje accidentado, lleno de montañas, con un clima tropical húmedo y patrones complejos de precipitación o lluvia”, explica Johnnatan Arley Palacio Córdoba, magíster en Ingeniería - Geotécnica de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín.

Y aunque los movimientos en masa suelen iniciar en las partes altas de las montañas, su afectación a la población e infraestructura se da en las zonas bajas, luego de su propagación.

“Justamente en eso nos enfocamos: en determinar los parámetros y la información que se debe tener en cuenta para modelar la propagación de deslizamientos, concretamente en los detonados por lluvia, que son los más frecuentes, para estimar cómo, por dónde y a qué velocidad podrían desplazarse, información de vital importancia en la planificación territorial”.

Para esto el magíster trabajó con datos obtenidos de la avenida torrencial ocurrida en 2017 en la capital de Putumayo, donde ocurrieron más de 500 deslizamientos en un área de cerca de 40 km2.

“Trabajamos con dos modelos utilizados en otras zonas como los Alpes europeos, pero que se han empleado poco en geografías y climas tropicales como el nuestro. Para todo ello conté con la asesoría de los profesores Edier Aristizábal y Óscar Echeverri, y también del profesor Martín Mergili, de Austria”, anota.

Analizando lo ocurrido en Mocoa, el investigador Palacio estimó los rangos de los parámetros necesarios para cada modelo. “Así, para el más sencillo, llamado Flow-R, se determinó que, en caso de desprenderse suelo desde un área susceptible, el material podría modelarse con una velocidad máxima de 10 m/seg; entre 2 y 4 el rango que representa cómo se dispersa (pues este no se desplaza en línea recta), y 15 grados el ángulo mínimo entre en material deslizado y el depósito”, añade.

Para el modelo más complejo –conocido como r.avaflow– se establecieron algunas características físicas del material que se desprendió, y se estimó la fricción basal: “esta podemos entenderla imaginando dos esferas, una que baja rodando por un vidrio inclinado, a una alta velocidad y con poca fricción entre las superficies, y otra que baja por una pendiente de tierra y materiales diversos, moviéndose con mayor dificultad y fricción. La esfera se moverá en función de las características de cada superficie y de su propio material. Así estimamos, por ejemplo, si el movimiento en masa se detendrá en un punto o continuará. Para este modelo en específico es recomendable usar la fricción basal igual a la fricción del material que se desplaza”.

Así comprobó que con cada modelo es posible determinar la probabilidad mínima de afectación en una zona. El primero muestra gráficamente unas manchas de distintos colores, simbolizando una afectación que va del 0 al 100 %.

“Partiendo de esto definimos unos umbrales: todo lo que se encuentre bajo un 25 % se puede considerar con una afectación mínima, y lo que se encuentre por encima podrían como zonas que se verían afectadas. Sin embargo, los daños siempre deprenderán de los elementos expuestos como vías, viviendas, edificios o infraestructura vial”.

El segundo, por su parte, estima la altura del suelo que se podría depositar, la velocidad y la presión de impacto. “A partir de este modelo definimos que las zonas susceptibles son aquellas cubiertas por un depósito mayor a 50 cm, mientras aquellas cubiertas con depósitos menores no se consideran con gran afectación”.

Según el investigador, ambos modelos serían cruciales para la gestión del riesgo. Con base en sus estimaciones se podrían elaborar planes de ordenamiento territorial, regular la expansión urbana, proyectar grandes estructuras en lugares seguros, y construir muros de contención o similares para evitar tragedias.