De estas habitantes de la Ciudad Universitaria, conocidas científicamente como Riama striata y cuya característica principal son las estrías en sus escamas, existen dos poblaciones que han sorteado las amenazas de vivir en la ciudad, con adaptaciones diferentes entre sí en sus formas de reproducción que evidencian historias fascinantes de supervivencia.
Sede Bogotá se ubica en los invernaderos de la Facultad de
Ciencias Agrarias y se caracteriza por un rápido recambio de individuos
jóvenes, por su alta tasa de natalidad; la otra está en los alrededores del
edificio de la Facultad de Cine y Televisión, en donde las lagartijas optan por
una estrategia más cautelosa, con individuos que viven más tiempo, pero su
reproducción es menos frecuente.
La lagartija estriada es autóctona de las tierras frías y
altas de la cordillera Oriental de Colombia y se distribuye en Boyacá,
Cundinamarca y Santander. Los registros de la especie se reportan especialmente
en la Sabana de Bogotá, los cerros Orientales y los páramos.
Esta especie se puede observar debajo de troncos, rocas,
hojarasca o entre el pasto. En áreas afectadas por la expansión urbana habita
debajo de escombros de cemento, ladrillo, plástico o madera. Las hembras ponen
entre 1 y 2 huevos, y se ha sugerido que dos o más de ellas pueden ubicarlos en
un mismo sitio, lo que se conoce como “nidos comunales”.
El biólogo Miguel Ángel Méndez Galeano, magíster en
Biología, realizó el primer reporte oficial de estas lagartijas en la
Universidad en 2016. Ahora, junto con sus colegas Rafael Moreno y Alejandra
Pinto –también de la Institución– adelantaron un exhaustivo seguimiento de
ambas poblaciones para conocer su estado, parámetros y dinámicas en un área
urbana.
Para realizar el estudio, durante un año los investigadores
buscaron individuos en las instalaciones de Cine, el Invernadero, y cerca al
Estadio Alfonso López Pumarejo y la Hemeroteca Nacional. “Los individuos
capturados se marcaron para poder identificarlos y facilitar el monitoreo de su
crecimiento y supervivencia”, explica el magíster.
Este estudio arroja luces sobre la compleja dinámica
demográfica de estas lagartijas, y además plantea preguntas cruciales sobre
cómo las condiciones ambientales y las estrategias de vida pueden influir en la
resiliencia de las especies en entornos urbanos.
Misma especie, diferentes comportamientos
Los hallazgos mostraron que las dos poblaciones de
lagartijas son distintas. Aunque presentan características de estabilidad
poblacional, las de Agronomía mostraron una mayor cantidad de individuos, con
68 encontrados (53 % adultos, 47 % juveniles) y un número estimado de
109 a 201. La población de Cine y Televisión, aunque más pequeña, se comportó
de manera diferente en términos de estrategias demográficas. Allí se capturaron
40 lagartijas (62 % adultos, 38 % juveniles), y se estima que hay
entre 60 y 126 ejemplares.
Las tasas de mortalidad también variaron entre las
poblaciones. “La de Agronomía mostró una mayor mortalidad entre los adultos”,
señala el biólogo Méndez. Esta evaluación, así como la de supervivencia, se
realizó mediante recapturas, para llevar un control sobre si los individuos
previamente marcados volvían a ser vistos, permitiendo así estimar la muerte y
el nacimiento en cada población.
La lagartija estriada de la UNAL Sede Bogotá no cambia mucho
de lugar y guarda fidelidad a su refugio, ubicado en los lugares que la
protegen del pastoreo, los nichos térmicos, los sitios reproductivos o las
fuentes de alimento, por lo que su conservación depende de que sus hábitats no
se modifiquen con cambios de cobertura vegetal por urbanización, lo que podría
en riesgo su existencia.
A pesar de las condiciones de alta intervención humana en el
campus, las poblaciones de R. striata se mantienen
estables. Esto sugiere que, aunque son vulnerables por su tamaño poblacional,
han encontrado estrategias para sobrevivir en un entorno que presenta desafíos
a causa de la presencia humana.
Según el investigador, “para proteger estas poblaciones
únicas se aconseja preservar y enriquecer los elementos clave del hábitat de la
especie, tales como mantener zonas de pastizal con refugios naturales y
artificiales y evitar la poda de pasto en estos lugares”.
“Lo que puede parecer desordenado o antiestético para los
humanos puede ofrecer refugio y oportunidades de supervivencia para la fauna
local”, concluye el investigador.