Un novedoso método, que tiene la misma precisión que la datación clásica –en la que se ponen a prueba elementos como el carbono o el magnetismo de la Tierra–, identificó en el océano Pacífico rocas de hasta 12 millones de años de antigüedad. Así lo determinó una investigación que forma parte de más de 20 años de estudio de la estructura térmica de la Tierra, y cuyos hallazgos se pueden aplicar en la evaluación de nuevos materiales en ingeniería y en la comprensión sobre cómo funcionan los sismos en otros planetas.
El grupo de Geofísica de la Universidad Nacional de Colombia
(UNAL), liderado por el profesor Carlos Alberto Vargas Jiménez, se ha adentrado
en los misterios que rodean la estructura térmica de la Tierra, y en cómo se
puede estimar la edad de sus pisos oceánicos, que están en el fondo de estas
aguas; allí hay una gran diversidad de rocas como el basalto o el gabro, piezas
de un rompecabezas geofísico en el que la historia ha dejado huellas y marcas.
El basalto, una de las rocas volcánicas más comunes en el
planeta y que tiene un color oscuro por su composición de minerales como el
magnesio, es ampliamente utilizado como piedra de construcción en edificios o
carreteras por su durabilidad, una aplicación que también se da con el gabro,
que es de tono un poco menos oscuro. La diferencia entre los dos es que este
último es plutónico, lo que quiere decir que tiene una interacción más lenta
con grandes masas de magma.
El profesor Vargas explica que estas huellas o resquicios de
la edad de cada roca se pueden identificar con los sismos que se presentan en
zonas llamadas dorsales oceánicas, cadenas montañosas submarinas relacionadas
directamente con el magma y la actividad volcánica, y que producen estos
movimientos de manera frecuente, por lo que son un tesoro para la investigación
geofísica.
“En las dorsales se presentan muchos sismos, pero con una
energía muy baja, así que decidimos analizar qué ocurría cuando nos alejábamos
de estos puntos, a 20, 100 o 1.000 km, y lo que encontramos fue
fascinante, pues a una mayor distancia los sismos eran menos frecuentes, pero
mucho más profundos y con una gran energía, lo cual tiene una relación directa
con las rocas, pues se puede determinar la forma en que han evolucionado y
coómo las han impactado estas fracturas”, asegura.
Añade que “cuanto más cerca esté la roca de las dorsales es
más joven, mientras que a mayor distancia tiene mayor edad”. Esto se comparó
con métodos de datación como el isotópico, que consiste en analizar la forma en
se desintegran en las rocas algunas partes de elementos como el carbono; la
medida funcionó para rocas de hasta hace 12 millones de años, más allá de ese
tiempo empieza a ser complejo determinar de qué época es, y se necesitan más
estudios relacionados con la química de estos lugares.
Se analizaron cientos de datos de lo que ocurre en 8 de las
principales dorsales oceánicas del mundo, especialmente del océano Pacífico
central, Atlántico e Índico, que tienen las dorsales de mayor tamaño, y por
ende una mayor frecuencia de sismos.
Además, se tenían datos sobre el flujo de calor de la
Tierra, para determinar cómo su estructura se modifica con estos movimientos y
afecta las rocas; toda la información luego pasaba por un software especializado
para arrojar los patrones existentes.
Las aplicaciones de estos hallazgos son tan diversas que pueden
llegar a servir para avanzar en las ciencias planetarias, ya que en otros
planetas ocurren procesos muy similares en cuanto a sismos y a este tipo de
materiales, por lo que sería una luz para nuevas exploraciones en lugares como
Marte, e incluso la Luna.
“Esto nos abre el camino para seguir entendiendo las rocas y
su composición a lo largo de la historia, aún debemos saber por qué no podemos
ir más allá de los 12 millones de años, y cómo influiría la distancia de las
dorsales oceánicas, pues cuando estas cadenas montañosas se van desarrollando
se alejan cada vez más del centro de los océanos y comienzan a quedar por
debajo de los continentes, lo cual hace complejo su estudio”, indica el
experto.
La investigación fue galardonada en la edición 2023 del Premio
Ciencias – Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Fundación Alejandro
Ángel Rocha, y se realizó en conjunto con los investigadores internacionales
Luca Caracciolo, de la Universidad de Erlangen-Nuremberg (Alemania), y Philip
Joseph Ball, de la Universidad de Keele (Reino Unido); también participaron dos
estudiantes del Departamento de Geociencias de la UNAL: Alejandra Josefina
Angulo y Nicolas Pinzón Matapí.
“El dinero del premio se donará al Laboratorio de
Instrumentación Geofísica de la UNAL, para que sirva como un apoyo a trabajos
de pregrado y posgrado en los temas que hemos venido investigando”, expresa el
profesor Vargas.