Aunque los peces loro son comunes en la Isla, la mayoría son juveniles que aún no alcanzan la talla mínima para reproducirse. Esta situación, sumada a la ausencia casi total de especies grandes como Scarus guacamaia o S. coelestinus, compromete su capacidad para controlar las macroalgas que asfixian los corales.
En las últimas décadas los arrecifes coralinos del Caribe
han sufrido un deterioro progresivo, la cobertura de coral vivo ha disminuido
cerca del 80 % desde los años setenta, y en varios sectores ha sido
reemplazada por macroalgas verdes y pardas, que crecen rápidamente y compiten
con los corales por espacio, luz y nutrientes. No se trata del sargazo pelágico
que flota en mar abierto, sino de algas bentónicas que colonizan el arrecife
cuando faltan herbívoros.
En el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa
Catalina, donde se concentra el 77 % de la cobertura coralina del país,
esta amenaza es especialmente grave, ya que sus islas forman parte de la
Reserva de Biosfera Seaflower, y albergan los arrecifes más extensos de
Colombia. Su deterioro pone en riesgo actividades como la pesca artesanal, el
turismo y la protección natural de la costa. A esto se suma que el Archipiélago
presenta una conectividad ecológica excepcional entre arrecifes, manglares y
pastos marinos, que permite completar los ciclos de vida de muchas especies,
incluidas las de valor comercial.
Los peces loro (Scaridae) —coloridos y vitales
habitantes de los arrecifes— cumplen una función ecológica esencial, ya que
raspan y consumen las algas que crecen sobre los corales y los fondos marinos,
permitiendo que los arrecifes respiren y se regeneren. Por eso se les conoce
como los “jardineros del arrecife”. Su ausencia acelera un cambio de fase
arrecifal, en el que las algas desplazan al coral vivo, dominando las
coberturas del fondo (bentos), por lo se impone un nuevo equilibrio degradado.
Un nuevo estudio realizado por la médica veterinaria Diana
Carolina Castaño Giraldo, especialista en Fauna Marina y magíster en Ciencias –
Biología Marina de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Caribe,
advierte que aunque estos peces todavía están presentes en la Isla, el
93 % de los individuos registrados son juveniles, es decir que aún no han
alcanzado la talla necesaria para reproducirse ni para cumplir eficazmente con
su función de herbivoría.
Según la investigadora, “muchos de estos peces son
capturados antes de reproducirse por primera vez, lo que compromete la
recuperación de sus poblaciones”.
Además, el estudio reporta la desaparición casi total de
especies de tallas grandes como S. guacamaia o S. coelestinus,
que pueden llegar a medir hasta 120 cm de longitud, valiosas
por su capacidad de remover grandes cantidades de algas en cada mordida.
¿Qué es la biomasa y por qué es importante?
Uno de los indicadores usados para evaluar la salud de los
arrecifes es la biomasa: el peso total de los peces registrados en un área
determinada. No basta con contar cuántos peces hay; es necesario saber si
esos peces están creciendo, si se están reproduciendo, y si su tamaño es
suficiente para ejercer su función ecológica de control de las algas.
La especialista en Fauna Marina explica que, “la función de
herbivoría de estos peces está directamente relacionada con su tamaño: cuanto
mayor es la talla, mayor es la fuerza de mordida y la cantidad de algas que
pueden remover del arrecife”.
En este caso, la biomasa promedio de peces loro en San
Andrés fue de 2.253 gramos por cada 100 m², un valor que se encuentra en
el rango de estado “regular” para el indicador (menor a 2.740 gr/100 m2),
y aunque supera el umbral “crítico” (990 g/100 m²) definido por
iniciativas como Healthy Reefs for Healthy People Initiative –una organización
internacional que promueve el monitoreo y la conservación de arrecifes en el
Caribe–, no garantiza por sí solo la estabilidad del arrecife si la mayoría de
los peces son juveniles.
De hecho, el estudio encontró que en algunos sitios con
mayor biomasa también se registró una alta cobertura de macroalgas, lo que
sugiere que el número y tamaño actuales de los peces aún no son suficientes
para controlar su crecimiento.
Cinco años de monitoreo
El estudio se realizó entre 2013 y 2019 en cuatro
estaciones: Bajo Bonito, Luna Verde, Wild Life y Bahía Honda; en este se
registraron 3.120 individuos de peces loro pertenecientes a 11 especies. La
investigación consistió en censos visuales subacuáticos de peces, realizados
por buzos en transectos de 50 x 2 m. Se registraron las
especies, su talla y abundancia, y estos datos se usaron para estimar la
biomasa mediante modelos biológicos. Además se registraron en video los fondos
marinos (videotransectos) para analizar la cobertura de coral, algas y pastos.
“El equipo de trabajo aplicó una metodología estandarizada
que incluyó cuatro roles: un buzo para el censo visual, otro para los
videotransectos, uno para medir la complejidad estructural, y un último
encargado de los datos complementarios como el registro de invertebrados”,
relata.
Las especies de peces loro más comunes fueron S. taeniopterus, S. iseri, S. aurofrenatum y S. viride,
todas de tallas medianas, con longitudes comunes entre 18 y 38 cm y
umbrales de madurez sexual que oscilan entre los 15 y 18 cm.
Los sitios con mayor cobertura coralina –como Bajo Bonito y
Wild Life– presentaron los valores más altos de biomasa y diversidad. En
cambio, Bahía Honda, dominada por arena y pastos marinos, registró los valores
más bajos y una alta proporción de peces en etapa juvenil, lo que sugiere un
uso del área como hábitat temporal o zona de crianza.
En 2019 el monitoreo detectó un incremento notable y atípico de peces loro de tallas medias en algunas estaciones. Por ejemplo, en Bajo Bonito se registraron picos de biomasa de hasta 9.907 g/100 m², con una mayor presencia de individuos de S. taeniopterus
E9.907 g/100 m², con una mayor presencia de individuos de S. taeniopterus, especialmente con rangos de tallas alrededor de los 20 cm, que superaban la talla de madurez sexual (unos 17 cm), lo cual obedecería a posibles agregaciones reproductivas temporales.
Según la magíster, “la biomasa actual no indica un estado
crítico, pero sí representa una alerta temprana que se debe atender con
educación ambiental y aplicación efectiva de sanciones, así como de
alternativas para los pescadores para diversificar su economía y fuente de
alimentos”.
Esta investigación ofrece una base científica sólida para
ajustar los planes de manejo del Sistema Regional de Áreas Marinas Protegidas.
También resalta la urgencia de proteger a estas especies no solo por su belleza
o su valor ecológico, sino porque desempeñan funciones vitales para la salud
del arrecife y los miles de isleños y raizales cuyos medios de vida que
dependen de él.
El trabajo fue dirigido por la profesora Adriana Santos
Martínez, de la UNAL Sede Caribe, y co-dirigido por el profesor Amílcar Cupul,
de la Universidad de Guadalajara (México).
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