Entre 1981 y 2020 la potencia del viento en el Caribe colombiano se ha reducido un 15 %, fenómeno que se relacionaría con un ciclo natural del Chorro de Bajo Nivel del Caribe, una corriente atmosférica determinante para el régimen de vientos en la región. Un estudio de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) documenta por primera vez cómo ha cambiado su comportamiento a lo largo del tiempo, con implicaciones directas para el desarrollo de proyectos de energía eólica en departamentos como La Guajira.
El Chorro de Bajo Nivel del Caribe funciona como una
autopista aérea que cruza el sur del mar Caribe, a la altura del norte
colombiano. Esta gran corriente de viento se forma por las diferencias de
presión atmosférica y temperatura superficial entre el océano Atlántico
tropical, el mar Caribe y el Pacífico oriental. Al llegar a la Región Caribe,
especialmente a La Guajira, el viento se encuentra con las montañas de la
Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá generando un efecto
embudo que lo acelera y lo vuelve más constante.
Ese aire en movimiento, invisible pero potente, es el que
hace girar las turbinas de los parques eólicos y que convierte a esta región en
una de las más prometedoras del país para generar energía con el viento; sin
este Chorro, La Guajira no tendría su reconocido potencial energético. Sin
embargo, en los últimos 30 años ha perdido potencia, y una de las posibles
razones es la variabilidad climática natural en la región, como la fase cálida
de la Oscilación Multidecadal Atlántica, un ciclo climático que hace que las
aguas del océano Atlántico se calienten o se enfríen durante periodos de entre
20 y 40 años.
Es como si el océano tuviera su propio ritmo: una
“respiración térmica” de largo plazo que sube y baja la temperatura superficial
del mar.
Cuando el Atlántico entra en una fase cálida, el agua libera
más calor hacia la atmósfera, alterando los patrones de lluvia, de huracanes y
de viento en todo el Caribe. Este fenómeno afecta directamente a Colombia
porque puede fortalecer o debilitar el Chorro de Bajo Nivel del Caribe, esa
corriente de viento clave para generar energía en regiones como La Guajira.
Esto fue lo que encontró el investigador David Garzón Casas,
magíster en Meteorología de la UNAL, quien revisó los datos de viento en 25
estaciones meteorológicas del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios
Ambientales (Ideam) y de la Dirección General Marítima (Dimar), ubicadas
alrededor de la Región Caribe de Colombia, para analizar cuál ha sido el
comportamiento del viento, además de otros datos in situ y
de información de reanálisis climáticos históricos.
“En el norte del Magdalena, a unos 10 km del mar
Caribe, hay una corriente de viento importante que aún no ha sido estudiada a
fondo, pero que se convertiría en un fenómeno relevante para el futuro
energético del país”, asegura el experto.
Qué pasará con el viento de Colombia
Además de analizar cómo ha cambiado el viento en las últimas
décadas, el investigador Garzón también quiso mirar hacia el futuro. Para ello
utilizó los resultados de múltiples simulaciones del sistema climático
terrestre incluidas en el proyecto internacional CMIP6, que reúne modelos
numéricos para entender los efectos del cambio climático bajo distintos
escenarios: unos más optimistas, en los que la humanidad logra reducir las
emisiones de gases de efecto invernadero mediante políticas sostenibles, y
otros más pesimistas, en los que persiste la dependencia de combustibles
fósiles y las emisiones contaminantes aumentan.
Con base en estos escenarios, analizó cómo se comportaría el
viento en la Región Caribe durante los próximos 100 años. En el caso más
optimista, el viento se mantendría estable, sin grandes variaciones. Pero en el
peor escenario, es decir, uno en el que la temperatura media del planeta
aumentara hasta 5 °C y los niveles de dióxido de carbono crecieran
drásticamente, la potencia del viento aumentaría hasta 128 vatios/m2 más,
lo que implicaría mayor energía disponible para mover turbinas eólicas, aunque
a costa de un planeta mucho más alterado y vulnerable.
Recordemos que el cambio climático puede aumentar la
potencia del viento, ya que, al calentar más la Tierra, también intensifica las
diferencias de temperatura y presión entre regiones. Y son justamente esas
diferencias las que ponen en movimiento el aire: cuanto mayor contraste, más
fuerte soplará el viento. Es como si la atmósfera se sobrecalentará y empujará
el aire con más fuerza para intentar equilibrarse, generando así corrientes más
rápidas y con mayor energía.
“En el peor escenario posible de cambio climático, en el que
las concentraciones de CO2 pasen de 400 partes por millón (ppm)
en 2025 a 1.100 ppm en 2100, Colombia mantendría un gran potencial para
aprovechar la energía eólica y reducir los riesgos asociados con su alta
dependencia de la energía hidráulica, como las represas”, explica el magíster.
Colombia tiene viento, pero no tiene cómo aprovecharlo
Aunque el país cuenta con uno de los mejores recursos
eólicos del continente, especialmente en La Guajira, aún no ha logrado
aprovecharlo como debería. Hoy menos del 1 % de la electricidad nacional
proviene del viento, a pesar de que estudios estiman que solo en La Guajira se
generaría más energía de la que consume Bogotá.
Uno de los principales obstáculos es la falta de
infraestructura. Para que la energía eólica llegue desde el norte hasta los
grandes centros de consumo, se necesitan redes eléctricas robustas, que en
muchos casos aún están en construcción o ni siquiera existen. Sin estas
conexiones, los parques eólicos no pueden enviar la energía que producen.
También persiste una deuda con las comunidades indígenas,
pues muchos proyectos se han planeado sin una participación adecuada del pueblo
wayúu. La ausencia de consulta previa y de beneficios claros para la población
local ha generado bloqueos, tensiones y retrasos. A esto se suman las trabas
burocráticas como conseguir permisos, licencias ambientales y aprobaciones
oficiales que puede tomar años, y los procesos no siempre están adaptados a las
particularidades de la energía eólica. Todo esto retrasa los proyectos y
ahuyenta a los posibles inversionistas.
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