Datos de la avenida torrencial ocurrida en Mocoa (Putumayo) en 2017, que implicó un poco más de 500 movimientos en masa, permitieron estimar –mediante dos metodologías– el nivel de amenaza en zonas específicas según la propagación que tendrían los deslizamientos de tierra superficiales. Esta información, que ya se aprovecha en otros países del mundo, se podría considerar aquí para mitigar con mayor efectividad el riesgo, elaborar mejores planes de ordenamiento territorial y proyectar adecuadamente una infraestructura segura.
Colombia es uno de los territorios con mayor amenaza por
deslizamientos, con una probabilidad de media a alta “por su ubicación en el
norte de América del Sur, una zona con un paisaje accidentado, lleno de
montañas, con un clima tropical húmedo y patrones complejos de precipitación o
lluvia”, explica Johnnatan Arley Palacio Córdoba, magíster en Ingeniería -
Geotécnica de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín.
Y aunque los movimientos en masa suelen iniciar en las partes
altas de las montañas, su afectación a la población e infraestructura se da en
las zonas bajas, luego de su propagación.
“Justamente en eso nos enfocamos: en determinar los
parámetros y la información que se debe tener en cuenta para modelar la
propagación de deslizamientos, concretamente en los detonados por lluvia, que
son los más frecuentes, para estimar cómo, por dónde y a qué velocidad podrían
desplazarse, información de vital importancia en la planificación territorial”.
Para esto el magíster trabajó con datos obtenidos de la
avenida torrencial ocurrida en 2017 en la capital de Putumayo, donde ocurrieron
más de 500 deslizamientos en un área de cerca de 40 km2.
“Trabajamos con dos modelos utilizados en otras zonas como
los Alpes europeos, pero que se han empleado poco en geografías y climas
tropicales como el nuestro. Para todo ello conté con la asesoría de los
profesores Edier Aristizábal y Óscar Echeverri, y también del profesor Martín
Mergili, de Austria”, anota.
Analizando lo ocurrido en Mocoa, el investigador Palacio
estimó los rangos de los parámetros necesarios para cada modelo. “Así, para el
más sencillo, llamado Flow-R, se determinó que, en caso de desprenderse suelo
desde un área susceptible, el material podría modelarse con una velocidad
máxima de 10 m/seg; entre 2 y 4 el rango que representa cómo se dispersa
(pues este no se desplaza en línea recta), y 15 grados el ángulo mínimo entre
en material deslizado y el depósito”, añade.
Así comprobó que con cada modelo es posible determinar la
probabilidad mínima de afectación en una zona. El primero muestra gráficamente
unas manchas de distintos colores, simbolizando una afectación que va del 0 al
100 %.
“Partiendo de esto definimos unos umbrales: todo lo que se
encuentre bajo un 25 % se puede considerar con una afectación mínima, y lo
que se encuentre por encima podrían como zonas que se verían afectadas. Sin
embargo, los daños siempre deprenderán de los elementos expuestos como vías,
viviendas, edificios o infraestructura vial”.
El segundo, por su parte, estima la altura del suelo que se
podría depositar, la velocidad y la presión de impacto. “A partir de este
modelo definimos que las zonas susceptibles son aquellas cubiertas por un
depósito mayor a 50 cm, mientras aquellas cubiertas con depósitos menores
no se consideran con gran afectación”.
Según el investigador, ambos modelos serían cruciales para
la gestión del riesgo. Con base en sus estimaciones se podrían elaborar planes
de ordenamiento territorial, regular la expansión urbana, proyectar grandes
estructuras en lugares seguros, y construir muros de contención o similares
para evitar tragedias.
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