En vez de restringir la desbordante energía de los niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), los resultados de un estudio realizado con 6 niños de 7 a 11 años diagnosticados sugieren que, en los juegos con imaginación, movimiento, texturas, olores y otros elementos sensoriales habría aspectos fundamentales para regular sus emociones y potenciar su atención.
El TDAH, catalogado como uno de los trastornos del
neurodesarrollo más prevalentes en la actualidad, impacta en las relaciones
sociales, en el desempeño escolar, y en el campo ocupacional, pues sus síntomas
suelen aparecer a partir de los 3 años, y si no se tratan a tiempo prevalecen
hasta la adultez. En Colombia, aunque no existen cifras precisas de este
problema de salud pública, diferentes estudios hablan de un 5,7 y 20 % de
prevalencia.
Jessica García, estudiante de la Maestría en Neurociencias
de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), explica que “esta condición se
puede presentar a cualquier edad y genera en las pacientes dificultades para
mantener la atención, tener el control de su cuerpo y sus movimientos, y lograr
pensar antes de ejecutar, por lo que ellos son impulsivos”.
En los adultos esas características se reflejan en
situaciones de fracaso laboral, cuando no logran cumplir con tareas asignadas,
y también están aquellas susceptibles a desarrollar adicciones a sustancias
psicoactivas e incluso tener comportamientos ludópatas –impulso patológico a
jugar apostando dinero–, entre otras conductas que pueden afectar sus
relaciones sociales.
Para tratar de mejorar el pronóstico y la calidad de vida de
quienes padecen de TDHA es clave el diagnóstico oportuno y la intervención
temprana. Por eso la estudiante García exploró el potencial del juego como
herramienta terapéutica.
“Aunque el juego es la ocupación central de la infancia, en
Colombia pocas investigaciones han abordado cómo se ve afectada esta actividad
vital cuando los niños presentan condiciones como el TDAH”, explica.
Tras una exhaustiva revisión de la literatura científica, la
investigadora diseñó un estudio de viabilidad con 6 niños de entre 7 y 11 años
diagnosticados con TDAH y que llevaban su tratamiento en el Consorcio Clínica
Emmanuel de Bogotá.
Durante 8 semanas consecutivas los menores asistieron a
sesiones terapéuticas basadas en diversas actividades lúdicas de movimiento,
juegos de mesa y otros de imaginación, en donde partían de una caja de cartón
para crear otros elementos. Así, cada sesión fue cuidadosamente diseñada para
estimular su atención, concentración y habilidades sociales de interacción.
“Utilizamos 2 escalas de evaluación para observar a los
niños. La primera se centra en la conducta juguetona, observando cómo el niño
participa en el juego, su motivación, control, capacidad de imaginación y
discernimiento entre el juego y otras actividades. La segunda escala se enfoca
en el logro de objetivos concretos, aquí los padres identifican las
dificultades más importantes que el niño enfrenta al jugar, para luego
abordarlas en las sesiones de intervención”, detalla.
Las sesiones terapéuticas se dividieron en 3 fases clave:
una actividad preparatoria donde los niños saltaban, corría y realizaban
múltiples movimientos con el fin de regular sus niveles de alerta y energía.
Luego una actividad central diseñada para favorecer el
procesamiento sensorial y emocional a través de juegos como circuitos de
saltos, llevar un objeto de un lado a otro, etc., y por último actividades de
atención, concentración e inhibición de estímulos como juegos de mesa que
desarrollan habilidades cognitivas superiores.
“Después de las sesiones identificamos una asociación con un
aumento en la capacidad de los niños para regular sus emociones. Se observaron
reducciones notables en los episodios de ira, frustración y ansiedad, así como
una mayor expresión de emociones positivas y una mejor capacidad para manejar
situaciones estresantes”, menciona el magíster.
Otro resultado alentador fue la mejoría en las habilidades
sociales y de interacción durante las sesiones de juego terapéutico, en las que
se desenvolvieron mejor con los demás participantes.
“Se observaron aumentos relevantes en la capacidad para
compartir, cooperar, resolver conflictos y mantener la atención compartida, lo
que sugiere un impacto positivo en el desarrollo de relaciones interpersonales
sanas y duraderas”.
“Los resultados respaldan la idea de que involucrar a los
niños en el juego favorece su regulación socioemocional, mejora su
participación en esta ocupación fundamental y fortalece habilidades clave como
la atención y el autocontrol”.
También aclara que es necesario seguir realizando este tipo
de propuestas para identificar otros potenciales que puede tener el juego para
el desarrollo de los niños.
La investigación fue dirigida por la profesora Sandra Ortiz,
psiquiatra infantil, y codirigida por la profesora Eliana Parra, terapeuta
ocupacional, ambas de la Facultad de Medicina de la UNAL.
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