martes, 15 de abril de 2025

CAMPAÑA DE PREVENCIÓN Y SENSIBILIZACIÓN EN EL RÍO PANCE, PREVIO A SEMANA SANTA

 Frente a la Semana Santa y como parte de una campaña interinstitucional de prevención y gestión del riesgo, la institucionalidad de Cali hace un llamado a los bañistas y a la comunidad que visita el río Pance para que tomen precauciones ante los peligros derivados de las intensas lluvias.

“Estamos realizando actividades en colaboración con los lideres comunitarios que hacen parte del Sistema de Alertas Tempranas – Satic Pance, anticipándonos al incremento de visitantes al corregimiento. Nuestro objetivo es sensibilizar sobre temas ambientales y promover la gestión del riesgo y desastres en esta temporada de lluvias”, destacó Norely Cuello, funcionaria de la Regional Suroccidente de la CVC.
 
Esta iniciativa es promovida por la CVC, la Secretaría de Gestión del Riesgo de Emergencias y Desastres de Cali, la Cruz Roja Colombiana, la Defensa Civil, Parques Nacionales Naturales de Colombia y el grupo comunitario Guardianes del río Pance, que se encargan de sensibilizar a los bañistas y demás visitantes sobre la importancia de una conducta responsable.

 

Edwin Cortes, socorrista de la Cruz Roja, dijo que la campaña de prevención y promoción busca educar sobre la gestión del riesgo y temáticas ambientales. “Les aconsejamos que sean precavidos al bañarse, especialmente en zonas seguras, y que tengan cuidado con los niños. Además, es importante no realizar fogatas para evitar impactos negativos en la fauna silvestre y los bosques”.

 

Durante esta jornada, también se sensibilizó sobre las serpientes nativas del área, utilizando modelos realistas en 3D para facilitar su identificación. Asimismo, se llevó a cabo una observación de aves y de la fauna silvestre presente, apoyada por un sendero interpretativo con 18 estaciones, gracias a las Guardianas del río Pance, quienes explicaron la fauna y flora del ecoparque y la relevancia de su protección.

 

Recuerde que si va a Pance, debe hacerlo de manera responsable, contribuyendo a preservar la belleza natural de este corregimiento de Cali:

 

•    Llévese la basura que generó durante su visita y deposítela en los lugares adecuados.
•    No arroje basura en el río, ni en los senderos.
•    Si va a preparar sancocho de leña, recuerde usar los espacios autorizados para evitar incendios y daños a la fauna silvestre que habita en la zona.
•    Está prohibido quemar material agrícola, vegetal u otro tipo de residuos sin autorización.


domingo, 13 de abril de 2025

Falta de control agrava el deterioro del páramo de Sumapaz

 La falta de control sobre la expansión agrícola y la ausencia de una planificación ambiental efectiva están poniendo en riesgo el páramo de Sumapaz, el más grande del mundo. Aunque la Provincia Administrativa y de Planificación del Sumapaz (PAP-Sumapaz) se creó para coordinar su protección, la desarticulación entre entidades dificulta su impacto, mientras los cultivos y el turismo sin regulación siguen degradando este ecosistema esencial para el agua en Colombia.

El páramo de Sumapaz cubre más de 300.000 hectáreas y es vital para la regulación hídrica, ya que abastece a millones de personas en Bogotá y otras regiones del país, pero su frágil equilibrio está en riesgo.

“El páramo representa la vida de todos”, le dijo un habitante de la vereda Santa Bárbara –quien ha dedicado su vida a la agricultura– a la abogada María Fernanda Pirabán Cañón, candidata a magíster en Gobierno Urbano del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), quien adelantó este estudio.

Históricamente el territorio ha estado ligado a movimientos de colonización campesina y luchas agrarias por el acceso a la tierra. Sin embargo, la expansión de la frontera agrícola ha afectado gravemente la conservación del páramo, debido especialmente a actividades agropecuarias y asentamientos rurales. La Ley 1930 de 2018 prohíbe la agricultura y la minería en los páramos, pero la regulación ha sido insuficiente en municipios como Pasca, Arbeláez y Cabrera.

“Nosotros reforestamos y protegemos el recurso hídrico solos, sin ayuda de las instituciones porque no ayudan en nada ni se aparecen por aquí”, le manifestó también la presidenta de la Junta de Acción Comunal de la Vereda El Salitre. Su testimonio refleja la frustración de las comunidades campesinas, que sienten el abandono institucional frente a los retos ambientales que afrontan.

Aunque la PAP-Sumapaz se creó en 2023 para coordinar la gestión ambiental en la región y debía ofrecer soluciones, la falta de articulación entre entidades ha limitado su impacto.

Descoordinación y conflictos por el uso del suelo

A partir de un enfoque cualitativo, la abogada Pirabán analizó las dinámicas del territorio más allá de los datos estadísticos, priorizando la percepción de los actores involucrados. A través de entrevistas a habitantes del páramo, líderes comunales y funcionarios públicos, documentó cómo la falta de diálogo y coordinación entre entidades ha debilitado la gestión del ecosistema.

También revisó documentos oficiales como los Planes de Ordenamiento Territorial (POT) de los municipios afectados, el Plan de Manejo Ambiental del Parque Nacional Natural Sumapaz y registros cartográficos sobre los cambios en el uso del suelo.


El estudio encontró que la falta de coordinación entre entidades ambientales y municipales es uno de los mayores obstáculos para conservar el páramo. Existen superposiciones de competencias entre el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible (Minambiente), las Corporaciones .

Además, la delimitación del páramo ha sido un proceso problemático. La Resolución 1437 de 2017 de Minambiente estableció límites sin la participación de las comunidades. Frente a esto, la Coordinadora Campesina de Sumapaz-Cruz Verde presentó una acción de tutela exigiendo la protección de sus derechos al mínimo vital, igualdad y participación ambiental. En 2019, un juzgado dejó sin efectos la delimitación y ordenó un nuevo proceso participativo que incluya a las comunidades de los municipios con cobertura de páramo.

“No existe una definición común y precisa de la extensión del páramo; en algunos casos su ubicación se asocia con la altitud, pero no hay una única referencia de altura, y en otros casos se define con base en veredas específicas, lo que genera confusión en la aplicación de las normativas y en la protección efectiva del ecosistema”, detalla.

Además, el turismo sin regulación ha sumado otro problema: en lugares como las lagunas de Colorados, Larga y Negra, el aumento de visitantes ha generado contaminación y daño en la biodiversidad. “Aquí vienen turistas, pero no hay control. No hay quién cuide el páramo y cada vez hay más gente entrando”, advirtió un campesino entrevistado en la vereda Santa Bárbara.

Urge una estrategia integral

La abogada enfatiza en que la Ley de Páramos es un gran avance, ya que establece una perspectiva integral para la gestión del ecosistema. Aún así, destaca la importancia de fortalecer los escenarios de participación y concertación con las comunidades, dado su arraigo histórico y social en la región.

“Las comunidades han experimentado conflictos por el acceso a la tierra y tienen una percepción negativa de las entidades públicas, en especial de las autoridades ambientales, que imponen restricciones pero no ofrecen alternativas viables”, sostiene.

En ese sentido, recomienda que la gestión del páramo no se limite a la delimitación del territorio y la formulación del Plan de Manejo Ambiental, sino que las comunidades se incluiyan como aliadas en el control y monitoreo permanentes. “Ellos son habitantes perennes de la zona, lo que los convierte en actores estratégicos para la protección del ecosistema”, agrega.

Otra importante medida es fortalecer los pagos por servicios ambientales, un incentivo económico para fomentar prácticas de restauración y conservación. Asimismo se requiere realizar el censo de habitantes del páramo, una obligación del DANE según la Ley de Páramos. “Este censo es crucial para diseñar estrategias de reconversión productiva y garantizarles alternativas de sustento a las familias que dependen del páramo”, puntualiza.

Por último, la investigadora Pirabán sugiere que en la revisión de los POT de los municipios con área de páramo se regulen los usos del suelo en las zonas colindantes. “Esto permitiría establecer una zona de amortiguación para prevenir la expansión de actividades que amenacen la conservación del ecosistema”, concluye.



viernes, 11 de abril de 2025

Manglares de San Andrés y Tumaco responden distinto a la erosión costera

 Mientras en las playas de Bocagrande (Tumaco), cuando el oleaje es más intenso, los manglares prosperan, en el Parque Nacional Manglares de Old Point (San Andrés) ocurre lo contrario: la potencia de las olas los deteriora, debilitándolos con el tiempo. Así se evidenció luego del análisis de imágenes satelitales y datos sobre oleaje y caudal en estas regiones, un enfoque novedoso ya que considera a estos ecosistemas como indicadores de la erosión costera.

La erosión costera es un fenómeno natural generado por el oleaje, el viento, las corrientes oceánicas y las mareas. Sin embargo, según la investigadora Johanna Paola Echeverry Hernández, magíster en Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), la actividad humana acelera este proceso, convirtiéndolo en un problema no solo para los ecosistemas sino también para las comunidades que habitan las zonas costeras.

Este fenómeno afecta a diversas regiones del país. Datos del Observatorio Ambiental de Cartagena de Indias —una ciudad que la experta ya había estudiado en relación con la erosión costera— indican que “La Heroica” enfrenta un alto riesgo debido al aumento del nivel del mar, las lluvias torrenciales y otros factores que propician la erosión y las inundaciones.

Investigaciones de las Universidades de los Andes y EAFIT advierten que para 2040 el nivel del mar en Cartagena se incrementaría entre 15 y 20 cm, poniendo en peligro al menos al 80 % de los barrios de la ciudad. 

Este problema no es exclusivo de Colombia. Según un artículo publicado en la revista Nature Climate Change, en las próximas tres décadas el mar avanzará unos 100 m sobre las playas del mundo, con América Latina entre las regiones más afectadas; particularmente Chile, Argentina y México serían los países más vulnerables.

Dado que se estima que el 40 % de la erosión costera es prevenible, la investigación de la magíster Echeverry cobra especial relevancia, ya que en su estudio comparó el comportamiento de los manglares de San Andrés, donde se encuentran dentro de un área protegida, y en Tumaco, donde la madera de estos ecosistemas es aprovechada con fines comerciales. 

Estos bosques de árboles y arbustos, además de servir como barreras naturales contra la erosión, cumplen funciones ecológicas esenciales: capturan y almacenan carbono, y albergan una gran diversidad de especies marinas, como peces y moluscos.

Del satélite al detalle

Para su análisis la investigadora utilizó imágenes satelitales de acceso público y gratuito, como las de PlanetScope y Rapideye, del periodo 2010-2023. Estas herramientas le permitieron obtener una visión detallada de la cobertura vegetal en el Caribe y el Pacífico colombianos, con especial énfasis en los manglares.

Además recurrió a los datos del programa Climate Data Store Copernicus de la Unión Europea —dedicado al monitoreo ambiental del planeta— para evaluar variables como temperatura y oleaje. También utilizó imágenes de la NASA y registros del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) sobre el impacto del fenómeno de El Niño en estas zonas.

El análisis de estas variables, realizado a través de un software especializado en geografía y estadística, reveló hallazgos significativos. En primer lugar, los manglares no responden de la misma manera a la erosión en todo el país, lo que cuestiona las estrategias de conservación que los abordan como ecosistemas homogéneos.

Por ejemplo en Bocagrande (Tumaco), cuando el oleaje es más intenso, los manglares prosperan. La fuerza del mar contribuye a la acumulación de sedimentos permitiendo la expansión de estos ecosistemas y evitando la progresión de la erosión, mientras en San Andrés ocurre lo contrario: la intensidad de las olas deteriora los manglares, debilitándolos con el tiempo.

Otro factor determinante es la temperatura. Durante los eventos de El Niño —que elevan la temperatura del agua— los manglares de Tumaco no logran resistir y mueren, mientras que los de San Andrés se ven favorecidos y prosperan. En cambio, con el fenómeno de La Niña ocurre lo opuesto.

El estudio también evidenció la importancia del caudal de ríos y mares en estos procesos: mientras en Tumaco un mayor volumen de agua ayuda a los manglares a procesar y aprovechar los sedimentos, en San Andrés esta dinámica es diferente, ya que la Isla carece de ríos que alimenten sus costas con estos materiales.

La investigación aporta un nuevo enfoque para entender la erosión costera, al demostrar que los manglares pueden ser indicadores importantes de estos procesos. Sin embargo, su respuesta a los cambios ambientales varía según la región, lo que resalta la necesidad de diseñar estrategias de conservación adaptadas a las particularidades de cada ecosistema.






miércoles, 9 de abril de 2025

Humedal Meandro del Say, refugio natural en riesgo por la expansión de Bogotá

 El crecimiento urbano de la capital del país no se detiene, pero ¿a qué costo? Este humedal, declarado en 2004 como Parque Ecológico Distrital, enfrenta la presión de la urbanización y de un plan de desarrollo que proyecta construir más de 4.000 viviendas en casi 16 hectáreas, lo que, según expertos, ignora su valor ecológico. Este ecosistema, que regula las aguas del río Bogotá y alberga decenas de especies, vería comprometida su existencia si el desarrollo urbano no integra criterios ambientales en su planificación.

El agua estancada refleja el cielo gris de Bogotá, mientras algunas aves nativas o migratorias revolotean sobre la superficie en busca de alimento. En el humedal Meandro del Say, un ecosistema que parece detenido en el tiempo, todavía persiste la vida silvestre en medio de la expansión urbana que lo rodea.

“Dicho entorno es estratégico para la regulación hídrica y la conectividad ecológica, junto a otros humedales cercanos, como Jaboque, Juan Amarillo-Tibabuyes y Techo”, advierte el investigador Alejandro Callejas Mora, magíster en Gobierno Urbano de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL).

El humedal Meandro del Say, formado por el aislamiento artificial de un meandro del río Bogotá, ha conformado un hábitat único para la flora y la fauna silvestres del altiplano andino colombiano, a pesar de estar separado de otros elementos de la Estructura Ecológica Principal de Bogotá y de la Estructura Ecológica Regional de Cundinamarca, que es el conjunto de elementos naturales que sostienen la biodiversidad de un territorio.

Ubicado entre el municipio de Mosquera y la localidad de Fontibón, en 2021 el Meandro del Say fue declarado como Reserva Distrital de Humedal, y, a diferencia de otros humedales urbanos de la ciudad, su origen se debe a la intervención humana, cuando las compuertas desviaron el cauce del río Bogotá creando un meandro de 5.700 m. Así, lo que alguna vez fueron tierras de haciendas coloniales, hoy es un ecosistema amenazado por la urbanización descontrolada y las ocupaciones ilegales.

Un ecosistema bajo presión

Para su investigación, el ingeniero Callejas partió de una consulta bibliográfica y de un análisis teórico sobre la gestión de humedales urbanos y del impacto del crecimiento urbano en áreas protegidas; luego delimitó el área de estudio en el Meandro del Say, evaluando tanto su contexto ambiental, social y normativo como los hitos históricos.

La recolección de información en campo y en las entidades permitieron determinar una codificación, unas categorías y unos patrones esenciales para los resultados obtenidos, trabajo que se hizo mediante entrevistas con importantes actores como los líderes comunitarios, altos funcionarios de entidades gubernamentales, investigadores y empresas del sector productivo inmobiliario interesado en la zona.

También analizó datos espaciales mediante herramientas de georreferenciación como ArcGIS y QGIS, para mapear los patrones de asentamientos urbanos y su relación con el humedal.

“El Plan Parcial El Chanco no solo amenaza la biodiversidad del humedal, sino que además alteraría significativamente su función como regulador hídrico, aumentando el riesgo de inundaciones en las zonas urbanas aledañas, al contemplar las medidas de ecourbanismo y construcción sostenible expuestas en el Decreto 582 de 2023”.

“La falta de control y ejecución de las competencias de las entidades afecta gravemente la estructura del ecosistema generando un desequilibrio en la flora y la fauna silvestres debido a la perdida de hábitat, teniendo en cuenta que esta área es crucial para las especies migratorias” , señala el magíster.

Entre los principales hallazgos de su trabajo, el investigador identificó que este conflicto ambiental es un claro ejemplo de las controversias entre el desarrollo urbano territorial definido en la Ley 388 de 1997 y el ordenamiento ambiental territorial definido en la Ley 99 de 1993.

“Aunque existen normativas para proteger el ecosistema, la falta de coordinación entre entidades distritales, regionales y nacionales ha permitido la expansión de asentamientos informales y la presión inmobiliaria”, destaca.

También evidenció que “algunos habitantes del barrio conformado por ocupaciones informales ven en la protección del humedal una oportunidad para generar espacios de recreación y educación ambiental; ellos buscan formar parte del tejido de actores y dolientes del territorio. Por otro lado, otros ocupadores informales de este sector lo perciben como un obstáculo para el desarrollo de nuevas viviendas y actividades económicas”.

Precisamente este conflicto ambiental se intensifica en el barrio de los asentamientos informales conocido como “Rincón del Recodo”, en el costado suroccidental del humedal y dentro de su área de conservación y protección ambiental (APCA), el cual alberga a más de 300 personas, con cerca de 200 ocupaciones informales, las cuales son prácticamente casas consolidadas con hasta cuatro pisos, garajes, parqueadero, e incluso servicios públicos de agua potable y energía eléctrica.

“Este crecimiento irregular ha generado la apertura de al menos 80 expedientes policivos por daños ambientales y violaciones a las normativas urbanísticas”, señala el magíster.

¿Cómo preservar el Meandro del Say?

Como parte de las estrategias de mitigación, el investigador sugiere implementar corredores ecológicos que conecten el Meandro del Say con otros humedales cercanos, permitiendo la movilidad de especies y garantizando la conservación de la biodiversidad. También considera esenciales las acciones de restauración a través de un plan determinado a mediado y largo plazo.

En este sentido, destaca la necesidad de incluir los lineamientos de ecourbanismo y construcción sostenible contemplados en el Decreto 582 de 2023, además de implementar criterios ambientales en la planificación urbana, asegurando que el crecimiento de la ciudad no comprometa estos humedales estratégicos en la ciudad-región.

Además, plantea que transformar el barrio informal “Rincón del Recodo” en un ecobarrio sería una solución viable para frenar la expansión irregular y fomentar la integración comunitaria en la conservación del humedal.

El Plan de Manejo del humedal ha reportado la presencia de al menos 27 especies de aves, 4 de mamíferos y 3 de herpetos (anfibios y reptiles), además de una variedad de vegetación que sustenta el equilibrio del ecosistema. Sin embargo, sin una planificación adecuada muchas de estas especies se verían afectadas por la expansión urbana.

El trabajo “Asentamientos urbanos en el Sistema de Áreas Protegidas de Bogotá, caso de estudio: humedal Meandro del Say”, fue dirigido por la profesora Nohra León Rodríguez, actual decana de la Facultad de Ciencias Humanas de la UNAL.






Turismo y contaminación amenazan los manglares del Pacífico

 Lo que impulsa el turismo en la costa Pacífica también está amenazando su equilibrio natural. Una investigación de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) encontró que la contaminación por fosfatos y nitratos –causada por aguas residuales y restos agrícolas– está afectando la regeneración de los manglares en Buenaventura y Tumaco, poniendo en riesgo su biodiversidad y los servicios que les brindan a las comunidades. El impacto de este deterioro sería irreversible si no se toman medidas urgentes.

Los manglares son ecosistemas que, además de albergar una rica biodiversidad, sostienen la vida de comunidades negras e indígenas, las cuales los utilizan para pescar, recoger frutos y obtener materiales de construcción. Así mismo, brindan servicios ecosistémicos esenciales como proteger las costas, purificar el agua y capturar carbono. No obstante, estas funciones están siendo alteradas por acciones humanas como el vertimiento inadecuado de desechos, la acumulación de microplásticos y el uso excesivo de fertilizantes en zonas aledañas.

La investigadora Luisa Fernanda Mondragón Díaz, magíster en Ingeniería Ambiental de la UNAL, estudió la relación entre la concentración de nutrientes en los sedimentos y la estructura de los bosques de manglar en Buenaventura y Tumaco. Su estudio demostró que los bosques cercanos a zonas urbanas y turísticas reciben mayor carga contaminante, lo que afecta su crecimiento y composición.

Para su trabajo se analizaron cuatro sitios con distintos niveles de intervención humana: en Buenaventura se compararon los manglares del bosque de Piangüita –altamente expuestos al turismo y la contaminación– con los de San Pedro, más protegidos por barreras naturales, y en Tumaco se evaluaron los bosques de Bocagrande, situados en una zona turística, y los de Rompido, donde la tala y quema de árboles son frecuentes.

Las muestras se tomaron del agua intersticial de los sedimentos, aquella atrapada entre las partículas del suelo (o sedimento) en un ecosistema acuático, que actúa como un reservorio de nutrientes y otras sustancias químicas influyendo en la disponibilidad de elementos esenciales para las plantas y los microorganismos, y cuya composición puede cambiar por la contaminación, y afectar la salud de los manglares. De las muestras se midió la concentración de nutrientes y su impacto en la estructura de los manglares.

El impacto invisible de la contaminación

“Los resultados revelaron que en Buenaventura las concentraciones de fosfatos y nitratos son más altas, y que estos nutrientes favorecieron la aparición de nuevos árboles, pero más pequeños”.

“En Tumaco los niveles de amonio y nitritos son más elevados, y la alta concentración de estos últimos afectó la regeneración del manglar. Dichos niveles aumentan en época seca, lo que posiblemente obedece al incremento de aguas residuales por el turismo”, afirma la investigadora.

Señala además que “el exceso de nutrientes puede generar eutrofización, un fenómeno en el que la proliferación de algas reduce el oxígeno disponible, lo que perjudica a la fauna y la flora: una acumulación excesiva de fósforo obstaculiza el crecimiento de las plantas, y la reducción del oxígeno en los sedimentos puede aumentar las emisiones de gases como el dióxido de carbono y el metano”.

Este estudio representa un hallazgo fundamental para entender el estado de los manglares del Pacífico colombiano, pues al generar una base de datos sobre la calidad del agua intersticial y los niveles de eutrofización se pueden establecer alertas tempranas y orientar estrategias de conservación.

La investigación  también subraya la necesidad de establecer regulaciones más estrictas en la gestión de residuos y en el turismo en estas áreas sensibles, asegurando la protección de estos ecosistemas esenciales tanto para la biodiversidad como para las comunidades locales.






lunes, 7 de abril de 2025

Lagartijas estriadas se han adaptado para vivir en el campus de la UNAL Sede Bogotá

 De estas habitantes de la Ciudad Universitaria, conocidas científicamente como Riama striata y cuya característica principal son las estrías en sus escamas, existen dos poblaciones que han sorteado las amenazas de vivir en la ciudad, con adaptaciones diferentes entre sí en sus formas de reproducción que evidencian historias fascinantes de supervivencia.

Sede Bogotá se ubica en los invernaderos de la Facultad de Ciencias Agrarias y se caracteriza por un rápido recambio de individuos jóvenes, por su alta tasa de natalidad; la otra está en los alrededores del edificio de la Facultad de Cine y Televisión, en donde las lagartijas optan por una estrategia más cautelosa, con individuos que viven más tiempo, pero su reproducción es menos frecuente.

La lagartija estriada es autóctona de las tierras frías y altas de la cordillera Oriental de Colombia y se distribuye en Boyacá, Cundinamarca y Santander. Los registros de la especie se reportan especialmente en la Sabana de Bogotá, los cerros Orientales y los páramos.

Esta especie se puede observar debajo de troncos, rocas, hojarasca o entre el pasto. En áreas afectadas por la expansión urbana habita debajo de escombros de cemento, ladrillo, plástico o madera. Las hembras ponen entre 1 y 2 huevos, y se ha sugerido que dos o más de ellas pueden ubicarlos en un mismo sitio, lo que se conoce como “nidos comunales”.

El biólogo Miguel Ángel Méndez Galeano, magíster en Biología, realizó el primer reporte oficial de estas lagartijas en la Universidad en 2016. Ahora, junto con sus colegas Rafael Moreno y Alejandra Pinto –también de la Institución– adelantaron un exhaustivo seguimiento de ambas poblaciones para conocer su estado, parámetros y dinámicas en un área urbana.

Para realizar el estudio, durante un año los investigadores buscaron individuos en las instalaciones de Cine, el Invernadero, y cerca al Estadio Alfonso López Pumarejo y la Hemeroteca Nacional. “Los individuos capturados se marcaron para poder identificarlos y facilitar el monitoreo de su crecimiento y supervivencia”, explica el magíster.

Este estudio arroja luces sobre la compleja dinámica demográfica de estas lagartijas, y además plantea preguntas cruciales sobre cómo las condiciones ambientales y las estrategias de vida pueden influir en la resiliencia de las especies en entornos urbanos.

Misma especie, diferentes comportamientos

Los hallazgos mostraron que las dos poblaciones de lagartijas son distintas. Aunque presentan características de estabilidad poblacional, las de Agronomía mostraron una mayor cantidad de individuos, con 68 encontrados (53 % adultos, 47 % juveniles) y un número estimado de 109 a 201. La población de Cine y Televisión, aunque más pequeña, se comportó de manera diferente en términos de estrategias demográficas. Allí se capturaron 40 lagartijas (62 % adultos, 38 % juveniles), y se estima que hay entre 60 y 126 ejemplares.

Las tasas de mortalidad también variaron entre las poblaciones. “La de Agronomía mostró una mayor mortalidad entre los adultos”, señala el biólogo Méndez. Esta evaluación, así como la de supervivencia, se realizó mediante recapturas, para llevar un control sobre si los individuos previamente marcados volvían a ser vistos, permitiendo así estimar la muerte y el nacimiento en cada población.

La lagartija estriada de la UNAL Sede Bogotá no cambia mucho de lugar y guarda fidelidad a su refugio, ubicado en los lugares que la protegen del pastoreo, los nichos térmicos, los sitios reproductivos o las fuentes de alimento, por lo que su conservación depende de que sus hábitats no se modifiquen con cambios de cobertura vegetal por urbanización, lo que podría en riesgo su existencia.

A pesar de las condiciones de alta intervención humana en el campus, las poblaciones de R. striata se mantienen estables. Esto sugiere que, aunque son vulnerables por su tamaño poblacional, han encontrado estrategias para sobrevivir en un entorno que presenta desafíos a causa de la presencia humana.

Según el investigador, “para proteger estas poblaciones únicas se aconseja preservar y enriquecer los elementos clave del hábitat de la especie, tales como mantener zonas de pastizal con refugios naturales y artificiales y evitar la poda de pasto en estos lugares”.

“Lo que puede parecer desordenado o antiestético para los humanos puede ofrecer refugio y oportunidades de supervivencia para la fauna local”, concluye el investigador.






jueves, 3 de abril de 2025

Sin manejo del fuego, superficie afectada por incendios forestales aumentaría hasta un 33 % en 2050

 Aunque resultaría paradójico pensar en los incendios forestales cuando prácticamente las lluvias no cesan en todo el país, la idea no es descabellada, por el contrario, se necesita de mucha anticipación. Un estudio realizado por un equipo internacional de científicos, en el que participa una investigadora de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), destaca cómo la interacción entre la división de grandes zonas de bosques (bordes) y los incendios está transformando los ecosistemas de sabana y bosque en Sudamérica, y cómo lo seguirá haciendo en los próximos 25 años sino se toman medidas urgentes.

La investigación muestra que entre 1979 y 2013 las temporadas de incendios se prolongaron aproximadamente un 20 %. El estudio fue liderado por la ecóloga de ecosistemas Imma Oliveras Menor, del Instituto de Investigación para el Desarrollo Sostenible (IRD por sus siglas en francés), directora científica del proyecto Fire-Adapt, y por la profesora Dolors Armenteras Pascual, de la Facultad de Ciencias de la UNAL, como co-líder sénior.

Además, los modelos de cambio climático utilizados en el estudio, basados en escenarios de bajas emisiones del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), sugieren que para 2030 la superficie quemada aumentará entre un 9 y un 14 %, y para 2050 entre un 20 y un 33 %, incluso en el escenario de emisiones más bajas, es decir donde los países cumplen sus compromisos climáticos (tipo Acuerdo de París), reduciendo el uso de combustibles fósiles, lo que conlleva menores emisiones de gases de efecto invernadero.

Con respecto a las estimaciones, la profesora Armenteras explica que “los modelos se basan en simulaciones climáticas globales con diferentes escenarios de emisiones del IPCC. En este caso, el artículo usa un escenario conservador (el de bajas emisiones) para ilustrar que incluso con medidas climáticas ambiciosas los incendios seguirán aumentando”. ​

“Los esfuerzos no se deben orientar solo a la respuesta de la emergencia, sino que, más allá de la prohibición del uso del fuego, la prevención de incendios implica entender el rol de este en los ecosistemas naturales y su uso controlado en sistemas productivos, lo cual es abordado en el enfoque de Manejo Integral del Fuego”.

El manejo integral del fuego es un proceso participativo y colaborativo orientado a formular, ejecutar, hacer seguimiento y evaluar políticas, estrategias, planes, programas, regulaciones, instrumentos, medidas y acciones permanentes para conocer el rol ecológico, cultural y socioeconómico del fuego y reducir el riesgo por incendios, además de incorporar estos elementos en la planificación y el manejo sostenible de los territorios, promoviendo la seguridad, el bienestar y la calidad de vida de las personas; en otras palabras, es una herramienta esencial para hacerle frente a los incendios forestales en un contexto de cambio climático.

“Además, sus acciones se basan en tres tipos de conocimiento: el local y tradicional (que surge de las personas que habitan el territorio), el técnico (gestores del territorio, organizaciones locales, etc.), y el científico”, aporta la experta Oliveras.

Teniendo en cuenta tales aspectos, el equipo de investigadores realizó una revisión de las prácticas actuales de gestión de incendios, centrándose en el manejo integrado del fuego, su progreso y los desafíos en su implementación en diferentes regiones del mundo, con un énfasis especial en Suramérica.

Además de las estimaciones mencionadas, entre los aportes del estudio se encuentra la identificación de 5 estrategias para mejorar la gestión del fuego; estas son:

  • Promoción de paisajes resilientes: reducción de la carga de combustible y diversificación del uso del suelo.
  • Revalorización del conocimiento indígena y local: integración de prácticas ancestrales en estrategias de manejo modernas.
  • Restauración ecológica posincendios: protección de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos.
  • Reducción de emisiones de carbono: control estratégico del fuego para minimizar su impacto climático.
  • Fortalecimiento de la gobernanza del fuego: cooperación entre gobiernos, comunidades y científicos para una gestión eficaz.

  • Impacto del fuego en la Orinoquia

    Un ejemplo sobre la manera como los incendios impactan en los bosques es la investigación “Diseño participativo de estrategias para la reducción de incendios forestales, la conservación de la biodiversidad y el desarrollo regional en paisajes multifuncionales”, financiada por el Sistema General de Regalías y realizada en los paisajes de sabana de la Orinoquia por el Laboratorio de Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod) de la UNAL.

    En las zonas de transición sabana-bosque de los paisajes de sabana tropical como el de la Orinoquia, conocidas como bordes, los incendios influyen significativamente en la integridad estructural y las características funcionales de los árboles, con implicaciones para la resiliencia de los ecosistemas, el almacenamiento de carbono y la biodiversidad.

    La profesora Armenteras, directora de Ecolmod, señala que “cerca de los bordes, donde termina el bosque, los árboles tienden a ser más pequeños, con menor biomasa y menor densidad de madera, o al revés, los árboles más altos están hacia el interior del bosque. Esto significa que los bosques con más bordes, normalmente más fragmentados o divididos, podrían almacenar menos carbono y ser más vulnerables a las perturbaciones. Detectamos estos efectos en promedio hasta los 50 m del borde”.

    Los incendios hacen que los efectos de los bordes sean mayores. En áreas de bosque afectadas por incendios que provienen de la sabana se observaron cambios en la composición de especies y en los rasgos funcionales de los árboles.

  • Lo anterior sugiere que el fuego no solo elimina especies sensibles, o sea arboles con baja densidad de madera o hojas grandes, típicos de bosques húmedos, que no están adaptados al fuego​, entre las que se encuentran Richeria grandis, copal (Protium guianense) y epená (Virola carinata), sino que también favorece la expansión de especies más resistentes como el saladillo (Caraipa llanorum) y Eschweilera parviflora, que es resistente al fuego.

    De igual manera, se reduce la diversidad funcional del ecosistema, o sea que las especies que sobreviven tienen características similares, lo que disminuye la variedad de funciones ecológicas (por ejemplo, tipos de raíces, altura, eficiencia en captura de carbono, etc.), haciendo el ecosistema menos resiliente y menos capaz de adaptarse al cambio climático.

    “Los resultados subrayan la urgencia de desarrollar políticas de conservación y manejo del fuego que protejan la biodiversidad y la capacidad de estos ecosistemas para resistir el cambio climático”, concluye la investigadora Armenteras.


martes, 1 de abril de 2025

¿Qué tanto estamos expuestos a campos electromagnéticos y cómo podrían afectarnos?

 Mediante simulaciones computaciones, un modelo evalúa cómo nuestros brazos o piernas interactúan con la radiación no ionizante de baja frecuencia, específicamente de 60 hercios (Hz), presente en espacios como las subestaciones eléctricas, en los aparatos eléctricos y los tomacorrientes del hogar, entre otros. Con esta herramienta se realizarían estudios más detallados sobre la exposición de las personas a estos campos, lo que a su vez permitiría analizar límites de exposición de manera más precisa y disminuir la desinformación sobre los efectos de este tipo de radiaciones que siguen siendo materia de investigación.


La herramienta, desarrollada por el ingeniero electricista Samuel Andrey Gelvez Osorio, estudiante de la Maestría en Ingeniería - Ingeniería Eléctrica de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), usa representaciones geométricas simples, como círculos y cilindros que simulan partes del cuerpo como brazos y piernas, donde se encuentran el húmero y el fémur respectivamente, dos de los huesos más grandes, prominentes e importantes tanto para la movilidad como para el soporte del cuerpo.

Cada una de estas formas contiene capas que representan diferentes tipos de tejidos: piel, grasa, músculo, hueso cortical, hueso esponjoso y la médula ósea amarilla. Cada uno de ellos se modeló con sus respectivas propiedades eléctricas, ya que en su interior tienen moléculas y fluidos que contienen iones como sodio, potasio, fosforo y hierro que interactúan con la radiación no ionizante –de baja frecuencia– de diferentes maneras.

En Colombia el Reglamento Técnico de Instalaciones Eléctricas (Retie) establece los requisitos de seguridad para las instalaciones eléctricas y exige realizar aproximaciones de las emisiones de campo eléctrico y campo magnético para los proyectos de alta tensión –que están entre los 57,5 y 220 kilovoltios (kV)– y de extraalta tensión, que superan los 230 kV. Sin embargo en 2024 se actualizó el reglamento, dejando de  considerar los tiempos de exposición del público general, tiempo que se relaciona con los efectos fisiológicos o incluso efectos a la salud.

“Los métodos actuales para evaluar la exposición a campos eléctricos y campos magnéticos de baja frecuencia en el cuerpo humano no se están estandarizados; por eso el diseño del modelo que propongo permite tener una primera aproximación con simulaciones computacionales a las interacciones de estos campos electromagnéticos con el cuerpo”, señala el ingeniero Gelvez.

El modelo en acción

Para realizar las simulaciones, el estudiante Gelvez se apoyó en datos de estudios científicos previos que indican que el cuerpo humano está compuesto por un 36 % de músculo esquelético, un 29 % de músculo no esquelético y tejidos blandos, un 25 % de tejido adiposo y un 10 % de hueso.

Utilizando estos datos, junto con las propiedades eléctricas de los tejidos, implementó simulaciones basadas en las ecuaciones de Maxwell y algoritmos de elementos finitos que generan mapas detallados que muestran cómo se distribuye la emisión de campo dentro de las extremidades.

Para probarlo, representó el muslo de una mujer colombiana, de entre 20 y 29 años, cuya longitud promedio es de 55 cm. En la simulación se midieron variables como la intensidad del campo eléctrico (V/m), la densidad del flujo magnético (T) y de corriente (A/m²). Estos tres resultados permitieron aproximar la energía absorbida por el “cubo de piel” y predecir el posible incremento de temperatura, un indicador del impacto de la energía.

“Para el rango de valores de emisión que contienen a la normativa colombiana, los incrementos de temperatura variaron entre 10-9 °C y 10-5 °C, que indica que estos incrementos son prácticamente imperceptibles para el ser humano, es decir que una persona no experimentaría ningún efecto térmico significativo debido a la exposición de radiación no ionizante”, manifiesta.

En cuanto al campo eléctrico, el investigador explica que existe un umbral de 4 voltios por metro (V/m) como la intensidad mínima necesaria para estimular el sistema nervioso periférico, que es la red de nervios encargada de conectar el cerebro y la médula espinal con el resto del cuerpo. Sin embargo, “las simulaciones indicaron que la exposición real de las extremidades humanas, como brazos y piernas, está por debajo de este nivel. Esto significa que, al estar expuestas a estos campos eléctricos, no reciben suficiente intensidad para activarlos, lo que evita cualquier alteración en su funcionamiento normal”.

No obstante, aclara que se debería evitar la exposición prolongada, especialmente aquella que excede las 8 horas diarias –el tiempo considerado como jornada laboral–. Hasta 2024 este límite estaba explícito en el Retie.

“El año pasado la norma se actualizó y se eliminó un aspecto importante que especificaba el tiempo máximo de exposición. Por eso, con este estudio, recomendamos reincorporarlo para garantizar que las personas no superen esos límites de exposición prolongada”, concluye el investigador.







 




lunes, 31 de marzo de 2025

Mapean zonas de amenaza por movimientos en masa submarinos en el Caribe colombiano

 Bajo las aguas de la cuenca Sinú Offshore, o en ultramar –ubicada entre Cartagena y Arboletes (Antioquia)–, se encuentran cables de fibra óptica que garantizan la conectividad de millones de personas, tuberías que transportan gas y petróleo, y plataformas que sostienen la producción energética del país. Un estudio identificó que en esta importante región para la infraestructura submarina los espacios con susceptibilidad media y alta de movimientos de masa se localizan en el occidente y noroccidente, donde la actividad geológica es más intensa.

La cuenca Sinú Offshore también es una de las áreas más complejas porque se encuentra justo en el cruce de tres placas tectónicas: la del Caribe, la de Nazca y la Sudamericana, que provocan un sistema de fallas que hace que el terreno submarino pierda estabilidad, y por ende que sea más propenso a los deslizamientos.

Los estudios sobre los deslizamientos submarinos son relativamente nuevos en el país, y por eso David Styman Rodríguez Contador, magíster en Ingeniería Civil - Geotecnia de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), le apostó a realizar este estudio pionero en esta cuenca, mapeando las áreas de susceptibilidad alta, media y baja que ayudarían a identificar escenarios para mitigar y prevenir estos eventos.

“Hasta ahora los estudios se han enfocado más en la morfología marina, por eso consideramos importante analizar los posibles estadios de amenaza para tener un primer acercamiento a escala 1:50.000 y así poder plantear escenarios de riesgo mediante un estudio de vulnerabilidad”, aclara el investigador en su estudio determinó las siguientes zonas:


  • Alta amenaza: zonas del oriente y nororiente de la cuenca que tienen pendientes inclinadas cercanas a fallas geológicas y colinas con suelos antiguos (del Pleistoceno), propensas a inestabilidad del terreno. También predominan los flujos de detritos, que son residuos generados por la descomposición de materia orgánica, así como los deslizamientos complejos.
  • Amenaza media: en el corredor central se identificaron las terrazas y los cañones submarinos, volcanes de lodo y laderas poco inclinadas, donde los deslizamientos combinados son los más frecuentes. También se evidenciaron flujos de detritos y algunos movimientos rotacionales. Aunque la inestabilidad es menor que en los escenarios de amenaza alta, con el tiempo estos procesos pueden modificar el relieve submarino.
  • Baja amenaza: se situó hacia el occidente y corresponden a las áreas profundas y alejadas de fallas, con fondos planos y estables. En ellas no hay presencia de deslizamientos significativos, y solo se observan algunos flujos de material suelto en menor medida. En general, estas zonas moldean condiciones más seguras y con poca alteración del lecho marino.

  • “Los datos que obtuvimos muestran que la actividad geológica es más intensa en geoformas más pronunciadas que en otras. Por eso uno de los retos es poder usar estos y otros resultados como herramientas que ayuden a tomar decisiones o que den origen a otros estudios”, precisa el magíster de la UNAL.

    La “radiografía” del fondo marino

    Para llegar a esos resultados, el ingeniero Rodríguez recopiló información batimétrica, es decir la topografía del lecho marino, y datos ya interpretados de reflexiones y tomografías sísmicas, que evidenciaron cuerpos de deslizamientos. También usó registros de campañas de exploración realizadas previamente en la zona.

    Aclara que, “esta información fue la que nos permitió ver cómo estaba moldeado el terreno submarino a través de modelos de elevación digital (DEM) y de patrones geomorfológicos. Lo que se puede deducir es qué tan profundo y qué geoformas tallan el terreno”.

    Con estos insumos y estudios científicos, realizados previamente en este sitio, propuso un mapa geomorfológico y uno geológico a escala 1:50.000 (significa que un centímetro en el mapa representa 50.000 cm, o 500 m en el suelo), para comprender mejor el entorno submarino de la cuenca Sinú Offshore.

  • “Estructuralmente, la cuenca esta esculpida por sierras homoclinales caracterizadas por capas de rocas que se inclinan en una misma dirección, por valles de morfología cóncava (que se curva hacia adentro) y alargadas, moldeadas por deformaciones tectónicas, volcanes de lodo y una extensa llanura plana o abisal hacia el fondo, estos elementos fueron indispensables para determinar la susceptibilidad a deslizamientos”, dice el magíster.

    Luego propuso una forma de clasificar la susceptibilidad por eventos de remoción en masa, combinando las variables mismas del terreno como la geología, la geomorfología, las pendientes, la densidad de fallas, la elevación y hasta la orientación de las pendientes del fondo marino. Según comenta, para hacerlo utilizó dos modelos estadísticos llamados “método peso de evidencia” y “método de valor de la información”, que le ayudaron a identificar las áreas con mayor probabilidad de presentar deslizamientos.

    Aunque estos son los primeros resultados generados hasta el momento, el ingeniero tiene claro que aún queda mucho por hacer. En la revisión de la literatura, que fue el punto de partida de su estudio, identificó que faltaban muchos datos, especialmente sobre las propiedades y características del suelo y las rocas, que son importantes para entender el comportamiento del mismo suelo en estos ambientes.

    “Este estudio es un punto de partida, pero la idea es que otras investigaciones lo complementen y profundicen en los factores que influyen en estos deslizamientos”, concluye el investigador Rodríguez.


jueves, 27 de marzo de 2025

Casa de bahareque, alternativa sostenible y segura para el Caribe, ¿por qué?

 Este tipo de construcción remite a lo esencial; sus materias primas son la tierra, el agua y la madera, y se construye con una sola herramienta: el cuerpo. Si esta técnica tradicional se rescatara, ofrecería una solución de vivienda no solo sismorresistente sino también fresca, duradera, económica y sostenible en regiones como Sincelejo (Sucre).

Cristian José Lora Banquéz, magíster en Construcción de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín, adelantó un estudio pionero en la región, en el cual describió: las patologías –defectos o lesiones– que afectan las construcciones de bahareque de esta zona del país; los imaginarios erróneos en cuanto a su resistencia; y cómo optimizarlas para rescatarlas como una técnica con menor impacto ambiental.

“Cuando hablamos de bahareque hablamos de arquitectura vernácula, es decir hecha con recursos que se encuentran en el contexto natural, en las montañas y las orillas de los ríos. Por eso cada cultura ha desarrollado su propia técnica, agregando o no boñiga, revocando o cambiando la guadua por caña”, explica.

Para levantar una estructura se extiende el barro sobre el suelo y se pisa con fuerza hasta encontrar, a pie limpio, que la mezcla quede firme alrededor de las huellas; para construir las paredes, la mezcla se deposita con las manos sobre el lodo, en medio de un tejido vertical hecho con palos de guadua u otros materiales.

Sincelejo es una de las ciudades caribeñas que más conserva viviendas con este tipo de arquitectura; se pueden rastrear hasta los poblados o rochelas indígenas precolombinas que desarrollaban su hábitat a partir de la relación armoniosa entre humano y naturaleza.

“Tras la colonización española esta estética se desplazó hacia las periferias y se impusieron nuevos ideales de progreso en favor de las élites”, señala el investigador. Sin embargo, pese a la antigüedad, el deterioro y la disonancia con las construcciones modernas, estas casas darían cuenta de la historia de la ciudad y de su valor patrimonial, e incluso serían una oportunidad de construcción para hacerle frente a la crisis climática.

Reconocida por la norma, pero no en su totalidad

El bahareque encementado es la única tipología reglamentada por la Norma Colombiana de Construcción Sismo Resistente (NSR-10), lo que ha relegado otro tipo de  construcciones como el bahareque tradicional en tierra, tabla o metal, incluso a pesar de ser más frecuentes y eficientes en otras regiones del país.

“Revisamos esta norma y el Manual de evaluación, rehabilitación y refuerzo del bahareque en Colombia, de la Asociación Colombiana de Ingeniería Sísmica, y encontramos además vacíos en torno al contexto de la región Caribe, pues sus directrices se basan en las construcciones de  regiones centrales, con características geográficas, ambientales, culturales y sociales muy distintas a las de la región”, añade el magíster Lora.

Estos vacíos son un impedimento para las intervenciones de conservación o construcción de viviendas en municipios como Sincelejo, pues allí se utiliza, por ejemplo, caña de lata o caña flecha para los entramados, bejucos o cauchos para los amarres, y morteros de revoque de arena y cagajón de ganado, materiales que no están contemplados en los documentos. “Todo esto impide restaurar o conservar adecuadamente la arquitectura vernácula de la zona”, señala.

El peso del estigma

El investigador encuestó a 96 personas para indagar sobre el imaginario social que existe en torno a la técnica, y encontró, entre otras cosas, que el 59 % de ellas cree que el bloque de cemento es el material más resistente, seguido del ladrillo de arcilla (26 %). Así mismo, el 62 % consideró que el bahareque es la técnica más costosa.

“Esto último es parcialmente cierto, porque cada vez hay menos mano de obra cualificada y es difícil conseguir materiales como las cañas porque se siembran menos en la zona. Si estas dos falencias se solventan capacitando a nuevos constructores y consolidando un mercado robusto de maderas, se dinamizaría incluso la economía de la región”, agrega el investigador.

“También es una técnica más rápida de ejecutar, y por la diversidad de materiales con que se ha usado en todo el mundo, es flexible y adaptable según los recursos disponibles, por eso sería muy conveniente en áreas rurales. Lo importante ahora sería solucionar sus debilidades”, continúa el magíster Lora. Según Camacol, en Colombia 1,7 millones de viviendas rurales tienen deficiencias de calidad y el 46,8 % en estructura.

Las “enfermedades” y los “remedios”

Para identificar las afecciones propias del Caribe, el investigador revisó bibliografía y analizó algunas de las zonas más antiguas de Sincelejo que cuentan con estructuras en buen y mal estado como la calle Sucre, Petacas, San Carlos y el sector Cruz de Mayo.

Entre las principales afecciones que encontró está la rotura del material, la aparición de grietas, la humedad por el agua en el suelo debajo de la vivienda (capilaridad) y la presencia de insectos que roen la madera. De igual modo, el desplome de las varas y el desprendimiento del material de relleno, siendo el acabado final la estructura que más presenta lesiones por su exposición directa a agentes ambientales.

“A partir de este análisis definimos algunos lineamientos para optimizar la técnica y convertirla en una alternativa viable de construcción contemporánea, máxime ante el cambio climático, por su cualidad de sostenible”, señala el investigador.

Para evitar la humedad, la podredura y las plagas, el estudio propone impermeabilizar el piso, de manera que se aíslen las varas del suelo. Para el relleno y la garantía de una correcta adherencia sería necesario apelar a la norma vigente y su indicación de usar mallas metálicas o plásticas.

Por último, y como se trata de una construcción artesanal, sería fundamental estandarizarla a partir de estudios estructurales, teniendo en cuenta distintos tipos de madera, incluso reforestadas, que aporten más a la economía local y a la sostenibilidad.

Recuperar el bahareque requeriría pedagogía entre la comunidad, revalorizar los saberes ancestrales y socializar las bondades de la técnica para que no se asocie con pobreza, atraso o insalubridad.