En los últimos años la cobertura de manglar en San Andrés se ha reducido por eventos como el huracán Iota de 2020, que afectó el 70 % de estos bosques al norte de la Isla. En el manglar Old Point las plantas jóvenes no logran establecerse con éxito, y sin estos guardianes naturales la Isla queda más expuesta a la impredecible fuerza del mar. Pero las toneladas de sargazo, un alga flotante que inunda las costas y se limpia como basura, serían la solución para recuperar esta vegetación.
Desde 2009, y con más fuerza desde 2011, enormes masas de
sargazo comenzaron a formarse en el Atlántico tropical y llegaron al Caribe, lo
que hoy constituye un problema para estas playas. El fenómeno obedece a
factores como la combinación de aguas más cálidas, los cambios en las
corrientes marinas y un exceso de nutrientes que actúan como fertilizante
permitiendo que el sargazo crezca y viaje miles de kilómetros hasta playas como
las de San Andrés.
El sargazo masivo es un dolor de cabeza tanto para los
isleños como para el ecosistema, pues cuando se acumula en las playas desprende
un olor fuerte, casi a huevo podrido, que ahuyenta a los turistas, y al
descomponerse consume oxígeno en el agua afectando a los peces, corales y otros
organismos marinos. Entre sus enredos arrastra basura, microplásticos, e
incluso restos de animales muertos. Y por si fuera poco, se puede convertir en
vehículo de metales pesados como el arsénico, que si no se manejan adecuadamente
terminan contaminando más de lo que ayudan.
Pero lo que para muchos habitantes de las playas es solo un
estorbo maloliente, para un grupo de investigadores se ha convertido en una
oportunidad, pues lo están transformando en un abono natural capaz de ayudar a
restaurar los manglares que protegen la Isla tanto de huracanes como de la
erosión y del cambio climático, y que, comparado con el propio suelo del
manglar, le ayuda a sobrevivir, crecer y tener más hojas.
Hoy la gestión más común en San Andrés es enterrarlo. Se
recoge con palas y maquinaria y se cubre bajo la arena, un método rápido pero
que no resuelve el problema de fondo porque los desechos no se gestionan sino
que se ocultan desaprovechando los beneficios que traería usarlos.
El biólogo Juan Andrés Palacios Rocha, investigador de la
Universidad Nacional de Colombia (UNAL), decidió que no se limitaría a ver cómo
el sargazo se convierte en basura, e, inspirado por la urgencia de recuperar
los manglares que protegen a San Andrés de la erosión de sus costas y de las
tormentas, se propuso utilizar esta microalga marina como abono para conservar
los bosques costeros.
Esta vegetación de árboles de raíces entrelazadas que crece
donde se mezclan el agua dulce y la salada, almacena carbono y sirve de hogar a
peces, cangrejos, aves y muchas otras especies marinas y terrestres, pero
enfrenta graves amenazas.
El trabajo del investigador Palacios comenzó mar adentro.
Con el apoyo de su directora, la profesora Briggite Gavio, del Departamento de
Biología de la UNAL, y su equipo, recolectaron unos 70 kilos de sargazo
fresco, cuidando que no estuviera demasiado deteriorado. Una vez en tierra, lo
lavaron con agua dulce para retirarle la sal acumulada durante su travesía.
Luego lo mesclaron con residuos de cocina (de origen no
animal), también cerca de 70 kilos recolectados en la Isla, más 30 kilos de
trozos de madera triturada. “Esa mezcla se dejó compostar durante 61 días,
alcanzando temperaturas de hasta 60 °C en su fase más activa, lo que ayuda
a eliminar bacterias y acelerar la descomposición. Después se tamizó y se dejó
secar al sol hasta obtener un abono uniforme y rico en nutrientes como
nitrógeno, fósforo y potasio, esenciales para el crecimiento de las plantas”,
explica el biólogo.
Con el compost listo llegó el momento de la prueba. En un
vivero se sembraron plántulas del mangle rojo (Rhizophora mangle)
característico del Caribe, en 4 tipos de sustratos: (i) tierra local de San
Andrés que se vende para plantar, (ii) mezcla de 50 % tierra local y
50 % compost con sargazo, (iii) mezcla de 50 % tierra local y
50 % compost sin sargazo, y (iv) tierra de un manglar natural de Old
Point.
Lo que reveló la naturaleza
En el invernadero todas las plántulas sobrevivieron. No hubo
diferencias notorias en el crecimiento, y la herbivoría (ataque de animales que
comen hojas) fue mínima. Pero la verdadera prueba llegó cuando las plantas se
enfrentaron al mundo real, en las condiciones cambiantes del manglar.
Allí las diferencias saltaron a la vista: las plántulas que
crecieron en el sustrato con 50 % de compost de sargazo fueron las más
vigorosas. Tenían más hojas y más sanas. La supervivencia en este grupo superó
ampliamente a las que crecieron en suelo del manglar, que mostraron menor
altura, menos vigor y más afectación foliar.
El temor de que el compost de sargazo acumulara metales
pesados en las plantas se disipó con análisis de laboratorio: la transferencia
de estos elementos a los tejidos fue mínima. Incluso con la legislación
colombiana –más laxa que la europea– los niveles se mantuvieron dentro de los
límites aceptados.
Los resultados son prometedores. Usar compost de sargazo no
solo mejoraría el éxito de restauración de los manglares, sino que además
ofrecería una forma ecológica de manejar las toneladas de biomasa que hoy son
tratadas como basura. Esto significa menos impacto en las playas turísticas,
menos gasto en disposición y más oportunidades para fortalecer la protección
natural de la Isla.