viernes, 3 de octubre de 2025

Tomate de árbol se ahoga en Boyacá, pero una hormona sería su “chaleco salvavidas”

 Cuando las lluvias arrecian en zonas de planicie como Boyacá, el tomate de árbol paga las consecuencias: las raíces se asfixian bajo el exceso de agua y hasta el 90 % de los frutos se pierden. Ahora, científicos probaron que una hormona obtenida de flores actuaría como escudo protector manteniendo el crecimiento y las hojas incluso en plena temporada invernal.

En las montañas frías de Boyacá, Cundinamarca y Antioquia –principales regiones productoras de este fruto– las lluvias excesivas saturan el suelo y lo vuelven incapaz de drenar. Las raíces quedan atrapadas en un charco invisible y, sin oxígeno, empiezan a marchitarse como si se ahogaran bajo tierra. El desenlace es devastador: las hojas se tornan amarillas, los frutos se desprenden antes de madurar y las cosechas se pueden reducir drásticamente en cuestión de días.

La magnitud del problema se refleja en las cifras. Según la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), el país produce más de 150.000 toneladas de tomate de árbol al año, y departamentos como Boyacá concentran buena parte de esta producción. En épocas de lluvias intensas, incluidas las asociadas con el fenómeno de La Niña, las pérdidas se convierten en una verdadera pesadilla para cientos de familias campesinas que dependen de este fruto para su sustento.

Este fruto ha sido poco estudiado, en especial su capacidad para resistir las inundaciones del suelo, por lo que el investigador Diego Alejandro Gutiérrez Villamil, magíster en Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), se adentró en el problema describiendo el primer impacto: “con 4 de inundación la planta ya empieza a colapsar, y después de ese momento el daño es irreversible”.

En las montañas frías de Boyacá, Cundinamarca y Antioquia –principales regiones productoras de este fruto– las lluvias excesivas saturan el suelo y lo vuelven incapaz de drenar. Las raíces quedan atrapadas en un charco invisible y, sin oxígeno, empiezan a marchitarse como si se ahogaran bajo tierra. El desenlace es devastador: las hojas se tornan amarillas, los frutos se desprenden antes de madurar y las cosechas se pueden reducir drásticamente en cuestión de días.

La magnitud del problema se refleja en las cifras. Según la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), el país produce más de 150.000 toneladas de tomate de árbol al año, y departamentos como Boyacá concentran buena parte de esta producción. En épocas de lluvias intensas, incluidas las asociadas con el fenómeno de La Niña, las pérdidas se convierten en una verdadera pesadilla para cientos de familias campesinas que dependen de este fruto para su sustento.

Este fruto ha sido poco estudiado, en especial su capacidad para resistir las inundaciones del suelo, por lo que el investigador Diego Alejandro Gutiérrez Villamil, magíster en Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), se adentró en el problema describiendo el primer impacto: “con 4 de inundación la planta ya empieza a colapsar, y después de ese momento el daño es irreversible”.

Para evaluar su efecto, el magíster conformó dos grupos: uno sin tratamiento y otro al que aplicó brasinoesteroides en las hojas con dos dosis: 6,7 y 3 mililitros por litro, antes y 24 horas después de inundar las materas. Esto le permitió comparar la resistencia y recuperación de las plantas tratadas frente a aquellas que no recibieron ninguna ayuda.

Los resultados sorprendieron al investigador: mientras las plantas sin protección empezaban a marchitarse y perder vigor a los pocos días, las tratadas con la hormona lograron mantener sus hojas verdes, conservar la clorofila y seguir realizando fotosíntesis incluso bajo condiciones de estrés. Además, produjeron sustancias protectoras como la prolina, un aminoácido que actúa como escudo interno frente al ahogamiento.

El estudio fue dirigido y acompañado por el profesor Helber Enrique Balaguera López, de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL, y de Óscar Humberto Alvarado Sanabria, magíster en Ciencias Agrarias.

Hasta la raíz

La hormona permitió que el tomate de árbol no se hundiera del todo. Después de la inundación, las plantas tratadas se recuperaron más rápido y siguieron creciendo, algo que no ocurrió con las demás. Fue como darle un flotador a un nadador que lucha contra la corriente: el río sigue caudaloso, pero al menos tiene la oportunidad de llegar a la orilla.

“Actualmente los agricultores tratan de hacer zanjas para que el agua fluya y las plantas no se ahoguen, pero esto no siempre es efectivo. Por otro lado, algunos ya usan la hormona pero sin saber cuáles son las concentraciones ideales o en qué momento aplicarla. El estudio es una guía para que lo hagan de manera correcta”, indica el investigador Gutiérrez.

Además de alimentar a miles de hogares, el tomate de árbol también se exporta: en 2022 llegaron cargamentos a Países Bajos, Canadá, Bélgica y Rusia. Su peso económico y cultural lo hace símbolo de la agricultura andina, pero también víctima del cambio climático, “que no solo eleva la temperatura, sino que en pocos días concentra lluvias que antes caían en un mes, seguidas de largas sequías”, señala el investigador.

Los científicos advierten que no se trata de una solución mágica. Falta probar la hormona en las raíces y medir su efecto, aunque allí el reto es mayor porque puede diluirse en el suelo y perder eficacia. Aun así, representa una pieza en el rompecabezas de la adaptación agrícola a las lluvias intensas. Lo ideal es combinar un buen manejo del agua con la aplicación estratégica de estas hormonas para obtener cultivos más resistentes.

“Aunque las hormonas aplicadas en las plantas no tienen impacto en la salud humana, para ellas sí son perjudiciales en concentraciones muy altas, pues impiden su crecimiento normal”, explica el experto.

En las montañas boyacenses, donde las lluvias golpean sin tregua y las nubes oscurecen los valles, los campesinos seguirán sembrando tomate de árbol con la esperanza de que sus frutos lleguen intactos a la cosecha. Quizá con la ayuda de esta hormona “salvavidas”, tengan más posibilidades de ganar la batalla contra el exceso de agua que amenaza sus huertas.











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