Ubicado en el municipio de Nuquí (Chocó), cada año el golfo de Tribugá no solo recibe a las ballenas jorobadas que viajan desde la Antártida para reproducirse, parir y amamantar allí a sus crías, sino que además es escenario de un proyecto que une a comunidades locales, investigadores de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín, fundaciones aliadas y autoridades ambientales para consolidar asociaciones comunitarias que impulsen un avistamiento sostenible y respetuoso con la especie, y que sean una fuente de ingresos para la región.
Cada año, entre julio y octubre el Pacífico colombiano se
convierte en un refugio para las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae),
las cuales recorren más de 8.000 km desde la Antártida, en donde tienen su
fuente de alimentación, por eso su travesía la hacen en ayuno. En el golfo de
Tribugá estas gigantes del Océano se aparean, tienen sus partos y empiezan a
enseñarles a sus ballenatos lo que requieren para la ruta migratoria.
“Esta condición hace que el respeto por su tranquilidad sea
decisivo para garantizar el buen desarrollo de las actividades que realizan
aquí”, menciona la profesora Clara Inés Villegas Palacio, del Departamento de
Geociencias y Medio Ambiente de la Facultad de Minas de la UNAL Sede Medellín.
En ese sentido, investigadores de la UNAL, a través del
Centro de Excelencia en Ciencias Marinas (CEMarin), trabajan desde hace 16
meses en un proyecto participativo con comunidades de Nuquí y sus
corregimientos.
La iniciativa “Avistamiento sostenible de ballenas en el
golfo de Tribugá” (Abacos), iniciada en mayo de 2024 dentro del Distrito
Regional de Manejo Integrado Golfo de Tribugá – Cabo Corrientes, busca
consolidar asociaciones comunitarias capacitadas en ecología de las ballenas y
en prácticas de observación respetuosa, además de fortalecer los lazos de
cooperación y confianza entre los actores locales.
“Un avistamiento sostenible significa que la actividad
cumpla tres condiciones: que sea respetuosa con el medio natural y las
ballenas, que fortalezca el capital social de las comunidades, y que resulte
económicamente viable para ellas. Esto implica comprender el porqué de cada
medida —distancia mínima de acercamiento, tiempo limitado de observación y poco
ruido— y transmitirlo a los turistas, quienes suelen llegar con la expectativa
de ver a las ballenas haciendo saltos o piruetas. Un avistamiento exitoso no es
ver saltar a la ballena, basta con observar su lomo o su soplo”, explica la
profesora Villegas.
Avistamiento consciente desde Nuquí
A través de grupos comunitarios de WhatsApp, diferentes
actores del territorio y del proyecto comparten reportes y sucesos asociados
con la observación de estos cetáceos en el golfo. “En esos espacios, las
propias comunidades se encargan de velar porque las embarcaciones cumplan las
recomendaciones, pues ya reconocen que cuidar a las ballenas también es cuidar
su forma de vida”, destaca la profesora Villegas. Así la práctica ha
consolidado la cooperación y los lazos comunitarios en el territorio.
Desde el inicio del proyecto, capitanes, motoristas, guías,
mujeres, hoteleros, posadas nativas y líderes de comunidades como Arusí,
Partadó, Termales, Joví, Coquí, Panguí y Jurubirá, además del municipio de
Nuquí, han participado en encuentros comunitarios para definir acuerdos
colectivos para el avistamiento sostenible de las jorobadas. Además, se han
dado pasos hacia acuerdos de precios y protocolos de operación entre las
asociaciones.
El trabajo también cuenta con el respaldo de autoridades
locales y ambientales como el Consejo Comunitario y la Corporación Autónoma
Regional (Codechocó). Así mismo, la iniciativa se ha compartido en espacios
urbanos como el Parque Explora de Medellín, para que los diferentes públicos se
acerquen a la importancia de un avistamiento respetuoso y comunitario.
“Uno de los principales aprendizajes ha sido que construir
confianza entre la Universidad y la comunidad toma tiempo y exige altos
estándares éticos. Esa confianza, basada en la cooperación y la apertura mutua,
se ha convertido en un pilar para que el proceso avance y pueda inspirar
experiencias similares en otros territorios”, señala la académica Villegas.
Sin embargo, uno de los principales desafíos es la
continuidad: el proyecto finaliza en octubre, aunque sus líderes quisieran
continuar el proceso para garantizar su consolidación.
“Sin la apertura de la comunidad y de otros actores del
territorio, con sus conocimientos y disposición, nada de esto habría sido
posible. Ahora el reto es garantizar apoyo para que este proceso siga vivo y se
extienda a otros territorios del país”, concluye.