EcoLoop, una propuesta aplicada en eventos gastronómicos en Bogotá, demostró que el diseño puede ser determinante para mejorar la forma en que las personas separan sus residuos. Al rediseñar la estructura física de las estaciones —con orificios que obligan a encajar el residuo correcto, tapas inclinadas que facilitan la visibilidad y señalización clara—, y aplicar principios sencillos de ergonomía y aprendizaje por asociación, se eliminan ambigüedades, se reducen errores y se logra que la acción de separar se dé de forma natural y rápida.
Cada día se generan en Bogotá más de 8.000 toneladas de
basura, de las cuales el 51 % son residuos orgánicos y el 40 %
reciclables. Sin embargo, solo entre el 14 y 16 % se aprovechar
efectivamente, lo que significa que miles de toneladas de materiales
reutilizables terminan en el Relleno Sanitario Doña Juana.
En la ciudad cada vez son más frecuentes los festivales
gastronómicos y culturales, los cuales generan grandes volúmenes de residuos en
muy poco tiempo: entre 113 y 162 toneladas diarias en un solo evento, y menos
del 20 % se recicla correctamente.
Aunque la normativa colombiana (Ley 2232 de 2022 y
Resolución 2184 de 2019) exige estrategias de separación de materiales en el
lugar donde se originan, la realidad es que la mayoría de los puntos ecológicos
dependen de señalizaciones poco claras y de personal mal capacitado para
orientar al público, lo que encarece la operación sin asegurar buenos
resultados.
El enfoque propuesto por Juan Camilo Silva, Diana Paola
Castiblanco y Juan David Ospina, especialistas en Diseño y Desarrollo de
Producto de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), convierte la
disposición de residuos en un acto cotidiano fluido, sin necesidad de
explicaciones ni intermediarios, fortaleciendo así toda la cadena de
recolección y aprovechamiento de materiales.
El nombre EcoLoop combina la dimensión ecológica con la idea
de un “bucle” o circuito, porque busca cerrar el ciclo de los residuos desde el
momento en que se generan, mediante estaciones rediseñadas, participación
activa de los asistentes y un sistema de seguimiento que retroalimenta todo el
proceso.
La idea surgió luego de que los especialistas de la UNAL
observaran en varios eventos gastronómicos que la correcta disposición de los
residuos dependía por completo de la presencia de “ecoguardianes” —personas
encargadas de indicarles a los asistentes en qué caneca depositar cada
material—, una práctica que resultaba costosa y poco eficiente.
“Nos pareció un despropósito que todo dependiera de una
persona. Queríamos que el diseño hiciera esa labor, que no se necesitara pensar
ni preguntar dónde va cada cosa”, comenta la especialista Castiblanco.
Diseñar para guiar conductas
El equipo analizó referentes internacionales —desde sistemas
japoneses con hasta 7 tipos de recipientes hasta experiencias latinoamericanas—
y creó un dispositivo físico que aprovecha aprendizajes adquiridos desde la
infancia, como la asociación entre formas. “Si tienes un cilindro, no lo puedes
meter en un cuadrado. Es tan obvio que no hay que pensarlo, y eso reduce
muchísimo los errores”, explica la investigadora.
Las estaciones cuentan con tapas inclinadas e
intercambiables según el tipo de residuos de cada festival, lo que mejora la
visibilidad y permite personalizar la experiencia. Están elaboradas en cartón
reciclable, un material liviano, fácil de transportar y reutilizable, y su
altura (1 m) responde a criterios ergonómicos que facilitan el uso para la
mayoría de las personas.
Aunque el prototipo no se alcanzó a implementar en un
festival real, sí se realizaron pruebas piloto que replicaron la experiencia de
un evento gastronómico, entregando refrigerios con empaques típicos a
asistentes para observar su comportamiento sin dar instrucciones previas.
La mayoría de las personas separó correctamente los
materiales desde el primer intento, lo que demuestra que un buen diseño puede
reemplazar la necesidad de intermediarios. “La gente agradecía no tener que
detenerse a pensar demasiado; podían participar sin distraerse de la actividad
principal”, señala la especialista Castiblanco.
Además, el sistema mejora toda la logística posterior: al
asegurar que cada residuo llegue al contenedor correcto desde el inicio, los
recicladores no tienen que reprocesar bolsas mezcladas, lo que ahorra tiempo,
evita pérdidas de material y dignifica su trabajo dentro de la cadena.
Más que un contenedor, un cambio cultural
Los investigadores resaltan que basta con que un solo
residuo esté mal ubicado para afectar todo el aprovechamiento de un lote, y por
eso plantean un cambio en la experiencia de disposición de residuos. A través
de un diseño que activa conductas ya aprendidas y de estrategias de recompensa
—como beneficios simbólicos o descuentos en alianzas con marcas participantes—,
ellos buscan que separar los residuos se vuelva una acción automática y
valorada socialmente.
EcoLoop propone un modelo integral que combina diseño,
cultura ciudadana y economía circular, con impacto ambiental, económico y
social. “Esto no es un gasto adicional, es una inversión estratégica que mejora
la eficiencia de los eventos y posiciona a las organizaciones ante un público
que valora la sostenibilidad”, concluye la especialista Castiblanco.
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