jueves, 3 de abril de 2025

Sin manejo del fuego, superficie afectada por incendios forestales aumentaría hasta un 33 % en 2050

 Aunque resultaría paradójico pensar en los incendios forestales cuando prácticamente las lluvias no cesan en todo el país, la idea no es descabellada, por el contrario, se necesita de mucha anticipación. Un estudio realizado por un equipo internacional de científicos, en el que participa una investigadora de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), destaca cómo la interacción entre la división de grandes zonas de bosques (bordes) y los incendios está transformando los ecosistemas de sabana y bosque en Sudamérica, y cómo lo seguirá haciendo en los próximos 25 años sino se toman medidas urgentes.

La investigación muestra que entre 1979 y 2013 las temporadas de incendios se prolongaron aproximadamente un 20 %. El estudio fue liderado por la ecóloga de ecosistemas Imma Oliveras Menor, del Instituto de Investigación para el Desarrollo Sostenible (IRD por sus siglas en francés), directora científica del proyecto Fire-Adapt, y por la profesora Dolors Armenteras Pascual, de la Facultad de Ciencias de la UNAL, como co-líder sénior.

Además, los modelos de cambio climático utilizados en el estudio, basados en escenarios de bajas emisiones del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), sugieren que para 2030 la superficie quemada aumentará entre un 9 y un 14 %, y para 2050 entre un 20 y un 33 %, incluso en el escenario de emisiones más bajas, es decir donde los países cumplen sus compromisos climáticos (tipo Acuerdo de París), reduciendo el uso de combustibles fósiles, lo que conlleva menores emisiones de gases de efecto invernadero.

Con respecto a las estimaciones, la profesora Armenteras explica que “los modelos se basan en simulaciones climáticas globales con diferentes escenarios de emisiones del IPCC. En este caso, el artículo usa un escenario conservador (el de bajas emisiones) para ilustrar que incluso con medidas climáticas ambiciosas los incendios seguirán aumentando”. ​

“Los esfuerzos no se deben orientar solo a la respuesta de la emergencia, sino que, más allá de la prohibición del uso del fuego, la prevención de incendios implica entender el rol de este en los ecosistemas naturales y su uso controlado en sistemas productivos, lo cual es abordado en el enfoque de Manejo Integral del Fuego”.

El manejo integral del fuego es un proceso participativo y colaborativo orientado a formular, ejecutar, hacer seguimiento y evaluar políticas, estrategias, planes, programas, regulaciones, instrumentos, medidas y acciones permanentes para conocer el rol ecológico, cultural y socioeconómico del fuego y reducir el riesgo por incendios, además de incorporar estos elementos en la planificación y el manejo sostenible de los territorios, promoviendo la seguridad, el bienestar y la calidad de vida de las personas; en otras palabras, es una herramienta esencial para hacerle frente a los incendios forestales en un contexto de cambio climático.

“Además, sus acciones se basan en tres tipos de conocimiento: el local y tradicional (que surge de las personas que habitan el territorio), el técnico (gestores del territorio, organizaciones locales, etc.), y el científico”, aporta la experta Oliveras.

Teniendo en cuenta tales aspectos, el equipo de investigadores realizó una revisión de las prácticas actuales de gestión de incendios, centrándose en el manejo integrado del fuego, su progreso y los desafíos en su implementación en diferentes regiones del mundo, con un énfasis especial en Suramérica.

Además de las estimaciones mencionadas, entre los aportes del estudio se encuentra la identificación de 5 estrategias para mejorar la gestión del fuego; estas son:

  • Promoción de paisajes resilientes: reducción de la carga de combustible y diversificación del uso del suelo.
  • Revalorización del conocimiento indígena y local: integración de prácticas ancestrales en estrategias de manejo modernas.
  • Restauración ecológica posincendios: protección de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos.
  • Reducción de emisiones de carbono: control estratégico del fuego para minimizar su impacto climático.
  • Fortalecimiento de la gobernanza del fuego: cooperación entre gobiernos, comunidades y científicos para una gestión eficaz.

  • Impacto del fuego en la Orinoquia

    Un ejemplo sobre la manera como los incendios impactan en los bosques es la investigación “Diseño participativo de estrategias para la reducción de incendios forestales, la conservación de la biodiversidad y el desarrollo regional en paisajes multifuncionales”, financiada por el Sistema General de Regalías y realizada en los paisajes de sabana de la Orinoquia por el Laboratorio de Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod) de la UNAL.

    En las zonas de transición sabana-bosque de los paisajes de sabana tropical como el de la Orinoquia, conocidas como bordes, los incendios influyen significativamente en la integridad estructural y las características funcionales de los árboles, con implicaciones para la resiliencia de los ecosistemas, el almacenamiento de carbono y la biodiversidad.

    La profesora Armenteras, directora de Ecolmod, señala que “cerca de los bordes, donde termina el bosque, los árboles tienden a ser más pequeños, con menor biomasa y menor densidad de madera, o al revés, los árboles más altos están hacia el interior del bosque. Esto significa que los bosques con más bordes, normalmente más fragmentados o divididos, podrían almacenar menos carbono y ser más vulnerables a las perturbaciones. Detectamos estos efectos en promedio hasta los 50 m del borde”.

    Los incendios hacen que los efectos de los bordes sean mayores. En áreas de bosque afectadas por incendios que provienen de la sabana se observaron cambios en la composición de especies y en los rasgos funcionales de los árboles.

  • Lo anterior sugiere que el fuego no solo elimina especies sensibles, o sea arboles con baja densidad de madera o hojas grandes, típicos de bosques húmedos, que no están adaptados al fuego​, entre las que se encuentran Richeria grandis, copal (Protium guianense) y epená (Virola carinata), sino que también favorece la expansión de especies más resistentes como el saladillo (Caraipa llanorum) y Eschweilera parviflora, que es resistente al fuego.

    De igual manera, se reduce la diversidad funcional del ecosistema, o sea que las especies que sobreviven tienen características similares, lo que disminuye la variedad de funciones ecológicas (por ejemplo, tipos de raíces, altura, eficiencia en captura de carbono, etc.), haciendo el ecosistema menos resiliente y menos capaz de adaptarse al cambio climático.

    “Los resultados subrayan la urgencia de desarrollar políticas de conservación y manejo del fuego que protejan la biodiversidad y la capacidad de estos ecosistemas para resistir el cambio climático”, concluye la investigadora Armenteras.


martes, 1 de abril de 2025

¿Qué tanto estamos expuestos a campos electromagnéticos y cómo podrían afectarnos?

 Mediante simulaciones computaciones, un modelo evalúa cómo nuestros brazos o piernas interactúan con la radiación no ionizante de baja frecuencia, específicamente de 60 hercios (Hz), presente en espacios como las subestaciones eléctricas, en los aparatos eléctricos y los tomacorrientes del hogar, entre otros. Con esta herramienta se realizarían estudios más detallados sobre la exposición de las personas a estos campos, lo que a su vez permitiría analizar límites de exposición de manera más precisa y disminuir la desinformación sobre los efectos de este tipo de radiaciones que siguen siendo materia de investigación.


La herramienta, desarrollada por el ingeniero electricista Samuel Andrey Gelvez Osorio, estudiante de la Maestría en Ingeniería - Ingeniería Eléctrica de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), usa representaciones geométricas simples, como círculos y cilindros que simulan partes del cuerpo como brazos y piernas, donde se encuentran el húmero y el fémur respectivamente, dos de los huesos más grandes, prominentes e importantes tanto para la movilidad como para el soporte del cuerpo.

Cada una de estas formas contiene capas que representan diferentes tipos de tejidos: piel, grasa, músculo, hueso cortical, hueso esponjoso y la médula ósea amarilla. Cada uno de ellos se modeló con sus respectivas propiedades eléctricas, ya que en su interior tienen moléculas y fluidos que contienen iones como sodio, potasio, fosforo y hierro que interactúan con la radiación no ionizante –de baja frecuencia– de diferentes maneras.

En Colombia el Reglamento Técnico de Instalaciones Eléctricas (Retie) establece los requisitos de seguridad para las instalaciones eléctricas y exige realizar aproximaciones de las emisiones de campo eléctrico y campo magnético para los proyectos de alta tensión –que están entre los 57,5 y 220 kilovoltios (kV)– y de extraalta tensión, que superan los 230 kV. Sin embargo en 2024 se actualizó el reglamento, dejando de  considerar los tiempos de exposición del público general, tiempo que se relaciona con los efectos fisiológicos o incluso efectos a la salud.

“Los métodos actuales para evaluar la exposición a campos eléctricos y campos magnéticos de baja frecuencia en el cuerpo humano no se están estandarizados; por eso el diseño del modelo que propongo permite tener una primera aproximación con simulaciones computacionales a las interacciones de estos campos electromagnéticos con el cuerpo”, señala el ingeniero Gelvez.

El modelo en acción

Para realizar las simulaciones, el estudiante Gelvez se apoyó en datos de estudios científicos previos que indican que el cuerpo humano está compuesto por un 36 % de músculo esquelético, un 29 % de músculo no esquelético y tejidos blandos, un 25 % de tejido adiposo y un 10 % de hueso.

Utilizando estos datos, junto con las propiedades eléctricas de los tejidos, implementó simulaciones basadas en las ecuaciones de Maxwell y algoritmos de elementos finitos que generan mapas detallados que muestran cómo se distribuye la emisión de campo dentro de las extremidades.

Para probarlo, representó el muslo de una mujer colombiana, de entre 20 y 29 años, cuya longitud promedio es de 55 cm. En la simulación se midieron variables como la intensidad del campo eléctrico (V/m), la densidad del flujo magnético (T) y de corriente (A/m²). Estos tres resultados permitieron aproximar la energía absorbida por el “cubo de piel” y predecir el posible incremento de temperatura, un indicador del impacto de la energía.

“Para el rango de valores de emisión que contienen a la normativa colombiana, los incrementos de temperatura variaron entre 10-9 °C y 10-5 °C, que indica que estos incrementos son prácticamente imperceptibles para el ser humano, es decir que una persona no experimentaría ningún efecto térmico significativo debido a la exposición de radiación no ionizante”, manifiesta.

En cuanto al campo eléctrico, el investigador explica que existe un umbral de 4 voltios por metro (V/m) como la intensidad mínima necesaria para estimular el sistema nervioso periférico, que es la red de nervios encargada de conectar el cerebro y la médula espinal con el resto del cuerpo. Sin embargo, “las simulaciones indicaron que la exposición real de las extremidades humanas, como brazos y piernas, está por debajo de este nivel. Esto significa que, al estar expuestas a estos campos eléctricos, no reciben suficiente intensidad para activarlos, lo que evita cualquier alteración en su funcionamiento normal”.

No obstante, aclara que se debería evitar la exposición prolongada, especialmente aquella que excede las 8 horas diarias –el tiempo considerado como jornada laboral–. Hasta 2024 este límite estaba explícito en el Retie.

“El año pasado la norma se actualizó y se eliminó un aspecto importante que especificaba el tiempo máximo de exposición. Por eso, con este estudio, recomendamos reincorporarlo para garantizar que las personas no superen esos límites de exposición prolongada”, concluye el investigador.