En el Pacífico colombiano, los manglares de la isla Punta Soldado son fuente de alimento, forman parte de la cultura, y además protegen a las comunidades costeras de inundaciones y erosión. Sin embargo, un estudio revela que su capacidad de defensa natural se ve afectada tanto por el aumento del nivel del mar y los eventos extremos como El Niño, como por la deforestación y la sedimentación provocadas por actividades naturales y humanas. En 25 años se han perdido alrededor de 37 hectáreas de manglar, situación que pone en riesgo a la comunidad.
Ubicada al sur de la bahía de Buenaventura, hace más de 100
años la isla Punta Soldado es habitada por una comunidad afrodescendiente organizada
en el Consejo Comunitario, que ha desarrollado sus actividades de pesca,
agricultura y recolección al ritmo de la marea. Este ecosistema ha sido su
fuente de alimento, espacio cultural y escudo natural frente a los embates del
mar, pero hoy su cobertura se reduce año tras año, afectada por la variabilidad
climática y la acción humana.
Un reciente estudio realizado por Natalia Zapata Delgado,
magíster en Ingeniería - Recursos Hidráulicos de la Universidad Nacional de
Colombia (UNAL) Sede Medellín, evidenció que la capacidad de protección de los
manglares está en riesgo. Según los modelos desarrollados por la investigadora,
se requieren al menos 30 hectáreas para mitigar eficazmente el impacto de las
olas, pero entre 1996 y 2020 la zona ha perdido alrededor de 37 hectáreas.
La magíster explica que “las raíces de los manglares
funcionan como escudos vivos que disipan la energía de las olas del mar, pero
su eficacia depende de condiciones específicas como la altura de las olas, su
dirección y el nivel del mar”.
Al respecto, el profesor Andrés Osorio, director del Grupo
de Investigación en Oceanografía e Ingeniería Costera (Oceánicos), destaca que
“Punta Soldado enfrenta una doble amenaza: por un lado, la variabilidad
climática –como los eventos de El Niño que elevan el nivel del mar hasta en
60 cm, lo que equivale a décadas de cambio climático acumulado–, y por
otro las presiones humanas como la tala de manglares.
“Cuando el nivel del mar sube, las olas ganan fuerza y la
erosión se intensifica poniendo en riesgo a la comunidad y sus medios de vida,
ya que estos ecosistemas no solo ofrecen protección sino también alimento,
madera, aire limpio y oportunidades económicas”.
“Invertir en conservación no es solo una cuestión ambiental,
es prevenir pérdidas mucho más costosas a futuro”, explica el investigador
Osorio, director del estudio.
Sistemas que respiran y se transforman
propuesto por el Plataforma Intergubernamental sobre
Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES). Ella lo resume así: “los
manglares no son solo árboles que detienen olas, son sistemas vivos donde la
naturaleza y las personas están profundamente conectadas, por lo que los
cambios en uno afectan al otro”.
Así, su tesis buscó entender cómo esa relación se ve
afectada por eventos extremos como El Niño y la pérdida de manglar: “una
pequeña decisión en el sistema puede tener consecuencias grandes en su
capacidad para proteger a la comunidad”, dice.
El estudio combinó herramientas cuantitativas –como
modelación numérica y valoración económica– con enfoques cualitativos como
entrevistas y observación participante. “No se trataba solo llegar con datos,
sino de escuchar lo que la comunidad tiene para decir sobre el manglar”,
explica la investigadora. Así se construyó un diálogo que permitió validar los
resultados técnicos con el conocimiento local.
Las mujeres piangueras manifestaron que “cuando el mar está
muy bravo no hay palo que aguante”, una frase que refleja lo que confirmaron
los modelos: en condiciones extremas la capacidad de protección del manglar
puede reducirse hasta en un 80 %.
Además se identificaron los “drivers de cambio”,
es decir los factores que provocan transformaciones en el ecosistema, como la
deforestación, la contaminación y las dificultades para hacer cumplir las
regulaciones de protección, tarea esencial para construir un modelo de dinámica
de sistemas que permita entender las interacciones entre las dimensiones
física, social y económica.
El valor de lo tangible y lo intangible
Uno de los aportes más innovadores del estudio fue traducir
en cifras económicas los servicios ecosistémicos que brinda el manglar. Para
esta parte la magíster estuvo co-dirigida por la profesora Clara Inés Villegas,
experta en valoración económica de ecosistemas. Se estimó cuánto costaría
reemplazar los servicios de protección que ofrecen los manglares si se
perdieran por completo, y la cifra fue contundente: alrededor de 8.000 millones
de pesos.
Pero el valor va más allá del dinero: “si se pierde el
manglar también se pierde la piangua, la tranquilidad, y la identidad
cultural”, señala la tesis. Las mujeres piangueras, por ejemplo, no solo
recolectan este molusco, sino que además lideran acciones de restauración.
El profesor Osorio subraya que estos estudios buscan proveer
argumentos sólidos para que las autoridades ambientales y los decisores
inviertan en conservación como una estrategia costo-efectiva. “No se trata solo
de ser ambientalistas, sino de prevenir riesgos futuros mucho más costosos”,
puntualiza.
Precisamente por eso la tesis no se queda en lo académico:
parte de sus resultados se están incorporando en la formulación del Plan de
Manejo Ambiental de Punta Soldado, liderado por el Consejo Comunitario –
asesorado por un equipo técnico-cultural– y la Corporación Autónoma Regional
del Valle del Cauca.
“Para mí, más allá de los resultados técnicos, la mayor
contribución es que este estudio sirva para que la comunidad tenga más
herramientas y pueda tomar mejores decisiones sobre su territorio”, concluye la
magíster Zapata.
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