viernes, 30 de mayo de 2025

Turismo rural en Ricaurte enfrenta el reto de reconectar al visitante con el territorio

 En esta región de Boyacá donde el turismo crece como motor económico, pero también como amenaza al equilibrio ambiental, una investigación analizó 10 alojamientos rurales en los municipios de Villa de Leyva, Arcabuco y Gachantivá, para entender cómo la arquitectura puede transformar la forma en que nos relacionamos con la naturaleza. El estudio plantea que los materiales, las formas y los modos de habitar definen si el turismo reproduce la desconexión con el entorno o se convierte en un espacio de reencuentro, aprendizaje y cuidado ambiental.

En los últimos años, los municipios de la provincia de Ricaurte han vivido un auge del turismo de naturaleza y rural, alentado por su cercanía con Bogotá, sus paisajes montañosos y su arquitectura patrimonial. Por ejemplo Villa de Leyva recibe más de 700.000 visitantes al año y hoy es uno de los destinos más concurridos del país. Según el DANE, en 2023 el turismo aportó el 2,5 % del PIB nacional y crece en promedio un 11 % anual.

Aunque esta actividad ha dinamizado la economía local, también ha generado impactos ambientales y sociales: aumento en la demanda de servicios, presión sobre el suelo rural, cambios en las dinámicas de uso del territorio y proliferación de alojamientos que privilegian el confort del visitante sobre el equilibrio con el entorno. Este panorama ha hecho urgente pensar cómo se diseña, se construye y se habita en contextos rurales atravesados por el turismo.

La pregunta por cómo el turismo transforma la relación entre el ser humano y la naturaleza llevó a Ingrid Gigliola Aragón Gordillo, magíster en Medioambiente y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), a indagar en la arquitectura como forma de mediación. Lejos de concebir los alojamientos rurales solo como espacios de descanso o consumo, el estudio plantea que también pueden ser experiencias pedagógicas y éticas.

“Me interesaba comprender si la arquitectura podía propiciar formas de reencuentro, cuidado y comprensión del entorno, especialmente en un contexto como el de Ricaurte, donde el turismo crece sin una mirada crítica”, explica la arquitecta.

Su enfoque se nutre de una lectura sensible del habitar rural, para proponer lo que ella denomina como “habitar del reencuentro”, una forma de ocupación del espacio que cultiva vínculos con el territorio.

Un recorrido por 10 alojamientos rurales

La investigación se desarrolló a partir del análisis de 10 alojamientos turísticos de Villa de Leyva, Arcabuco y Gachantivá. A través de visitas de campo, entrevistas, bitácoras, fotografías y planos, la autora construyó una lectura crítica del papel que cumple la arquitectura en cada lugar.

La selección de casos incluyó desde casas campesinas adaptadas para recibir visitantes hasta construcciones modernas con estética de glamping. Algunos de estos espacios se integran al  paisaje a través del uso de materiales como guadua, bareque, tierra cruda y madera local; otros privilegian estructuras prefabricadas que se imponen sobre el entorno.

Cada sitio fue interpretado no solo desde su forma física sino también desde las experiencias que propone al habitante, su relación con el paisaje y los modos de interacción que promueve. El análisis se organizó a partir de tres categorías: arquitectura que cuida (cuando promueve la conexión con la naturaleza y el arraigo territorial), arquitectura que enseña (cuando facilita procesos de aprendizaje o reflexión) y arquitectura que separa (cuando reproduce lógicas de consumo o aislamiento del entorno).

Lo que revela la forma de habitar

Según la investigación, las formas en que se diseñan y habitan los alojamientos turísticos reflejan tres grandes lógicas. La primera es la arquitectura que cuida, presente en proyectos que se integran al paisaje, reutilizan materiales locales y fomentan el arraigo con el territorio. Estas construcciones, muchas veces de origen campesino, conservan la escala humana, respetan los ritmos del entorno y evocan memorias vivas de habitar. “En algunas casas se puede vivir en primera persona la vida diaria de un campesino boyacense ya sea haciendo las arepas del desayuno, cocinando con leña o aprendiendo en un taller sobre tejidos de lana; esa arquitectura contiene una historia que se vuelve experiencia”, cuenta la magíster.

En contraste, la arquitectura que separa es aquella que convierte la naturaleza en fondo de pantalla: estructuras vistosas, muchas veces prefabricadas o tipo glamping, que aíslan al visitante en una burbuja de confort sin contacto real con el territorio.

“Se romantiza el estar en medio de la montaña, pero se vive desde un spa climatizado que evita la incomodidad del entorno. No hay una relación viva, solo consumo del paisaje”, afirma. Muchos de estos alojamientos replican una arquitectura genérica, sin conexión con el lugar, diseñada más para las redes sociales que para el entorno.

La tercera categoría, la arquitectura que enseña, aparece cuando el alojamiento propicia experiencias que invitan a comprender el entorno. Puede ser desde un fogón comunitario hasta una pared de tierra cruda que muestra las capas del terreno. “Hay arquitecturas que son pedagógicas, que nos hacen detenernos, preguntar, entender cómo fue hecha esa casa y por qué está ahí”, señala.

Cuando la arquitectura también educa

Más allá del análisis de los casos, la investigación propone una forma distinta de entender el turismo rural: no como simple desplazamiento hacia la naturaleza, sino como oportunidad de transformación del vínculo con ella. En este sentido, el diseño arquitectónico no es neutro: puede ser herramienta pedagógica, medio de comunicación ambiental, o, por el contrario, mecanismo de ruptura. “Si el turista no entiende dónde está ni por qué esa casa es así, se pierde una oportunidad valiosa para generar conciencia”, sostiene la autora.

El estudio plantea que arquitectos, operadores turísticos y decisores deben asumir su responsabilidad en la construcción de estos escenarios. Pensar en escalas adecuadas, materiales  coherentes con el entorno, memorias locales y experiencias que fomenten la reflexión ambiental es fundamental para un turismo más consciente.

Así mismo, propone integrar estas perspectivas en la formación de arquitectos, promoviendo un enfoque ético y territorial que dialogue con las comunidades. “Las universidades deberían enseñar a diseñar desde el arraigo, desde la escucha del territorio, no desde el mercado”, concluye la investigadora Aragón.








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