jueves, 30 de octubre de 2025

Comunidad en el Apaporis crea modelo intercultural para cuidar la Amazonia

 En pleno corazón del territorio indígena Yaigojé Apaporis, líderes de la comunidad de Bocas del Pirá y un investigador en estudios amazónicos unieron esfuerzos para fortalecer el cuidado del territorio a través de un diálogo entre saberes. Durante 6 meses, la iniciativa promovió acuerdos sobre el manejo de residuos y el cuidado del agua, en respuesta al aumento de plásticos, la contaminación de los ríos y la pérdida de prácticas tradicionales de limpieza y reciprocidad con la selva. La experiencia comprobó que la selva se cuida mejor cuando la ciencia aprende a escuchar al conocimiento ancestral.

A más de 800 km de Bogotá, en la confluencia de los ríos Caquetá, Apaporis y Popeyaká, se extiende una franja amazónica de más de 1 millón de hectáreas que abarca los departamentos de Vaupés y Amazonas. En esta región, que recibe entre 2.900 y 3.400 mm de lluvia al año, cada sonido, planta y corriente de agua cumple una función vital. El área, una de las más biodiversas del país, alberga más de 300 especies de aves, 200 de peces y decenas de plantas medicinales empleadas en rituales tradicionales, muchas de ellas aún desconocidas por la ciencia.

En ese territorio, pueblos como los macuna, tanimuca y letuama han tejido su existencia a partir de principios culturales de manejo. En su cosmovisión, los ríos tienen dueños espirituales, los árboles son ancestros y cada acto humano —sembrar, pescar, cazar o curar— es un gesto de reciprocidad con la selva. Pero en las dos últimas décadas ese equilibrio ha comenzado a transformarse.

A las malocas, que durante siglos solo recibían frutos, fibras y utensilios biodegradables, llegaron botellas plásticas, empaques metalizados, latas y bolsas traídas por comerciantes fluviales desde Mitú, La Pedrera, Leticia o Brasil. Con ellas llegaron las gaseosas, las galletas de paquete, el arroz y la harina industrial, el aceite embotellado, el alcohol, los jabones y los detergentes, productos ajenos a la economía de autoconsumo que ahora se han vuelto cotidianos.

Los residuos de yuca, pescado o frutas que antes se biodegradaban fácilmente con las lluvias fueron reemplazados por envolturas que no tienen un retorno posible. El plástico comenzó a acumularse alrededor de las malocas y en los caños, o a quemarse a cielo abierto, dejando un humo agrio que los mayores describen como “aire enfermo”.

Por si fuera poco, a esta invasión silenciosa se suma la presión de la minería aurífera y la tala ilegal, que contaminan las aguas con mercurio y abren trochas en el bosque, alterando además el pensamiento cultural y el control espiritual del territorio, y debilitando las formas tradicionales de gobierno.

Frente a este panorama, Carlos Andrés Cáceres Chaves, magíster en Estudios Amazónicos de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Amazonia, se internó durante 6 meses en la comunidad de Bocas del Pirá para entender cómo los saberes tradicionales pueden dialogar con la ciencia ambiental convencional.

El diálogo como forma de gestión

El estudio se desarrolló en el marco del proceso político y organizativo del Consejo Indígena del Yaigojé Apaporis (CITYA), articulado con el Régimen Especial de Manejo (REM) establecido en 2018 para coordinar la administración conjunta entre Parques Nacionales Naturales y las autoridades indígenas del territorio. En ese sentido, el magíster propuso un ejercicio colaborativo orientado a fortalecer la gestión ambiental a partir del diálogo intercultural.

“Lo más difícil fue aprender a soltar el conocimiento propio para aceptar el del otro. Venimos de una formación occidental muy estructurada, pero en el territorio hay otra forma de pensar, de sentir y de conocer. Solo cuando dejamos de vernos como ‘blancos’ o ‘indígenas’ y nos reconocimos como pares empezó el verdadero trabajo”, relata el investigador.

El proceso incluyó recorridos por el territorio, talleres con mayoras y sabedores, y la elaboración de cartografías participativas en las que los habitantes dibujaron su territorio identificando zonas de pesca, chagras, sitios sagrados y lugares afectados por residuos o tala.

Uno de los momentos más significativos ocurrió cuando el investigador fue invitado al baile del chontaduro, ceremonia que dura tres días y dos noches sin dormir, en la que se transmiten conocimientos sobre el equilibrio del territorio. “Ahí entendí que la educación ambiental no se enseña en un aula sino en el cuerpo, en la danza, en la energía compartida con la selva”, recuerda.

De estas experiencias surgieron dos resultados concretos: el documento “Estructura de gobierno comunitario – Comunidad de Bocas del Pirá” y la propuesta “Educación ambiental intercultural en el territorio indígena Yaigojé Apaporis”, ambos construidos en talleres colectivos.

El primero se concibe como una guía metodológica para fortalecer el gobierno comunitario en torno al manejo ambiental del territorio. En él, la comunidad estableció de forma autónoma roles, funciones y protocolos internos para proteger sus recursos naturales. También creó un Comité de Manejo Ambiental, fundamentado en los principios de manejo cultural e interculturalidad, encargado de promover acuerdos locales, coordinar acciones de monitoreo y resolver conflictos menores relacionados con el uso del territorio.

El segundo producto articula la enseñanza formal con el calendario ecológico indígena, que organiza el año según los ciclos del río, la floración de los árboles y las ceremonias tradicionales. Allí la educación ambiental se convierte en una práctica viva: los niños observan plantas medicinales, reconocen los sitios sagrados, identifican especies de aves y peces, y escuchan a los abuelos narrar historias que vinculan el comportamiento del bosque con el bienestar colectivo.

“El territorio no es solo el contexto de la educación, es su contenido, su método y su sentido”, enfatiza el magíster.

Las iniciativas, validadas en la maloca de Bocas del Pirá y ratificadas por el CITYA, representan un modelo de gestión ambiental intercultural que traduce principios espirituales en acciones cotidianas y consolida el liderazgo de sabedores y mayoras como autoridades ambientales del territorio.

Como parte del proceso, el investigador se apoyó en la idea de “multinaturalismo”, una noción que, en palabras sencillas, reconoce que no existe una única naturaleza, sino muchas formas de  vida que conviven en el mismo mundo. En la visión macuna, los ríos, los animales o las montañas no son recursos sino seres con memoria y voluntad, con quienes se mantienen relaciones de reciprocidad.

“En su idioma no existen palabras como ‘pobreza’ o ‘mañana’ porque no hay acumulación ni ansiedad por el futuro. Su riqueza está en coexistir sin romper los vínculos que sostienen la vida”, anota el magíster Cáceres.

Por eso, el trabajo concluye que cuidar el territorio no se trata solo de conservar árboles o recoger basura, sino de mantener vivas las relaciones entre quienes lo habitan y lo que les da sustento. La educación y la gestión ambiental, más que metas, son procesos que se renuevan cada vez que la comunidad se reúne, conversa y actúa en conjunto. En esos encuentros —ya sea limpiando un caño, sembrando una chagra o escuchando a los abuelos— se reconstruyen confianzas, se transmiten saberes y se fortalecen los lazos que permiten seguir viviendo en equilibrio con la selva.