El nacimiento de una estrella también marca el inicio de la vida de los planetas que la acompañan. Si en sus primeras etapas ese joven astro emite explosiones demasiado fuertes, puede destruir sus atmósferas y reducir las posibilidades de mantener vida como la nuestra. María Gracia Batista Rojas, la primera doctora en Astronomía de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), desarrolló dos herramientas para analizar ese comportamiento en estrellas jóvenes que hasta ahora están creciendo, lo que constituye una llave para identificar los sistemas planetarios que a futuro serían habitables para los humanos.
A diferencia del Sol actual, que brilla con relativa calma,
las estrellas jóvenes son inquietas: constantemente en su interior ascienden y
descienden gases extremadamente calientes, como corrientes que hierven. Esos
movimientos generan campos magnéticos poderosos que en ocasiones se rompen
súbitamente liberando grandes cantidades de energía. Dichas explosiones,
conocidas como “llamaradas estelares”, iluminan su entorno con radiación
ultravioleta y rayos X. Si cerca de ellas se está formando un planeta, su atmósfera
se puede calentar, erosionar, o incluso arrancarse por completo.
Esta es la historia contada por María Gracia Batista Rojas,
la primera doctora en Astronomía formada en la UNAL, quien se propuso estudiar
ese “temperamento” estelar para entender cuándo una estrella permite que un
planeta mantenga su atmósfera y cuándo la destruye. Para hacerlo, ella analizó
miles de estrellas jóvenes en las constelaciones de Tauro y Orión, regiones del
cielo en donde nacen nuevos sistemas solares. En estas zonas, esas estrellas
jóvenes no son visibles a simple vista como puntos individuales, pues están
inmersas en nubes de gas y polvo, y por eso no se observan “como se mira una
estrella en la noche”, sino leyendo la luz que llega desde ellas y cómo cambia
con el tiempo.
Leer esa luz es una tarea delicada, por eso la doctora
Batista utilizó datos de telescopios espaciales que registran cómo varía la
luminosidad de una estrella a lo largo de días y semanas. Cuando esa intensidad
aumenta repentinamente, es señal de que ha ocurrido una llamarada.
También usó otros instrumentos que captan la radiación
ultravioleta y los rayos X que se escapan de las capas externas de la estrella,
lo cual permite saber qué tan activa es magnéticamente, y mediciones precisas
de posición y movimiento en el cielo que le ayudaron a confirmar que
pertenecían a las regiones de Tauro y Orión y que están en etapas tempranas de
su vida.
La cantidad de información es abrumadora: miles de
estrellas, millones de mediciones, y variaciones en la luz que podían ser tan
sutiles como una respiración. Analizar esos datos a mano hubiera tomado décadas
enteras. Por eso la investigadora desarrolló dos herramientas digitales
propias: CATTS, capaz de medir la actividad magnética registrada en la luz de
las estrellas, y FLAN, diseñada para identificar y medir automáticamente cada
llamarada estelar.
Gracias a ellas construyó uno de los registros más completos
y precisos de la actividad en estrellas jóvenes de estas regiones a millones de
años luz de la Tierra, y encontró que las estrellas recién formadas pueden ser
miles de veces más activas que el Sol en nuestro Sistema Solar, ya que sus
superficies están en constante agitación y giro, y sus campos magnéticos se
retuercen hasta liberarse en forma de explosiones violentas.
Sin embargo no todas estas estrellas se comportan igual,
pues eso depende de un disco que algunas tienen desde su nacimiento: en las que
lo mantienen, el disco frena el giro y la liberación de energía, mientras que
en las demás no hay un obstáculo para la fuerza que se desprende de su interior
generando llamaradas más potentes.
¡Al infinito, y más allá!
Así, la investigación muestra que el comportamiento de una
estrella joven puede decidir si un planeta conservará o no su atmósfera. Si la
estrella gira muy rápido y produce llamaradas muy fuertes, esas explosiones
pueden calentar y arrancar el aire del planeta antes de que la vida siquiera
tenga oportunidad de surgir; en cambio, si la estrella es menos violenta en sus
primeros millones de años, el planeta puede mantener su atmósfera y desarrollar
condiciones estables.
Este hallazgo cambia la manera en que buscamos mundos
habitables, pues durante años los estudios se enfocaron principalmente en
encontrar planetas del tamaño de la Tierra, ubicados a una distancia adecuada
de su estrella, en donde la temperatura permita la presencia de agua líquida.
Pero esta investigación plantea que esto puede no ser suficiente. Antes de
preguntarnos si un planeta sostiene vida debemos preguntarnos: ¿su estrella lo
deja respirar?
En nuestro Sistema Solar tenemos un ejemplo cercano que nos
ayuda a visualizar mejor el fenómeno: se trata de Marte, que hoy tiene una
atmósfera muy delgada, cerca del 1 % de la de la Tierra. Aunque su
historia es compleja y tiene varias causas, se sabe que la interacción con la
radiación del Sol contribuyó a que el planeta perdiera gran parte de su aire,
pues era más pequeño e indefenso. Esto muestra lo frágil que puede ser la
atmósfera de un planeta y por qué es tan importante que la estrella que lo
acompaña no sea demasiado violenta en su etapa joven.
Todo esto nos recuerda que la vida no es algo que se pueda
dar en cualquier parte del universo y de la misma forma. Necesita condiciones
delicadas, tiempo suficiente y una estrella que no destruya aquello que intenta
nacer.
Entender cómo funcionan las estrellas jóvenes no solo nos
ayuda a buscar otros mundos, sino que además nos invita a valorar el nuestro,
porque si estamos aquí es en parte porque hace miles de millones de años
nuestro Sol decidió no ser tan violento, y eso, en términos cósmicos, es un
gesto de suerte extraordinaria.




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