martes, 11 de noviembre de 2025

Astrónoma de la UNAL revela cómo deciden las estrellas jóvenes si un planeta puede ser habitable

 El nacimiento de una estrella también marca el inicio de la vida de los planetas que la acompañan. Si en sus primeras etapas ese joven astro emite explosiones demasiado fuertes, puede destruir sus atmósferas y reducir las posibilidades de mantener vida como la nuestra. María Gracia Batista Rojas, la primera doctora en Astronomía de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), desarrolló dos herramientas para analizar ese comportamiento en estrellas jóvenes que hasta ahora están creciendo, lo que constituye una llave para identificar los sistemas planetarios que a futuro serían habitables para los humanos.

A diferencia del Sol actual, que brilla con relativa calma, las estrellas jóvenes son inquietas: constantemente en su interior ascienden y descienden gases extremadamente calientes, como corrientes que hierven. Esos movimientos generan campos magnéticos poderosos que en ocasiones se rompen súbitamente liberando grandes cantidades de energía. Dichas explosiones, conocidas como “llamaradas estelares”, iluminan su entorno con radiación ultravioleta y rayos X. Si cerca de ellas se está formando un planeta, su atmósfera se puede calentar, erosionar, o incluso arrancarse por completo.

Esta es la historia contada por María Gracia Batista Rojas, la primera doctora en Astronomía formada en la UNAL, quien se propuso estudiar ese “temperamento” estelar para entender cuándo una estrella permite que un planeta mantenga su atmósfera y cuándo la destruye. Para hacerlo, ella analizó miles de estrellas jóvenes en las constelaciones de Tauro y Orión, regiones del cielo en donde nacen nuevos sistemas solares. En estas zonas, esas estrellas jóvenes no son visibles a simple vista como puntos individuales, pues están inmersas en nubes de gas y polvo, y por eso no se observan “como se mira una estrella en la noche”, sino leyendo la luz que llega desde ellas y cómo cambia con el tiempo.

Leer esa luz es una tarea delicada, por eso la doctora Batista utilizó datos de telescopios espaciales que registran cómo varía la luminosidad de una estrella a lo largo de días y semanas. Cuando esa intensidad aumenta repentinamente, es señal de que ha ocurrido una llamarada.

También usó otros instrumentos que captan la radiación ultravioleta y los rayos X que se escapan de las capas externas de la estrella, lo cual permite saber qué tan activa es magnéticamente, y mediciones precisas de posición y movimiento en el cielo que le ayudaron a confirmar que pertenecían a las regiones de Tauro y Orión y que están en etapas tempranas de su vida.

La cantidad de información es abrumadora: miles de estrellas, millones de mediciones, y variaciones en la luz que podían ser tan sutiles como una respiración. Analizar esos datos a mano hubiera tomado décadas enteras. Por eso la investigadora desarrolló dos herramientas digitales propias: CATTS, capaz de medir la actividad magnética registrada en la luz de las estrellas, y FLAN, diseñada para identificar y medir automáticamente cada llamarada estelar.

Gracias a ellas construyó uno de los registros más completos y precisos de la actividad en estrellas jóvenes de estas regiones a millones de años luz de la Tierra, y encontró que las estrellas recién formadas pueden ser miles de veces más activas que el Sol en nuestro Sistema Solar, ya que sus superficies están en constante agitación y giro, y sus campos magnéticos se retuercen hasta liberarse en forma de explosiones violentas.

Sin embargo no todas estas estrellas se comportan igual, pues eso depende de un disco que algunas tienen desde su nacimiento: en las que lo mantienen, el disco frena el giro y la liberación de energía, mientras que en las demás no hay un obstáculo para la fuerza que se desprende de su interior generando llamaradas más potentes.

¡Al infinito, y más allá!

Así, la investigación muestra que el comportamiento de una estrella joven puede decidir si un planeta conservará o no su atmósfera. Si la estrella gira muy rápido y produce llamaradas muy fuertes, esas explosiones pueden calentar y arrancar el aire del planeta antes de que la vida siquiera tenga oportunidad de surgir; en cambio, si la estrella es menos violenta en sus primeros millones de años, el planeta puede mantener su atmósfera y desarrollar condiciones estables.

Este hallazgo cambia la manera en que buscamos mundos habitables, pues durante años los estudios se enfocaron principalmente en encontrar planetas del tamaño de la Tierra, ubicados a una distancia adecuada de su estrella, en donde la temperatura permita la presencia de agua líquida. Pero esta investigación plantea que esto puede no ser suficiente. Antes de preguntarnos si un planeta sostiene vida debemos preguntarnos: ¿su estrella lo deja respirar?

En nuestro Sistema Solar tenemos un ejemplo cercano que nos ayuda a visualizar mejor el fenómeno: se trata de Marte, que hoy tiene una atmósfera muy delgada, cerca del 1 % de la de la Tierra. Aunque su historia es compleja y tiene varias causas, se sabe que la interacción con la radiación del Sol contribuyó a que el planeta perdiera gran parte de su aire, pues era más pequeño e indefenso. Esto muestra lo frágil que puede ser la atmósfera de un planeta y por qué es tan importante que la estrella que lo acompaña no sea demasiado violenta en su etapa joven.

Todo esto nos recuerda que la vida no es algo que se pueda dar en cualquier parte del universo y de la misma forma. Necesita condiciones delicadas, tiempo suficiente y una estrella que no destruya aquello que intenta nacer.

Entender cómo funcionan las estrellas jóvenes no solo nos ayuda a buscar otros mundos, sino que además nos invita a valorar el nuestro, porque si estamos aquí es en parte porque hace miles de millones de años nuestro Sol decidió no ser tan violento, y eso, en términos cósmicos, es un gesto de suerte extraordinaria.