viernes, 15 de agosto de 2025

Caza y deforestación amenazan dos especies de aves, pero un santuario ancestral del Putumayo es su refugio

En los cielos verdes del piedemonte andino-amazónico aún sobrevuelan dos joyas aladas: el tucán pechiblanco o de pico rojo (Ramphastos tucanus) y la guacamaya verde (Ara militaris). Ambas especies están perdiendo su lugar en el mundo a causa de problemas como la deforestación, y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) las clasificó como “vulnerables”. Estas aves dependen de un territorio tan frágil como vital: el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi-Ande, en el sur del Putumayo, y forman parte de la cosmogonía del pueblo indígena Cofán y de su lengua única.

Este rincón biodiverso del Putumayo conecta las montañas andinas con la selva amazónica convirtiéndose en un corredor ecológico esencial y un santuario cultural para el pueblo indígena Cofán. Aquí la ciencia y la tradición se encontraron gracias a un trabajo conjunto entre biólogos e indígenas cofanes, quienes durante siglos han aprendido a leer el bosque a través del canto y el vuelo de las aves.

Fue en ese proceso que el biólogo Juan Burbano Buchelly, de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), pasó meses recorriendo senderos junto al taita Cirilo Mendua, autoridad espiritual cofán, para registrar la riqueza de aves de la región y los saberes que las acompañan. El resultado es un inventario de 194 especies –con 78 nombres en lengua cofán– que revela cómo cada ave cumple no solo una función ecológica sino también un papel en la comunidad, ya sea como mensajeras de los espíritus, guardianas de los ciclos de lluvia, proveedoras de alimento o medicina, e incluso protagonistas de relatos orales que enseñan a cuidar el territorio.

La investigación se basó en una metodología que combinó monitoreo ecológico y entrevistas etnográficas. Durante tres expediciones principales, los investigadores identificaron aves en zonas de bosque húmedo tropical en regeneración, terrenos que alguna vez fueron potreros o cultivos de coca, y que hoy, gracias a los esfuerzos de conservación, vuelven a ser refugios de vida. Además, las entrevistas semiestructuradas con miembros de los pueblos Cofán, Siona y Awa permitieron documentar no solo los nombres y usos de las aves, sino también los cambios percibidos por las comunidades en la presencia de ciertas especies.

La guacamaya verde (Ara militaris) y el tucán pechiblanco (Ramphastos tucanus) son dos de las especies que generan más preocupación. Ambas requieren grandes extensiones de bosque continuo para sobrevivir y reproducirse, pero la deforestación, la cacería y el comercio ilegal las han reducido a poblaciones fragmentadas.

“En el caso de las guacamayas, ocurre que algunas personas les arrebatan sus crías, por su belleza, para comerciarlas ilegalmente, lo cual pone en apuros a la población de esta ave. Aunque en el Santuario se hacen monitoreos constantes para revisar que no se estén cazando estas aves, aún  hay vacíos en el conocimiento sobre cuántos individuos hay en la Amazonia, por lo que hace falta más investigación al respecto”, indica el biólogo Burbano.

Aunque en 2022 la deforestación en Guaviare, Meta, Caquetá y Putumayo se redujo en cerca del 25 % –departamentos que tradicionalmente representan el 65 % de la deforestación total del país, según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible–, la tala histórica de los árboles de la región ha dejado vulnerables a especies de aves que dependen de su sombra.

Biodiversidad ilustrada para salvar la lengua

De este trabajo nació la guía Sethapaemba Ingi-Ande (Canto de nuestro territorio), un compendio ilustrado que reúne el nombre científico y el nombre en lengua originaria, la descripción física, los usos y el significado cultural de cada especie registrada. La guía es una herramienta viva que busca convertirse en insumo para las escuelas indígenas, apoyando así la educación ambiental y dejando un registro para las generaciones futuras.

Durante muchos años las plumas de estas aves se han usado en ceremonias especiales de la comunidad, así como en la elaboración de coronas o de yagé –muy usado en la parte amazónica–, o en remedios y medicinas ancestrales.

El valor de este estudio trasciende lo biológico, pues se enmarca en la “conservación biocultural”, una disciplina que entiende que proteger la biodiversidad también implica proteger las culturas que conviven con ella. La pérdida de una especie no solo empobrece el ecosistema, sino que además apaga historias, cantos y saberes transmitidos de generación en generación, pues, como asegura el biólogo, “hay pocos hablantes de la lengua cofán, la mayoría de ellos ancianos sabedores de la comunidad”.

El investigador de la UNAL también enfatiza en la importancia para el ecosistema amazónico de estas dos aves vulnerables, pues son dispersadoras de las semillas de grandes árboles como guamo, cedro, copal y achapo, entre otros, que son el hogar y la sombra de miles de especies de animales en los bosques y selvas de esta región.

La urgencia es clara: si el bosque se fragmenta y las aves más vulnerables desaparecen, el impacto será doble: ecológico y cultural. Por eso, el biólogo Burbano recomienda continuar con el monitoreo participativo, involucrar a más jóvenes en la recolección de datos y fortalecer la articulación entre comunidades y científicos para enfrentar las amenazas.

En un país con más de 1.900 especies de aves, la historia del Santuario Orito Ingi-Ande es una muestra de que la conservación no se trata solo de contar aves, sino de escucharlas, de entender su papel en la trama de la vida, y de actuar antes de que su silencio sea definitivo.

Además de las especies vulnerables, el trabajo permitió registrar varias aves que no se habían documentado antes en el Santuario, ampliando así el inventario oficial. Entre ellas se encuentran pequeños tiránidos y atrapamoscas de hábitos discretos, que pasan desapercibidos entre la maraña del bosque, así como ciertos colibríes del género A´tse (nombre genérico en lengua cofán para todos los picaflores) que revelan la riqueza de microhábitats en las zonas de regeneración. La inclusión de estas especies demuestra que, incluso en áreas estudiadas, la avifauna amazónica le sigue ofreciendo sorpresas a la ciencia.

El inventario también resaltó la presencia de aves con un fuerte vínculo cultural pero escasa visibilidad en estudios previos, como el paujil colorado (Nothocrax urumutum) y el paujil negro (Mitu salvini), ambas de valor alimenticio y protagonistas de relatos orales. Estos relatos, transmitidos por los mayores cofán, no solo narran el origen de sus cantos, sino que también enseñan lecciones de respeto y equilibrio con la naturaleza. Documentar estas historias junto con los datos ecológicos permite entender que la pérdida de una especie implicaría la desaparición de un fragmento de memoria colectiva.

Otro hallazgo significativo fue la identificación de especies que, más allá de su rareza, cumplen un papel como “indicadoras bioculturales”, como por ejemplo el milano silbador (Ibycter americanus), conocido como kakakau, cuyo canto es interpretado por los cofán como señal de la presencia cercana de tigres. Conocimientos como este no se encuentran en guías de campo ni en bases de datos científicas, pero sí orientan la forma en que las comunidades habitan y se mueven en el territorio.

Los datos recogidos se complementaron con grabaciones de vocalizaciones, fotografías y observaciones de comportamiento, lo que a futuro permitirá comparar cambios en la presencia y abundancia de las especies. Este monitoreo no solo será útil para la ciencia, sino que además servirá de insumo para programas educativos en las escuelas indígenas, reforzando así el vínculo entre los jóvenes y las aves que forman parte de su herencia cultural.







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