En los cielos verdes del piedemonte andino-amazónico aún sobrevuelan dos joyas aladas: el tucán pechiblanco o de pico rojo (Ramphastos tucanus) y la guacamaya verde (Ara militaris). Ambas especies están perdiendo su lugar en el mundo a causa de problemas como la deforestación, y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) las clasificó como “vulnerables”. Estas aves dependen de un territorio tan frágil como vital: el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi-Ande, en el sur del Putumayo, y forman parte de la cosmogonía del pueblo indígena Cofán y de su lengua única.
Este rincón biodiverso del Putumayo conecta las montañas
andinas con la selva amazónica convirtiéndose en un corredor ecológico esencial
y un santuario cultural para el pueblo indígena Cofán. Aquí la ciencia y la
tradición se encontraron gracias a un trabajo conjunto entre biólogos e
indígenas cofanes, quienes durante siglos han aprendido a leer el bosque a
través del canto y el vuelo de las aves.
Fue en ese proceso que el biólogo Juan Burbano Buchelly, de
la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), pasó meses recorriendo senderos
junto al taita Cirilo Mendua, autoridad espiritual cofán, para registrar la
riqueza de aves de la región y los saberes que las acompañan. El resultado es
un inventario de 194 especies –con 78 nombres en lengua cofán– que revela cómo
cada ave cumple no solo una función ecológica sino también un papel en la
comunidad, ya sea como mensajeras de los espíritus, guardianas de los ciclos de
lluvia, proveedoras de alimento o medicina, e incluso protagonistas de relatos
orales que enseñan a cuidar el territorio.
La investigación se basó en una metodología que combinó
monitoreo ecológico y entrevistas etnográficas. Durante tres expediciones
principales, los investigadores identificaron aves en zonas de bosque húmedo
tropical en regeneración, terrenos que alguna vez fueron potreros o cultivos de
coca, y que hoy, gracias a los esfuerzos de conservación, vuelven a ser
refugios de vida. Además, las entrevistas semiestructuradas con miembros de los
pueblos Cofán, Siona y Awa permitieron documentar no solo los nombres y usos de
las aves, sino también los cambios percibidos por las comunidades en la
presencia de ciertas especies.
La guacamaya verde (Ara militaris) y el tucán
pechiblanco (Ramphastos tucanus) son dos de las especies que generan más
preocupación. Ambas requieren grandes extensiones de bosque continuo para
sobrevivir y reproducirse, pero la deforestación, la cacería y el comercio
ilegal las han reducido a poblaciones fragmentadas.
Aunque en 2022 la deforestación en Guaviare, Meta, Caquetá y
Putumayo se redujo en cerca del 25 % –departamentos que tradicionalmente
representan el 65 % de la deforestación total del país, según el
Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible–, la tala histórica de los
árboles de la región ha dejado vulnerables a especies de aves que dependen de
su sombra.
Biodiversidad ilustrada para salvar la lengua
De este trabajo nació la guía Sethapaemba Ingi-Ande (Canto
de nuestro territorio), un compendio ilustrado que reúne el nombre
científico y el nombre en lengua originaria, la descripción física, los usos y
el significado cultural de cada especie registrada. La guía es una herramienta
viva que busca convertirse en insumo para las escuelas indígenas, apoyando así
la educación ambiental y dejando un registro para las generaciones futuras.
Durante muchos años las plumas de estas aves se han usado en
ceremonias especiales de la comunidad, así como en la elaboración de coronas o
de yagé –muy usado en la parte amazónica–, o en remedios y medicinas
ancestrales.
El valor de este estudio trasciende lo biológico, pues se
enmarca en la “conservación biocultural”, una disciplina que entiende que
proteger la biodiversidad también implica proteger las culturas que conviven
con ella. La pérdida de una especie no solo empobrece el ecosistema, sino que
además apaga historias, cantos y saberes transmitidos de generación en
generación, pues, como asegura el biólogo, “hay pocos hablantes de la lengua
cofán, la mayoría de ellos ancianos sabedores de la comunidad”.
El investigador de la UNAL también enfatiza en la
importancia para el ecosistema amazónico de estas dos aves vulnerables, pues
son dispersadoras de las semillas de grandes árboles como guamo, cedro, copal y
achapo, entre otros, que son el hogar y la sombra de miles de especies de
animales en los bosques y selvas de esta región.
La urgencia es clara: si el bosque se fragmenta y las aves
más vulnerables desaparecen, el impacto será doble: ecológico y cultural. Por
eso, el biólogo Burbano recomienda continuar con el monitoreo participativo,
involucrar a más jóvenes en la recolección de datos y fortalecer la
articulación entre comunidades y científicos para enfrentar las amenazas.
En un país con más de 1.900 especies de aves, la historia
del Santuario Orito Ingi-Ande es una muestra de que la conservación no se trata
solo de contar aves, sino de escucharlas, de entender su papel en la trama de
la vida, y de actuar antes de que su silencio sea definitivo.
Además de las especies vulnerables, el trabajo permitió
registrar varias aves que no se habían documentado antes en el Santuario,
ampliando así el inventario oficial. Entre ellas se encuentran pequeños
tiránidos y atrapamoscas de hábitos discretos, que pasan desapercibidos entre
la maraña del bosque, así como ciertos colibríes del género A´tse (nombre
genérico en lengua cofán para todos los picaflores) que revelan la riqueza de
microhábitats en las zonas de regeneración. La inclusión de estas especies demuestra
que, incluso en áreas estudiadas, la avifauna amazónica le sigue ofreciendo
sorpresas a la ciencia.
El inventario también resaltó la presencia de aves con un
fuerte vínculo cultural pero escasa visibilidad en estudios previos, como el
paujil colorado (Nothocrax urumutum) y el paujil negro (Mitu salvini),
ambas de valor alimenticio y protagonistas de relatos orales. Estos relatos,
transmitidos por los mayores cofán, no solo narran el origen de sus cantos,
sino que también enseñan lecciones de respeto y equilibrio con la naturaleza.
Documentar estas historias junto con los datos ecológicos permite entender que
la pérdida de una especie implicaría la desaparición de un fragmento de memoria
colectiva.
Otro hallazgo significativo fue la identificación de
especies que, más allá de su rareza, cumplen un papel como “indicadoras
bioculturales”, como por ejemplo el milano silbador (Ibycter americanus),
conocido como kakakau, cuyo canto es interpretado por los cofán como señal de
la presencia cercana de tigres. Conocimientos como este no se encuentran en
guías de campo ni en bases de datos científicas, pero sí orientan la forma en
que las comunidades habitan y se mueven en el territorio.
Los datos recogidos se complementaron con grabaciones de
vocalizaciones, fotografías y observaciones de comportamiento, lo que a futuro
permitirá comparar cambios en la presencia y abundancia de las especies. Este
monitoreo no solo será útil para la ciencia, sino que además servirá de insumo
para programas educativos en las escuelas indígenas, reforzando así el vínculo
entre los jóvenes y las aves que forman parte de su herencia cultural.
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