martes, 26 de agosto de 2025

Comunidad del Pacífico impulsa avistamiento responsable de ballenas en el golfo de Tribugá

 Ubicado en el municipio de Nuquí (Chocó), cada año el golfo de Tribugá no solo recibe a las ballenas jorobadas que viajan desde la Antártida para reproducirse, parir y amamantar allí a sus crías, sino que además es escenario de un proyecto que une a comunidades locales, investigadores de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín, fundaciones aliadas y autoridades ambientales para consolidar asociaciones comunitarias que impulsen un avistamiento sostenible y respetuoso con la especie, y que sean una fuente de ingresos para la región.

Cada año, entre julio y octubre el Pacífico colombiano se convierte en un refugio para las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae), las cuales recorren más de 8.000 km desde la Antártida, en donde tienen su fuente de alimentación, por eso su travesía la hacen en ayuno. En el golfo de Tribugá estas gigantes del Océano se aparean, tienen sus partos y empiezan a enseñarles a sus ballenatos lo que requieren para la ruta migratoria.

“Esta condición hace que el respeto por su tranquilidad sea decisivo para garantizar el buen desarrollo de las actividades que realizan aquí”, menciona la profesora Clara Inés Villegas Palacio, del Departamento de Geociencias y Medio Ambiente de la Facultad de Minas de la UNAL Sede Medellín.

En ese sentido, investigadores de la UNAL, a través del Centro de Excelencia en Ciencias Marinas (CEMarin), trabajan desde hace 16 meses en un proyecto participativo con comunidades de Nuquí y sus corregimientos.

La iniciativa “Avistamiento sostenible de ballenas en el golfo de Tribugá” (Abacos), iniciada en mayo de 2024 dentro del Distrito Regional de Manejo Integrado Golfo de Tribugá – Cabo Corrientes, busca consolidar asociaciones comunitarias capacitadas en ecología de las ballenas y en prácticas de observación respetuosa, además de fortalecer los lazos de cooperación y confianza entre los actores locales.

“Un avistamiento sostenible significa que la actividad cumpla tres condiciones: que sea respetuosa con el medio natural y las ballenas, que fortalezca el capital social de las comunidades, y que resulte económicamente viable para ellas. Esto implica comprender el porqué de cada medida —distancia mínima de acercamiento, tiempo limitado de observación y poco ruido— y transmitirlo a los turistas, quienes suelen llegar con la expectativa de ver a las ballenas haciendo saltos o piruetas. Un avistamiento exitoso no es ver saltar a la ballena, basta con observar su lomo o su soplo”, explica la profesora Villegas.

Avistamiento consciente desde Nuquí

Además de la formación técnica, el proyecto ha impulsado un diálogo entre la ciencia y los saberes locales. Las capacitaciones no se limitaron a dar charlas, sino que fueron espacios de cocreación en los que la comunidad y la academia construyeron juntas la manera más adecuada de observar a las  ballenas, combinando saberes científicos y conocimientos ancestrales. Diseñadas por un equipo multidisciplinario, estas actividades resaltan a las ballenas como seres sintientes y explican el sentido de cada medida de manejo.

A través de grupos comunitarios de WhatsApp, diferentes actores del territorio y del proyecto comparten reportes y sucesos asociados con la observación de estos cetáceos en el golfo. “En esos espacios, las propias comunidades se encargan de velar porque las embarcaciones cumplan las recomendaciones, pues ya reconocen que cuidar a las ballenas también es cuidar su forma de vida”, destaca la profesora Villegas. Así la práctica ha consolidado la cooperación y los lazos comunitarios en el territorio.

Desde el inicio del proyecto, capitanes, motoristas, guías, mujeres, hoteleros, posadas nativas y líderes de comunidades como Arusí, Partadó, Termales, Joví, Coquí, Panguí y Jurubirá, además del municipio de Nuquí, han participado en encuentros comunitarios para definir acuerdos colectivos para el avistamiento sostenible de las jorobadas. Además, se han dado pasos hacia acuerdos de precios y protocolos de operación entre las asociaciones.

El trabajo también cuenta con el respaldo de autoridades locales y ambientales como el Consejo Comunitario y la Corporación Autónoma Regional (Codechocó). Así mismo, la iniciativa se ha compartido en espacios urbanos como el Parque Explora de Medellín, para que los diferentes públicos se acerquen a la importancia de un avistamiento respetuoso y comunitario.

“Uno de los principales aprendizajes ha sido que construir confianza entre la Universidad y la comunidad toma tiempo y exige altos estándares éticos. Esa confianza, basada en la cooperación y la apertura mutua, se ha convertido en un pilar para que el proceso avance y pueda inspirar experiencias similares en otros territorios”, señala la académica Villegas.

Sin embargo, uno de los principales desafíos es la continuidad: el proyecto finaliza en octubre, aunque sus líderes quisieran continuar el proceso para garantizar su consolidación.

“Sin la apertura de la comunidad y de otros actores del territorio, con sus conocimientos y disposición, nada de esto habría sido posible. Ahora el reto es garantizar apoyo para que este proceso siga vivo y se extienda a otros territorios del país”, concluye.




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