Bajo los cultivos, carreteras y cerros de la Sabana de Bogotá, una lectura detallada del subsuelo, similar a una radiografía de la Tierra, permitió detectar reservas de agua a más de 1.000 m de profundidad. Estas se concentran en el Grupo Guadalupe, una “esponja natural” del subsuelo que ayudaría a enfrentar la escasez que golpea a municipios como Funza, Mosquera y Tenjo, eso sí, siempre y cuando su aprovechamiento se realice con orden y vigilancia de las autoridades ambientales.
En la Sabana de Bogotá, una de las regiones más productivas
del país, el agua que fluye por ríos, quebradas y pozos poco profundos empieza
a escasear. Después de décadas de uso los acuíferos someros (capas subterráneas
donde se acumula el agua de lluvia y que suelen encontrarse a menos de
200 m de profundidad) están llegando a su límite intensivo para riego,
industria y consumo doméstico.
A esto se suma la expansión urbana, que ha ido cubriendo con
concreto y construcciones las zonas donde antes el agua de lluvia se podía
filtrar hacia el subsuelo para recargar los acuíferos. Al desaparecer esas
áreas permeables —conocidas como zonas de recarga—, cada vez menos agua logra
infiltrarse, lo que reduce la capacidad natural del territorio para reabastecer
sus reservas subterráneas.
A lo anterior se añade la perforación descontrolada de
pozos, muchos de ellos sin permisos ni estudios técnicos. Según la Corporación
Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), en la Sabana se registran cerca de
2.480 pozos, aunque se calcula que el número real podría ser mucho mayor si se
incluyen los ilegales.
“Las reservas más superficiales se están agotando por el uso
desmedido y la falta de control, mientras que las más profundas permanecen
intactas, a la espera de ser estudiadas y administradas responsablemente”,
afirma Paola Andrea Atapuma Acevedo, magíster en Ciencia - Geofísica de la
Universidad Nacional de Colombia (UNAL).
Precisamente en esas profundidades, el subsuelo guarda una
posibilidad real para aliviar la escasez. A más de 1 km bajo tierra se
extiende el Grupo Guadalupe, una formación geológica que actúa como una
“esponja natural”, capaz de almacenar agua en sus capas de areniscas permeables
que se recargan lentamente desde los cerros Orientales, Occidentales y donde se
encuentre aflorando este grupo.
Su nombre proviene del cerro de Guadalupe, en Bogotá, en
donde su composición de areniscas compactas y lutitas intercaladas conservan el
agua durante siglos bajo presión natural. Esta estructura la convierte en uno
de los principales reservorios profundos del altiplano cundiboyacense.
Hasta ahora solo unos pocos pozos han alcanzado esas
profundidades. “En la Sabana la mayoría no supera los 200 o 300 m, y
apenas uno, ubicado en Tenjo y reacondicionado por la Alcaldía, ha confirmado
la presencia de agua del Grupo Guadalupe”, anota la investigadora, quien
decidió estudiar el subsuelo para evaluar la existencia y el alcance de estos
acuíferos profundos aún desconocidos.
Agua y energía bajo la Sabana
Parte de su trabajo consistió en analizar registros de
gravimetría y sísmica tomados años atrás en la región, y complementarlos con
nuevas mediciones magnetotelúricas y sondeos eléctricos verticales realizados
por ella misma. Estas observaciones se concentraron en zonas donde la forma del
terreno y su estructura sugerían acumulación de agua subterránea.
“Los métodos geofísicos permiten ‘ver’ lo que ocurre bajo
tierra sin necesidad de perforar. La gravimetría revela diferencias en la
densidad del terreno, la sísmica ayuda a conocer la profundidad de las capas y
las mediciones eléctricas y magnetotelúricas muestran qué tan fácil puede
moverse la corriente, un indicio de la presencia de agua. En conjunto forman
una imagen tridimensional del subsuelo, algo así como una radiografía del
cuerpo humano donde las zonas más porosas indican la posible presencia de acuíferos”,
explica la magíster.
Además, incorporó un análisis petrofísico a partir de
muestras de roca extraídas con el apoyo de una empresa de flores. A cada
fragmento se le midieron propiedades como la susceptibilidad magnética y la
radiación gamma, parámetros que ayudan a identificar el tipo de roca y su
capacidad para almacenar agua.
“Estas pruebas confirmaron la composición arenosa del Grupo
Guadalupe y reforzaron la hipótesis sobre su potencial como reservorio
profundo”, asegura.
También revisó información de pozos existentes y registró
sus temperaturas, lo que le permitió evaluar el calor del subsuelo como fuente
de energía limpia. Su idea fue analizar si estos pozos tendrían un doble uso,
no solo para extraer agua sino también para aprovechar la temperatura constante
del terreno mediante bombas de calor.
El análisis del modelo tridimensional permitió delimitar
tres áreas con alto potencial hídrico y térmico. En el sector de
Funza–Subachoque, los registros geofísicos mostraron señales de agua entre los
1.100 y 1.500 m de profundidad.
En el municipio de El Rosal, las capas acuíferas aparecen
más cerca de la superficie, alrededor de los 600 m, lo que facilitaría su
acceso.
Y en el municipio de Mosquera, en la Granja Experimental
Marengo, de la UNAL, el modelo sugiere un espesor continuo del Grupo Guadalupe
de más de 900 m. Esta condición la convierte en un sitio ideal para probar
el doble uso del pozo: la extracción de agua y el aprovechamiento geotérmico.
Los resultados se compararon con la información de un pozo
ubicado en Tenjo, perforado originalmente por la industria petrolera y
reacondicionado por la Alcaldía. Las mediciones en ese punto confirmaron la
presencia de agua proveniente del Grupo Guadalupe, lo que demuestra que el
reservorio es real y está activo.
Reservas valiosas que se deben usar con cuidado
La investigadora advierte que el agua hallada a grandes
profundidades no es igual a la que se obtiene de los pozos superficiales. Al
permanecer durante siglos en contacto con las rocas, el líquido disuelve parte
de los minerales del subsuelo, lo que modifica su composición química y le da
una temperatura más estable. Estas características la convierten en una fuente
valiosa para usos agrícolas, industriales o energéticos, ya que suele ser más
limpia en términos biológicos y menos vulnerable a la contaminación externa.
Sin embargo, “antes de destinarla al consumo humano se debe
someter a un tratamiento que elimine el exceso de sales y minerales acumulados
en su recorrido subterráneo”, amplía.
El estudio también estimó que los pozos existentes en la
Sabana tendrían un aprovechamiento geotérmico de baja entalpía, es decir, una
forma de energía limpia basada en el calor constante del subsuelo. Si se
instalaran bombas de calor en los más de 2.000 pozos registrados por la CAR, se
podría cubrir la demanda energética de una ciudad del tamaño de Funza o incluso
parte del consumo de una zona industrial.
“En países como España o Alemania este tipo de energía se
usa para calefacción o refrigeración de edificaciones. En Colombia podríamos
adaptarla a nuestras condiciones y aprovecharla en invernaderos, laboratorios o
plantas agroindustriales, reduciendo así la dependencia de combustibles
fósiles”, explica la magíster Atapuma.
El trabajo de campo implicó largas jornadas de adquisición
de datos en diferentes puntos de la Sabana, con apoyo de docentes, estudiantes
y empresas que facilitaron equipos y registros previos. La investigadora
destaca el acompañamiento del profesor Orlando Hernández Pardo, del
Departamento de Geociencias, quien dirigió la tesis y orientó la integración de
los métodos geofísicos con el análisis del modelo tridimensional que permitió
identificar las zonas con mayor potencial hídrico y térmico.
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