viernes, 29 de agosto de 2025

Compensación por tala de árboles en Bogotá no garantiza equilibrio ecológico

 Entre 2016 y 2020 se registraron más de 105.000 intervenciones en el arbolado urbano de Bogotá. Aunque cada árbol talado debería compensarse con 8 nuevos, en la práctica las siembras no restituyen los beneficios ambientales perdidos. La verificación en campo mostró que muchos ejemplares reportados nunca existieron en los sitios señalados, y además que las reposiciones suelen hacerse lejos de los barrios más afectados, dejando a las comunidades sin sombra, regulación térmica y aire limpio.

El Manual de silvicultura urbana para Bogotá,presentado por la Secretaría de Ambiente de Bogotá, establece que toda intervención en el arbolado debe garantizar la continuidad de las relaciones ecosistémicas, pero la ciudad mantiene un déficit eviden
te frente a este principio.

La verificación en campo desarrollada por Laurenst Rojas Velandia, magíster en Gobierno Urbano de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), estableció que los árboles retirados en localidades densamente pobladas como Kennedy, Suba y Engativá fueron compensados con nuevas siembras en zonas periféricas como Usme y Sumapaz.

“Tales redistribuciones no garantizan la recuperación de beneficios ambientales en los barrios más afectados, donde la sombra, la regulación térmica y la calidad del aire son necesidades inmediatas”.

“El problema no es que se siembren árboles, sino que se siembran lejos de donde se talaron; así, la comunidad que perdió el beneficio ambiental nunca lo recupera. Un árbol en Usme no compensa la sombra que se perdió en Kennedy ni regula la temperatura en Suba o Engativá”, señala el investigador.

El sistema de compensación en la ciudad funciona a través de permisos de intervención autorizados por la Secretaría Distrital de Ambiente a entidades públicas, constructoras o particulares que requieren talar o trasladar árboles para obras y proyectos. Estas intervenciones se deben compensar con la siembra de nuevos ejemplares. Siendo así, la administración distrital advierte que por cada árbol talado se deben sembrar 8 nuevos.

Según la Organización Mundial de la Salud en el mundo debería existir al menos un árbol por cada tres habitantes, pero las cifras distritales muestran que en Bogotá la relación es de 0,17 árboles por cada habitante. La ciudad afronta un déficit de al menos 1.243.761 árboles para cumplir con la norma ambiental, y aunque la ciudad cuenta con 1.434.455 árboles, su población de más de 8 millones requiere cerca de 2,6 millones para alcanzar el equilibrio ecológico mínimo.

Inconsistencias que ponen en duda la transparencia ambiental

Para llegar a estos hallazgos, el magíster Rojas comparó los listados oficiales entregados por la Secretaría Distrital de Ambiente con recorridos de verificación en distintas localidades. Así confirmó que alrededor del 78 % de los árboles reportados sí estaban en el terreno, un 8 % no se  pudo localizar por falta de datos claros, y el 13 % restante simplemente no existía en los sitios señalados, lo que evidencia inconsistencias en la compensación.

“Más que contar cuántos árboles se plantaron, los recorridos muestran que la información oficial tiene vacíos y no permite dimensionar claramente la efectividad de la compensación. Sin datos confiables, la ciudadanía no logra medir la magnitud de la pérdida ni exigir correctivos a las autoridades”, subraya el magíster.

El problema radica no solo en las cifras sino en la forma como se ejecuta la compensación, lo cual lleva a que el modelo, lejos de equilibrar el ecosistema urbano, se limite a cumplir un requisito administrativo de reposición numérica que no conserva las relaciones ecológicas propias de cada territorio.

También constató las dificultades para acceder a la información oficial sobre tala y compensación. Los registros entregados por las entidades responsables resultaron incompletos, y en varios casos presentaron inconsistencias que impidieron un seguimiento claro de los árboles reportados. La falta de datos precisos no solo obstaculizó el trabajo de verificación, sino que también expone un problema de transparencia en la gestión ambiental del Distrito.

“La política de transparencia debe garantizar que la información sea asequible y entendible para cualquier ciudadano. Sin datos claros, la participación ciudadana se reduce y la rendición de cuentas pierde eficacia”, afirma.

Dos visiones enfrentadas sobre el valor del árbol

La conceptualización del árbol en la política pública resultó ser otro elemento central del estudio. Según el magíster, existen dos visiones predominantes de este recurso ambiental: una “ecocapitalista”, que concibe el árbol como un bien que se valora por los beneficios económicos que produce, y una visión “ecológica”, que lo entiende como parte de un entramado vital con suelos, agua, fauna y clima.

Según la jurisprudencia y los tratados internacionales revisados, la perspectiva adoptada en Colombia se acerca a la segunda; sin embargo en dicho modelo persisten las fracturas. Un ejemplo ilustrativo es la emblemática avenida 68, donde la ejecución de obras demandó la tala de cientos de árboles. Aunque se realizaron compensaciones en otras áreas, el impacto ambiental y social en los barrios afectados fue inmediato.

Casos como este muestran que la política actual no responde a las necesidades del entorno inmediato ni a las exigencias del Manual de silvicultura, que orienta la gestión del arbolado en la ciudad.

Ciudadanía y control social sobre la política ambiental

La investigación también destaca el papel de la ciudadanía en la evaluación de las políticas ambientales, planteando que el estudio no se reduce al voto, sino que implica exigir información, verificar resultados y cuestionar las decisiones de la administración. En ese sentido, la metodología propuesta le permite a cualquier persona ejercer control social sobre la gestión ambiental.


Entre las recomendaciones se encuentran: articular la planeación urbana con los planes de siembra y capacitar a los funcionarios para facilitar el acceso ciudadano a los datos.

El magíster Rojas insiste en que el desafío para Bogotá es replantear el modelo de compensación y avanzar hacia una gestión ambiental que cumpla estándares internacionales, fortalezca la transparencia y promueva un verdadero control ciudadano.








jueves, 28 de agosto de 2025

CVC ENTREGA PUNTOS POSCONSUMO EN EL NORTE DEL VALLE

Pilas, bombillos, medicamentos vencidos y aparatos eléctricos ya tienen un lugar seguro para su disposición final.

La CVC entregó nuevos puntos posconsumo en los municipios de Sevilla y Bugalagrande, espacios creados para que la ciudadanía deposite residuos especiales que no deben ir a la basura común, ya que contienen sustancias peligrosas que afectan la salud y el ambiente.

Los residuos posconsumo son aquellos elementos de uso cotidiano que, al terminar su vida útil, requieren un manejo diferenciado porque pueden convertirse en focos de contaminación, si no se gestionan adecuadamente. Entre ellos, se encuentran:

 •    Pilas y baterías usadas•    Bombillos y luminarias

•    Medicamentos vencidos

•    Aparatos eléctricos y electrónicos en desuso
•    Envases de plaguicidas domésticos y agropecuarios


Con estas entregas, evitamos que sustancias nocivas lleguen a los ríos, al suelo o incluso a la basura común, generando riesgos para la salud y los ecosistemas. 

 Invitamos a los ciudadanos a usar los puntos y ser parte activa de la protección del medio ambiente.

La correcta disposición de los residuos posconsumo es una acción sencilla que marca la diferencia. Hoy, gracias a la CVC, Sevilla y Bugalagrande cuentan con aliados para avanzar hacia un futuro más limpio y sostenible.






miércoles, 27 de agosto de 2025

JÓVENES DE DAGUA TRANSFORMAN EL RECICLAJE EN UNA FUENTE DE VIDA Y PROGRESO

 El colectivo juvenil Eco Aventurero ha implementado una ruta de reciclaje selectivo en zonas rurales del municipio, logrando no solo limpiar el entorno, sino también educar a la comunidad y generar ingresos para el grupo.

En un esfuerzo por contrarrestar la quema de residuos y la contaminación de fuentes hídricas, un grupo de jóvenes del municipio de Dagua, bajo la iniciativa del colectivo Eco Aventurero, ha puesto en marcha un proyecto de reciclaje selectivo que ya está transformando la vida de la comunidad.

 Desde hace varios años, el grupo recorre diversas zonas rurales donde el servicio de recolección de basura es limitado o inexistente. En un motocarro, recogen materiales reciclables como cartón, papel y botellas plásticas, evitando que estos sean quemados o depositados de manera irresponsable en quebradas y ríos.

La labor ha generado un cambio positivo en el comportamiento de los habitantes; ahora separan sus residuos en la fuente y guardan el material reciclado hasta el día de paso de la ruta, que recorre los corregimientos de Atuncela, El Queremal, Borrero Ayerbe, El Carmen, entre otros, y veredas aledañas.

 Todo lo recolectado es almacenado en una bodega, donde se clasifica, para ser vendido posteriormente. Los fondos obtenidos se utilizan para cubrir las necesidades del grupo, demostrando que el cuidado del medio ambiente puede ir de la mano con el desarrollo sostenible.

“Ver cómo las personas han tomado conciencia, gracias a esta iniciativa, es satisfactorio. La comunidad rural de Dagua está comprometida en entregar los residuos aprovechables y así darle una nueva vida útil a elementos como el plástico, el papel, entre otros. El colectivo Eco Aventureros espera continuar mitigando la problemática de los residuos sólidos en lugares donde no alcanza a llegar el carro recolector de basura”, dijo Andrés Fernando Vélez Muñoz, director del programa de reciclaje de esta organización.

La CVC ha elogiado esta iniciativa, destacando el liderazgo de los jóvenes de Dagua y el impacto positivo que tiene en el ecosistema local.







martes, 26 de agosto de 2025

Comunidad del Pacífico impulsa avistamiento responsable de ballenas en el golfo de Tribugá

 Ubicado en el municipio de Nuquí (Chocó), cada año el golfo de Tribugá no solo recibe a las ballenas jorobadas que viajan desde la Antártida para reproducirse, parir y amamantar allí a sus crías, sino que además es escenario de un proyecto que une a comunidades locales, investigadores de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín, fundaciones aliadas y autoridades ambientales para consolidar asociaciones comunitarias que impulsen un avistamiento sostenible y respetuoso con la especie, y que sean una fuente de ingresos para la región.

Cada año, entre julio y octubre el Pacífico colombiano se convierte en un refugio para las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae), las cuales recorren más de 8.000 km desde la Antártida, en donde tienen su fuente de alimentación, por eso su travesía la hacen en ayuno. En el golfo de Tribugá estas gigantes del Océano se aparean, tienen sus partos y empiezan a enseñarles a sus ballenatos lo que requieren para la ruta migratoria.

“Esta condición hace que el respeto por su tranquilidad sea decisivo para garantizar el buen desarrollo de las actividades que realizan aquí”, menciona la profesora Clara Inés Villegas Palacio, del Departamento de Geociencias y Medio Ambiente de la Facultad de Minas de la UNAL Sede Medellín.

En ese sentido, investigadores de la UNAL, a través del Centro de Excelencia en Ciencias Marinas (CEMarin), trabajan desde hace 16 meses en un proyecto participativo con comunidades de Nuquí y sus corregimientos.

La iniciativa “Avistamiento sostenible de ballenas en el golfo de Tribugá” (Abacos), iniciada en mayo de 2024 dentro del Distrito Regional de Manejo Integrado Golfo de Tribugá – Cabo Corrientes, busca consolidar asociaciones comunitarias capacitadas en ecología de las ballenas y en prácticas de observación respetuosa, además de fortalecer los lazos de cooperación y confianza entre los actores locales.

“Un avistamiento sostenible significa que la actividad cumpla tres condiciones: que sea respetuosa con el medio natural y las ballenas, que fortalezca el capital social de las comunidades, y que resulte económicamente viable para ellas. Esto implica comprender el porqué de cada medida —distancia mínima de acercamiento, tiempo limitado de observación y poco ruido— y transmitirlo a los turistas, quienes suelen llegar con la expectativa de ver a las ballenas haciendo saltos o piruetas. Un avistamiento exitoso no es ver saltar a la ballena, basta con observar su lomo o su soplo”, explica la profesora Villegas.

Avistamiento consciente desde Nuquí

Además de la formación técnica, el proyecto ha impulsado un diálogo entre la ciencia y los saberes locales. Las capacitaciones no se limitaron a dar charlas, sino que fueron espacios de cocreación en los que la comunidad y la academia construyeron juntas la manera más adecuada de observar a las  ballenas, combinando saberes científicos y conocimientos ancestrales. Diseñadas por un equipo multidisciplinario, estas actividades resaltan a las ballenas como seres sintientes y explican el sentido de cada medida de manejo.

A través de grupos comunitarios de WhatsApp, diferentes actores del territorio y del proyecto comparten reportes y sucesos asociados con la observación de estos cetáceos en el golfo. “En esos espacios, las propias comunidades se encargan de velar porque las embarcaciones cumplan las recomendaciones, pues ya reconocen que cuidar a las ballenas también es cuidar su forma de vida”, destaca la profesora Villegas. Así la práctica ha consolidado la cooperación y los lazos comunitarios en el territorio.

Desde el inicio del proyecto, capitanes, motoristas, guías, mujeres, hoteleros, posadas nativas y líderes de comunidades como Arusí, Partadó, Termales, Joví, Coquí, Panguí y Jurubirá, además del municipio de Nuquí, han participado en encuentros comunitarios para definir acuerdos colectivos para el avistamiento sostenible de las jorobadas. Además, se han dado pasos hacia acuerdos de precios y protocolos de operación entre las asociaciones.

El trabajo también cuenta con el respaldo de autoridades locales y ambientales como el Consejo Comunitario y la Corporación Autónoma Regional (Codechocó). Así mismo, la iniciativa se ha compartido en espacios urbanos como el Parque Explora de Medellín, para que los diferentes públicos se acerquen a la importancia de un avistamiento respetuoso y comunitario.

“Uno de los principales aprendizajes ha sido que construir confianza entre la Universidad y la comunidad toma tiempo y exige altos estándares éticos. Esa confianza, basada en la cooperación y la apertura mutua, se ha convertido en un pilar para que el proceso avance y pueda inspirar experiencias similares en otros territorios”, señala la académica Villegas.

Sin embargo, uno de los principales desafíos es la continuidad: el proyecto finaliza en octubre, aunque sus líderes quisieran continuar el proceso para garantizar su consolidación.

“Sin la apertura de la comunidad y de otros actores del territorio, con sus conocimientos y disposición, nada de esto habría sido posible. Ahora el reto es garantizar apoyo para que este proceso siga vivo y se extienda a otros territorios del país”, concluye.




lunes, 25 de agosto de 2025

Volcán Nevado del Ruiz, el primer análogo de Marte en Colombia ya es una realidad

 Tras desarrollar trabajos multidisciplinarios, investigadores de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) lograron que el Nevado del Ruiz, uno de los volcanes más emblemáticos del país, sea reconocido como un análogo natural de Marte, es decir un lugar en la Tierra que reúne condiciones semejantes a las del “planeta rojo”. El hallazgo, publicado en la revista científica Icarus, posiciona a Colombia en el mapa mundial de la astrobiología y abre nuevas posibilidades para la exploración planetaria.


En el sector conocido como Refugio, a más de 4.700 msnm, y en algunos puntos cerca de los 5.000 msnm, la bióloga María Angélica Leal, el geólogo David Tovar Rodríguez y las docentes Jimena Sánchez, María Argenis Bonilla y Nadejda Tchegliakova, del Grupo de Ciencias Planetarias y Astrobiología (GCPA) de la UNAL, realizaron muestreos de suelos volcánicos que revelaron una sorprendente variabilidad fisicoquímica en propiedades como el pH, la conductividad eléctrica y el contenido de nutrientes.

Con frío extremo, ausencia de vegetación y un silencio casi absoluto, las condiciones del lugar evocan un escenario marciano y hacen que llegar allí sea un reto logístico, pues el volcán permanece en alerta y la altura provoca síntomas de mal de montaña. Estos contrastes permiten identificar microambientes extremos que, aunque inhóspitos para la mayoría de los organismos, resultan comparables con los que se podrían hallar en Marte.

La caracterización química de los piroclastos para identificar elementos y compuestos presentes (análisis geoquímico) mostró además diferencias y similitudes notables con muestras de análogos de Marte conservadas en la International Space Analogue Rockstore (ISAR), especialmente en los contenidos de manganeso, hierro y sílice. El retroceso del glaciar del Nevado del Ruiz, acelerado por el deshielo, expone materiales antes cubiertos de hielo y lo convierte en un escenario privilegiado para observar cómo interactúan la geología, el clima y la vida en condiciones extremas.

La inquietud nació hace casi 10 años, cuando el equipo se preguntó qué tan lejos llegarían en Colombia los extremófilos, microorganismos capaces de vivir en condiciones extremas de frío, calor, acidez o radiación.

“Si en la Antártida se han hallado bacterias capaces de sobrevivir en condiciones extremas de frío y radiación, ¿por qué no buscarlas en nuestros volcanes glaciados, es decir, aquellos que combinan actividad volcánica con la presencia de glaciares en sus cimas?”, recuerda la investigadora Leal, estudiante del Doctorado en Ciencias – Biología de la UNAL, y en Investigación Espacial y Astrobiología de la Universidad de Alcalá de Henares (España), coautora del artículo.

Así, con su combinación de hielo, suelos volcánicos jóvenes y ambientes hostiles, el Nevado del Ruiz apareció como el escenario ideal para poner a prueba la hipótesis de que también podía ser un análogo de Marte.

Entre hallazgos y sorpresas

La primera campaña de campo, en la que se generaron los datos de esta primera publicación, se realizó en 2017. “Subimos hasta el Refugio cargando palas esterilizadas y bolsas especiales para recolectar muestras de piroclastos en un patrón en Z, una técnica diseñada para capturar la mayor variabilidad posible en términos microbiológicos”, relata el geólogo Tovar, estudiante del Doctorado en Ciencias - Geociencias de la UNAL, y de Investigación Espacial y Astrobiología de la Universidad de Alcalá de Henares (España), coautor del artículo.

Se recogieron 6 muestras: 5 en zonas poco intervenidas y una de control, en un área transitada por investigadores.

En el laboratorio, cada muestra se sometió a un riguroso proceso. Primero se tomaron secciones delgadas para observar bajo microscopio los minerales presentes y compararlos con información del instrumento CRISM, a bordo del orbitador Mars Reconnaissance Orbiter, que captura imágenes de Marte en decenas de longitudes de onda y permite reconocer minerales a partir de su “huella digital” espectral.

Luego se aplicaron técnicas de fluorescencia de rayos X para precisar la composición química y contrastarla con bases internacionales de análogos marcianos. Paralelamente se cultivaron microorganismos en medios pobres en nutrientes y a distintas temperaturas, entre 4 y 37 °C, para identificar aquellos capaces de sobrevivir al frío extremo,  además de fijar nitrógeno y solubilizar fosfato, propiedades determinantes para imaginar escenarios de vida en Marte, incluso para la sostenibilidad humana.

“El hallazgo más emocionante fue confirmar la presencia de minerales como hornblenda y plagioclasa, característicos de las rocas andesíticas del Nevado del Ruiz y semejantes a los detectados en Mawrth Vallis, una región de Marte considerada como estratégica por la evidencia de agua en su pasado”, señala la bióloga Leal.

Para los investigadores, la gran sorpresa fue aislar bacterias vivas en un ambiente tan hostil: Klebsiella spallanzanii y Bacillus cereus, capaces de fijar nitrógeno y solubilizar fósforo. “Encontrar microorganismos que en esas condiciones no solo sobreviven, sino que además fijan nitrógeno y solubilizan fosfato —procesos fundamentales para el sostenimiento de la vida— fue un descubrimiento fascinante”, afirman.

Nada de esto fue sencillo. El volcán, a casi 5.000 msnm, impuso sus bajas temperaturas, mal de altura y terrenos inestables. “La primera vez que subí me dio un mareo tremendo; uno cree que es solo cuestión de condición física, pero el cuerpo siente la falta de oxígeno”, recuerda entre risas el geólogo Tovar. A ello se sumaron las restricciones por la actividad volcánica y los largos trámites para legalizar las cepas bacterianas, un proceso que se recién concretó con la Ley 1955 de 2019.

El artículo publicado en Icarus no es solo un paso académico: marca el momento en que la comunidad científica internacional reconoce al Nevado del Ruiz como un verdadero análogo de Marte, bajo criterios comparables a los aplicados en otros lugares del mundo. “Publicar en esta revista, referente en geología y ciencias planetarias, es poner a Colombia en el escenario internacional para el desarrollo de la investigación en análogos. El logro no se queda en un título  honorífico, sino que abre la puerta a nuevas publicaciones y a consolidar al volcán colombiano en la red global de escenarios para la exploración planetaria”, explica la investigadora Leal.

Hasta ahora los sitios latinoamericanos reconocidos como análogos marcianos eran el Desierto de Atacama (Chile), la Puna de Atacama (Argentina-Chile), las Pampas de la Joya (Perú) y la Laguna Negra (Argentina).

Colombia entra al mapa de la astrobiología

“Mi mirada cambió después de los estudios en esta montaña. El Nevado del Ruiz ya no es solo un volcán activo, con riesgos y tragedias; ahora también es un laboratorio natural que nos conecta con preguntas universales sobre la vida en otros planetas”, confiesa la bióloga Leal.

El geólogo Tovar coincide: “hoy ya no lo vemos solo con ojos de geología local, sino con la perspectiva de la astrobiología mundial. Estar en congresos y dialogar con científicos de otros países nos permitió reconocer que aquí tenemos un escenario único, casi como un pedacito de Marte en Colombia”.

El estudio plantea que el Nevado del Ruiz también puede servir como campo de pruebas para futuros instrumentos científicos y simulaciones de misiones. Su accesibilidad y diversidad de condiciones lo convierten en un sitio privilegiado para entrenar instrumentos y validar tecnologías antes de enviarlas al espacio.

“Lo que empezó como un esfuerzo por entender un volcán activo y sus glaciares hoy se proyecta como una contribución de Colombia a la exploración de Marte”, resumen los autores.

El reconocimiento del Nevado del Ruiz como análogo de Marte también es el resultado de un trabajo en red. En el estudio participaron el GCPA avalado por la UNAL y la Corporación Científica Laguna, que es el nodo para Colombia de la Red Latinoamericana de Astrobiología, además del Servicio Geológico Colombiano, la Universidad de Alcalá de Henares (España), el Centro de Astrobiología de España, el Instituto de Investigación en Astronomía y Ciencias Planetarias de la Universidad de Atacama, y el núcleo argentino de astrobiología, entre otros.

Para los expertos Leal y Tovar, “esta alianza demuestra que la ciencia espacial no es exclusiva de los países con grandes satélites o telescopios: en Colombia también se puede liderar y atraer cooperación internacional desde escenarios propios. La investigación confirma que los países en vías de desarrollo, con su riqueza geográfica y ecológica, tienen un papel esencial en la ciencia espacial: dialoga de tú a tú con los grandes centros de astrobiología del mundo”.

El Nevado del Ruiz, que en 1985 protagonizó una de las mayores tragedias naturales del país, hoy se revela bajo la faceta de un volcán que conecta a Colombia con la búsqueda de vida en el universo.









miércoles, 20 de agosto de 2025

CONOZCA UN VISTAZO SECRETO A LA VIDA SILVESTRE EN LA LAGUNA DE SONSO


                                                                     Zorro Cañero 

Cámaras trampa revelan registros de diferentes animales, lo que representa un avance en el conocimiento de nuestras especies y ecosistemas, y reafirma el compromiso institucional con la protección de la fauna silvestre y la gestión sostenible del territorio.

                                                                         Chuguiro 
 En los rincones más tranquilos de la laguna de Sonso, donde el silencio solo es interrumpido por el canto de las aves, una red de cámaras trampa reveló un desfile inesperado de vida silvestre. Yaguarundíes sigilosos, zorros cañeros curiosos, iguanas asoleándose, chigüiros paseando en familia, ardillas juguetonas y una importante variedad de aves fueron captadas en su hábitat natural, sin saber que estaban siendo observadas.

                                                                            Iguana 

Esta reveladora actividad se llevó a cabo en las inmediaciones del Centro de Educación Ambiental Buitre de Ciénaga, como parte de una jornada teórico - práctica liderada por la Dirección Ambiental Regional Centro Sur de la CVC. El propósito fue entrenar a su equipo en la instalación y uso de estos dispositivos, herramientas clave para monitorear y estudiar a la fauna, sin perturbarla. 

                                                                       Jaguarundi

Las cámaras utilizadas fueron adquiridas por la CVC, gracias al programa nacional Red Otus, una ambiciosa estrategia que une a las 33 Corporaciones Autónomas Regionales o CAR del país, con apoyo de la cooperación internacional, el cual busca mucho más que imágenes, pues quiere fortalecer las capacidades técnicas de las autoridades ambientales, facilitar la ejecución de planes de conservación en áreas protegidas y fomentar una red colaborativa para la gestión de la biodiversidad.

                                                                        Thumbnail 

Según lo expresado por los profesionales de la CVC, cada imagen capturada no solo documenta la presencia de una especie, sino que evidencia la riqueza ecológica de esta zona estratégica del Valle del Cauca y cuenta una historia silenciosa de coexistencia, resiliencia y belleza natural. 

 Cada obturación abre una ventana al mundo oculto que florece en los humedales del Valle del Cauca.


martes, 19 de agosto de 2025

El sargazo que invade las playas de San Andrés salvaría sus manglares

 En los últimos años la cobertura de manglar en San Andrés se ha reducido por eventos como el huracán Iota de 2020, que afectó el 70 % de estos bosques al norte de la Isla. En el manglar Old Point las plantas jóvenes no logran establecerse con éxito, y sin estos guardianes naturales la Isla queda más expuesta a la impredecible fuerza del mar. Pero las toneladas de sargazo, un alga flotante que inunda las costas y se limpia como basura, serían la solución para recuperar esta vegetación.

Desde 2009, y con más fuerza desde 2011, enormes masas de sargazo comenzaron a formarse en el Atlántico tropical y llegaron al Caribe, lo que hoy constituye un problema para estas playas. El fenómeno obedece a factores como la combinación de aguas más cálidas, los cambios en las corrientes marinas y un exceso de nutrientes que actúan como fertilizante permitiendo que el sargazo crezca y viaje miles de kilómetros hasta playas como las de San Andrés.

El sargazo masivo es un dolor de cabeza tanto para los isleños como para el ecosistema, pues cuando se acumula en las playas desprende un olor fuerte, casi a huevo podrido, que ahuyenta a los turistas, y al descomponerse consume oxígeno en el agua afectando a los peces, corales y otros organismos marinos. Entre sus enredos arrastra basura, microplásticos, e incluso restos de animales muertos. Y por si fuera poco, se puede convertir en vehículo de metales pesados como el arsénico, que si no se manejan adecuadamente terminan contaminando más de lo que ayudan.

Pero lo que para muchos habitantes de las playas es solo un estorbo maloliente, para un grupo de investigadores se ha convertido en una oportunidad, pues lo están transformando en un abono natural capaz de ayudar a restaurar los manglares que protegen la Isla tanto de huracanes como de la erosión y del cambio climático, y que, comparado con el propio suelo del manglar, le ayuda a sobrevivir, crecer y tener más hojas.

Hoy la gestión más común en San Andrés es enterrarlo. Se recoge con palas y maquinaria y se cubre bajo la arena, un método rápido pero que no resuelve el problema de fondo porque los desechos no se gestionan sino que se ocultan desaprovechando los beneficios que traería usarlos.

El biólogo Juan Andrés Palacios Rocha, investigador de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), decidió que no se limitaría a ver cómo el sargazo se convierte en basura, e, inspirado por la urgencia de recuperar los manglares que protegen a San Andrés de la erosión de sus costas y de las tormentas, se propuso utilizar esta microalga marina como abono para conservar los bosques costeros.

Esta vegetación de árboles de raíces entrelazadas que crece donde se mezclan el agua dulce y la salada, almacena carbono y sirve de hogar a peces, cangrejos, aves y muchas otras especies marinas y terrestres, pero enfrenta graves amenazas.

El trabajo del investigador Palacios comenzó mar adentro. Con el apoyo de su directora, la profesora Briggite Gavio, del Departamento de Biología de la UNAL, y su equipo, recolectaron unos 70 kilos de sargazo fresco, cuidando que no estuviera demasiado deteriorado. Una vez en tierra, lo lavaron con agua dulce para retirarle la sal acumulada durante su travesía.

Luego lo mesclaron con residuos de cocina (de origen no animal), también cerca de 70 kilos recolectados en la Isla, más 30 kilos de trozos de madera triturada. “Esa mezcla se dejó compostar durante 61 días, alcanzando temperaturas de hasta 60 °C en su fase más activa, lo que ayuda a eliminar bacterias y acelerar la descomposición. Después se tamizó y se dejó secar al sol hasta obtener un abono uniforme y rico en nutrientes como nitrógeno, fósforo y potasio, esenciales para el crecimiento de las plantas”, explica el biólogo.

Con el compost listo llegó el momento de la prueba. En un vivero se sembraron plántulas del mangle rojo (Rhizophora mangle) característico del Caribe, en 4 tipos de sustratos: (i) tierra local de San Andrés que se vende para plantar, (ii) mezcla de 50 % tierra local y 50 % compost con sargazo, (iii)  mezcla de 50 % tierra local y 50 % compost sin sargazo, y (iv)  tierra de un manglar natural de Old Point.

Lo que reveló la naturaleza

En el invernadero todas las plántulas sobrevivieron. No hubo diferencias notorias en el crecimiento, y la herbivoría (ataque de animales que comen hojas) fue mínima. Pero la verdadera prueba llegó cuando las plantas se enfrentaron al mundo real, en las condiciones cambiantes del manglar.

Allí las diferencias saltaron a la vista: las plántulas que crecieron en el sustrato con 50 % de compost de sargazo fueron las más vigorosas. Tenían más hojas y más sanas. La supervivencia en este grupo superó ampliamente a las que crecieron en suelo del manglar, que mostraron menor altura, menos vigor y más afectación foliar.

El temor de que el compost de sargazo acumulara metales pesados en las plantas se disipó con análisis de laboratorio: la transferencia de estos elementos a los tejidos fue mínima. Incluso con la legislación colombiana –más laxa que la europea– los niveles se mantuvieron dentro de los límites aceptados.

Los resultados son prometedores. Usar compost de sargazo no solo mejoraría el éxito de restauración de los manglares, sino que además ofrecería una forma ecológica de manejar las toneladas de biomasa que hoy son tratadas como basura. Esto significa menos impacto en las playas turísticas, menos gasto en disposición y más oportunidades para fortalecer la protección natural de la Isla.

La investigación contó con el respaldo de un proyecto de fortalecimiento de la gestión del riesgo de desastres en San Andrés y Providencia que busca combinar conocimiento científico con innovación social para ofrecerle soluciones a la comunidad. Ya se han realizado talleres con niños y adultos  para concientizar sobre el problema y mostrar el potencial que tiene esta alga tanto para la vida de sus pobladores como para la protección de los manglares.






viernes, 15 de agosto de 2025

Caza y deforestación amenazan dos especies de aves, pero un santuario ancestral del Putumayo es su refugio

En los cielos verdes del piedemonte andino-amazónico aún sobrevuelan dos joyas aladas: el tucán pechiblanco o de pico rojo (Ramphastos tucanus) y la guacamaya verde (Ara militaris). Ambas especies están perdiendo su lugar en el mundo a causa de problemas como la deforestación, y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) las clasificó como “vulnerables”. Estas aves dependen de un territorio tan frágil como vital: el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi-Ande, en el sur del Putumayo, y forman parte de la cosmogonía del pueblo indígena Cofán y de su lengua única.

Este rincón biodiverso del Putumayo conecta las montañas andinas con la selva amazónica convirtiéndose en un corredor ecológico esencial y un santuario cultural para el pueblo indígena Cofán. Aquí la ciencia y la tradición se encontraron gracias a un trabajo conjunto entre biólogos e indígenas cofanes, quienes durante siglos han aprendido a leer el bosque a través del canto y el vuelo de las aves.

Fue en ese proceso que el biólogo Juan Burbano Buchelly, de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), pasó meses recorriendo senderos junto al taita Cirilo Mendua, autoridad espiritual cofán, para registrar la riqueza de aves de la región y los saberes que las acompañan. El resultado es un inventario de 194 especies –con 78 nombres en lengua cofán– que revela cómo cada ave cumple no solo una función ecológica sino también un papel en la comunidad, ya sea como mensajeras de los espíritus, guardianas de los ciclos de lluvia, proveedoras de alimento o medicina, e incluso protagonistas de relatos orales que enseñan a cuidar el territorio.

La investigación se basó en una metodología que combinó monitoreo ecológico y entrevistas etnográficas. Durante tres expediciones principales, los investigadores identificaron aves en zonas de bosque húmedo tropical en regeneración, terrenos que alguna vez fueron potreros o cultivos de coca, y que hoy, gracias a los esfuerzos de conservación, vuelven a ser refugios de vida. Además, las entrevistas semiestructuradas con miembros de los pueblos Cofán, Siona y Awa permitieron documentar no solo los nombres y usos de las aves, sino también los cambios percibidos por las comunidades en la presencia de ciertas especies.

La guacamaya verde (Ara militaris) y el tucán pechiblanco (Ramphastos tucanus) son dos de las especies que generan más preocupación. Ambas requieren grandes extensiones de bosque continuo para sobrevivir y reproducirse, pero la deforestación, la cacería y el comercio ilegal las han reducido a poblaciones fragmentadas.

“En el caso de las guacamayas, ocurre que algunas personas les arrebatan sus crías, por su belleza, para comerciarlas ilegalmente, lo cual pone en apuros a la población de esta ave. Aunque en el Santuario se hacen monitoreos constantes para revisar que no se estén cazando estas aves, aún  hay vacíos en el conocimiento sobre cuántos individuos hay en la Amazonia, por lo que hace falta más investigación al respecto”, indica el biólogo Burbano.

Aunque en 2022 la deforestación en Guaviare, Meta, Caquetá y Putumayo se redujo en cerca del 25 % –departamentos que tradicionalmente representan el 65 % de la deforestación total del país, según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible–, la tala histórica de los árboles de la región ha dejado vulnerables a especies de aves que dependen de su sombra.

Biodiversidad ilustrada para salvar la lengua

De este trabajo nació la guía Sethapaemba Ingi-Ande (Canto de nuestro territorio), un compendio ilustrado que reúne el nombre científico y el nombre en lengua originaria, la descripción física, los usos y el significado cultural de cada especie registrada. La guía es una herramienta viva que busca convertirse en insumo para las escuelas indígenas, apoyando así la educación ambiental y dejando un registro para las generaciones futuras.

Durante muchos años las plumas de estas aves se han usado en ceremonias especiales de la comunidad, así como en la elaboración de coronas o de yagé –muy usado en la parte amazónica–, o en remedios y medicinas ancestrales.

El valor de este estudio trasciende lo biológico, pues se enmarca en la “conservación biocultural”, una disciplina que entiende que proteger la biodiversidad también implica proteger las culturas que conviven con ella. La pérdida de una especie no solo empobrece el ecosistema, sino que además apaga historias, cantos y saberes transmitidos de generación en generación, pues, como asegura el biólogo, “hay pocos hablantes de la lengua cofán, la mayoría de ellos ancianos sabedores de la comunidad”.

El investigador de la UNAL también enfatiza en la importancia para el ecosistema amazónico de estas dos aves vulnerables, pues son dispersadoras de las semillas de grandes árboles como guamo, cedro, copal y achapo, entre otros, que son el hogar y la sombra de miles de especies de animales en los bosques y selvas de esta región.

La urgencia es clara: si el bosque se fragmenta y las aves más vulnerables desaparecen, el impacto será doble: ecológico y cultural. Por eso, el biólogo Burbano recomienda continuar con el monitoreo participativo, involucrar a más jóvenes en la recolección de datos y fortalecer la articulación entre comunidades y científicos para enfrentar las amenazas.

En un país con más de 1.900 especies de aves, la historia del Santuario Orito Ingi-Ande es una muestra de que la conservación no se trata solo de contar aves, sino de escucharlas, de entender su papel en la trama de la vida, y de actuar antes de que su silencio sea definitivo.

Además de las especies vulnerables, el trabajo permitió registrar varias aves que no se habían documentado antes en el Santuario, ampliando así el inventario oficial. Entre ellas se encuentran pequeños tiránidos y atrapamoscas de hábitos discretos, que pasan desapercibidos entre la maraña del bosque, así como ciertos colibríes del género A´tse (nombre genérico en lengua cofán para todos los picaflores) que revelan la riqueza de microhábitats en las zonas de regeneración. La inclusión de estas especies demuestra que, incluso en áreas estudiadas, la avifauna amazónica le sigue ofreciendo sorpresas a la ciencia.

El inventario también resaltó la presencia de aves con un fuerte vínculo cultural pero escasa visibilidad en estudios previos, como el paujil colorado (Nothocrax urumutum) y el paujil negro (Mitu salvini), ambas de valor alimenticio y protagonistas de relatos orales. Estos relatos, transmitidos por los mayores cofán, no solo narran el origen de sus cantos, sino que también enseñan lecciones de respeto y equilibrio con la naturaleza. Documentar estas historias junto con los datos ecológicos permite entender que la pérdida de una especie implicaría la desaparición de un fragmento de memoria colectiva.

Otro hallazgo significativo fue la identificación de especies que, más allá de su rareza, cumplen un papel como “indicadoras bioculturales”, como por ejemplo el milano silbador (Ibycter americanus), conocido como kakakau, cuyo canto es interpretado por los cofán como señal de la presencia cercana de tigres. Conocimientos como este no se encuentran en guías de campo ni en bases de datos científicas, pero sí orientan la forma en que las comunidades habitan y se mueven en el territorio.

Los datos recogidos se complementaron con grabaciones de vocalizaciones, fotografías y observaciones de comportamiento, lo que a futuro permitirá comparar cambios en la presencia y abundancia de las especies. Este monitoreo no solo será útil para la ciencia, sino que además servirá de insumo para programas educativos en las escuelas indígenas, reforzando así el vínculo entre los jóvenes y las aves que forman parte de su herencia cultural.







jueves, 14 de agosto de 2025

ACCIÓN COLECTIVA EN EL PACÍFICO PUNTA SOLDADO SE UNE POR LA VIDA DEL MANGLAR

Mujeres sembradoras, jóvenes ambientalistas, docentes, entidades como la CVC y la empresa Compas vivieron una jornada significativa de educación, revisión de viveros y siembra de mangle, reafirmando su compromiso con el ecosistema costero de Buenaventura.

En Punta Soldado, Buenaventura, se llevó a cabo una jornada que combinó conocimiento ambiental, trabajo comunitario y amor por el territorio. Mujeres sembradoras, estudiantes, líderes juveniles y representantes institucionales participaron en una actividad enfocada en el cuidado y restauración del ecosistema manglar, una riqueza natural vital para esta región del Pacífico colombiano.

 El evento, liderado por la CVC y apoyado por la empresa Compas, incluyó un recorrido por viveros comunitarios, conversatorios sobre la importancia del manglar y una siembra de diversas especies como mangle rosado, rojo, nato y piñuelo.

Jorge Viveros, funcionario de la CVC, explicó: “Hoy estamos haciendo una jornada de educación ambiental relacionada con el manejo del ecosistema manglar. Realizamos varias dinámicas: un conversatorio con agricultores, la visita a viveros establecidos por la comunidad y finalizamos con la siembra de diferentes especies de mangle en el territorio. Estas actividades permiten que la comunidad se relacione más profundamente con su entorno y reconozca su valor”.

El proceso de restauración ha sido liderado, en gran parte, por mujeres sembradoras que han convertido su conocimiento y dedicación en una verdadera escuela de vida.

Nancy Caicedo Arroyo, una de las sembradoras participantes, compartió su experiencia: “El proceso ha sido largo y hermoso. Primero hacemos nuestro vivero, luego recogemos las semillas, algunas las traemos desde la playa donde no se producen, y acá sí se reproducen. Cada especie tiene sus particularidades y eso nos motiva a seguir aprendiendo”.

 La jornada también destacó la conexión profunda entre los jóvenes y su entorno, fomentando el liderazgo ambiental desde el territorio.

Breyner Obregón Caicedo, representante de la agencia Playa Viva, señaló: “Es un tema muy importante porque esto fortalece nuestra comunidad. Los manglares son nuestra vitalidad. Somos una pequeña isla rodeada en un 90% por este ecosistema y trabajar con la CVC nos ayuda a formar a los jóvenes, para que conozcan y valoren lo que tienen”.

 Este tipo de encuentros fortalecen no solo el conocimiento técnico, sino también los lazos comunitarios y el sentido de pertenencia. La CVC continuará impulsando estos procesos participativos como parte de su misión de proteger la zona marino-costera del Valle del Cauca, en articulación con comunidades, organizaciones sociales y el sector privado.








Al final del siglo el Caribe perdería uno de sus peces más importantes por el cambio climático

 La cojinúa negra (Caranx crysos), pez de entre 20 y 50 cm de largo, es uno de los protagonistas de la pesca artesanal de las costas Caribe y Atlántica colombianas; sin embargo, el aumento de las emisiones de dióxido de carbono (CO2), gas de efecto invernadero, estaría acidificando el agua en la que vive, dificultando la supervivencia de otros animales de los que se alimenta (peces más pequeños, algas, moluscos o crustáceos), poniendo en riesgo su presencia en el país hacia 2090 o 2100. Así lo determinó una bióloga que simuló computacionalmente distintas condiciones ambientales en los próximos años.

Daniela García Montes, investigadora y bióloga de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), se interesó por descifrar cuál es el estado actual de la cojinúa negra y cuál será su distribución en las décadas de 2050 a 2060, y de 2090 a 2100, trabajo acompañado por el profesor Camilo García, del Departamento de Biología. El estudio es pionero en la búsqueda de respuestas sobre el impacto que tendrá el cambio climático, más específicamente el CO2, en la vida marina futura.

Recordemos que en pequeñas cantidades el COes muy importante para las plantas, pues les permite hacer la fotosíntesis, pero en grandes proporciones ocasiona el calentamiento el planeta, ya que la luz que llega del Sol se concentra en un “manto” que retiene el calor, y cada vez que se queman combustibles fósiles (como en el motor de los carros que usan gasolina o las fábricas), este se hace más grueso y la temperatura aumenta en toda la Tierra.

Este fenómeno provoca cambios en los mares y océanos, debido a que el calor y el COtambién se concentran allí, alterando la dinámica marina y poniendo en riesgo el balance de la vida de peces como la cojinúa negra.

Por eso el objetivo de la investigadora García fue simular estos cambios usando registros geográficos del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras José Benito Vives de Andréis, especialmente de 2010 y 2012, pues de esos años es la información más reciente que se tiene sobre esta especie. También empleó información de la base de datos Bio-ORACLE, sobre la temperatura, el pH, la salinidad y la productividad (cantidad de alimento disponible) de los lugares que habita el pez.

Con estos datos usó el software especializado MaxEnt, que le permitió determinar cómo está hoy la cojinúa negra y cuáles son las condiciones ambientales que prefiere, creando un modelo con el que comparó cómo fluctuarán aquellas preferencias a causa del calentamiento global.

“Las simulaciones se pueden realizar gracias a los modelos climáticos (CMIP6) de libre acceso, creados por el Programa Mundial de Investigaciones Climáticas, con mapas estimados de distintos escenarios en el planeta según el aumento de la temperatura”, explica la investigadora.

Así, el programa MaxEnt comparó lo conocido hoy sobre la cojinúa negra con tres escenarios: optimista (aumento inferior a 1,5 °C), intermedio (entre 2 y 3 °C) y peor (más de 4 °C).

Encontró que en los próximos años el pez seguirá resistiendo y adaptándose al aumento de la temperatura, porque tiende a moverse por aguas cálidas; no obstante, al llegar a 2090 y 2100 la situación cambiará, pues en el peor escenario el pH del Caribe sería mucho más ácido, y por ende no sería ideal para los animales de los cuales se alimenta en la actualidad.

De esta manera, la cojinúa negra parece preferir un rango de pH muy estrecho, entre 8,03 y 8,05, lo que la hace sensible a cambios en la acidez del mar. La temperatura también es indispensable: el pez se siente más cómodo en aguas que superan los 30,5 °C, y la probabilidad de su presencia se estabiliza en torno a los 31,2 °C. En comparación, variables como la salinidad y la productividad parecen influir menos.

Entre 2013 y 2021 la cojinúa negra representó el 11,9 % de los desembarques pesqueros en el Caribe y el Atlántico colombianos, lo que evidencian su importancia para la pesca artesanal. Según la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (Aunap), en el país existen unos 120.000 pescadores artesanales, 100.000 de ellos con esta actividad como permanente, y de ella dependen familias de 5 personas en promedio.

“Por la presión pesquera cada vez es más difícil ver este tipo de peces en general, o es muy común encontrar ejemplares cada vez más pequeños. Aunque aún no está en peligro, eso cambiaría en las siguientes décadas si no se toman medidas pronto”, explica la bióloga García.

“Por la presión pesquera cada vez es más difícil ver este tipo de peces en general, o es muy común encontrar ejemplares cada vez más pequeños. Aunque aún no está en peligro, eso cambiaría en las siguientes décadas si no se toman medidas pronto”, explica la bióloga García.

La investigación demuestra que si las emisiones y el calentamiento global siguen el camino más negativo, para finales de siglo el Caribe colombiano no tendría ninguna zona con las condiciones ideales que este pez necesita para vivir. La razón principal sería la combinación de temperaturas extremas y cambios en el pH por la acidificación del océano. En cambio, si se logra reducir el impacto climático, algunas áreas se volverían incluso más favorables que ahora, aunque los peces podrían desplazarse mar adentro, lejos de la costa.

La investigadora también advierte que el modelo tiene limitaciones, como la resolución espacial de los datos (cada celda equivale a unos 5,5 km), que impide ver detalles muy pequeños, como bahías o arrecifes locales que serían refugios importantes. Tampoco se incluyeron factores como los depredadores, la competencia con otras especies o la capacidad de las larvas de llegar a nuevas zonas.

Por eso, aunque el mapa proyecta el potencial ambiental, no garantiza que el pez realmente pueda ocupar esas áreas en el futuro. “Es necesario seguir estudiando el fenómeno y encontrando qué pasa en su totalidad, este fue un primer paso para tomar acciones reales y concientizar sobre un problema concreto para la cojinúa negra, pero el reto continúa”, concluye la bióloga.