martes, 7 de octubre de 2025

Novedoso diseño reduce errores al separar residuos en festivales gastronómicos y culturales

 EcoLoop, una propuesta aplicada en eventos gastronómicos en Bogotá, demostró que el diseño puede ser determinante para mejorar la forma en que las personas separan sus residuos. Al rediseñar la estructura física de las estaciones —con orificios que obligan a encajar el residuo correcto, tapas inclinadas que facilitan la visibilidad y señalización clara—, y aplicar principios sencillos de ergonomía y aprendizaje por asociación, se eliminan ambigüedades, se reducen errores y se logra que la acción de separar se dé de forma natural y rápida.

Cada día se generan en Bogotá más de 8.000 toneladas de basura, de las cuales el 51 % son residuos orgánicos y el 40 % reciclables. Sin embargo, solo entre el 14 y 16 % se aprovechar efectivamente, lo que significa que miles de toneladas de materiales reutilizables terminan en el Relleno Sanitario Doña Juana.

En la ciudad cada vez son más frecuentes los festivales gastronómicos y culturales, los cuales generan grandes volúmenes de residuos en muy poco tiempo: entre 113 y 162 toneladas diarias en un solo evento, y menos del 20 % se recicla correctamente.

Aunque la normativa colombiana (Ley 2232 de 2022 y Resolución 2184 de 2019) exige estrategias de separación de materiales en el lugar donde se originan, la realidad es que la mayoría de los puntos ecológicos dependen de señalizaciones poco claras y de personal mal capacitado para orientar al público, lo que encarece la operación sin asegurar buenos resultados.

El enfoque propuesto por Juan Camilo Silva, Diana Paola Castiblanco y Juan David Ospina, especialistas en Diseño y Desarrollo de Producto de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), convierte la disposición de residuos en un acto cotidiano fluido, sin necesidad de explicaciones ni intermediarios, fortaleciendo así toda la cadena de recolección y aprovechamiento de materiales.

El nombre EcoLoop combina la dimensión ecológica con la idea de un “bucle” o circuito, porque busca cerrar el ciclo de los residuos desde el momento en que se generan, mediante estaciones rediseñadas, participación activa de los asistentes y un sistema de seguimiento que retroalimenta todo el proceso.

La idea surgió luego de que los especialistas de la UNAL observaran en varios eventos gastronómicos que la correcta disposición de los residuos dependía por completo de la presencia de “ecoguardianes” —personas encargadas de indicarles a los asistentes en qué caneca depositar cada material—, una práctica que resultaba costosa y poco eficiente.

“Nos pareció un despropósito que todo dependiera de una persona. Queríamos que el diseño hiciera esa labor, que no se necesitara pensar ni preguntar dónde va cada cosa”, comenta la especialista Castiblanco.

Diseñar para guiar conductas

El equipo analizó referentes internacionales —desde sistemas japoneses con hasta 7 tipos de recipientes hasta experiencias latinoamericanas— y creó un dispositivo físico que aprovecha aprendizajes adquiridos desde la infancia, como la asociación entre formas. “Si tienes un cilindro, no lo puedes meter en un cuadrado. Es tan obvio que no hay que pensarlo, y eso reduce muchísimo los errores”, explica la investigadora.

Las estaciones cuentan con tapas inclinadas e intercambiables según el tipo de residuos de cada festival, lo que mejora la visibilidad y permite personalizar la experiencia. Están elaboradas en cartón reciclable, un material liviano, fácil de transportar y reutilizable, y su altura (1 m) responde a criterios ergonómicos que facilitan el uso para la mayoría de las personas.

Aunque el prototipo no se alcanzó a implementar en un festival real, sí se realizaron pruebas piloto que replicaron la experiencia de un evento gastronómico, entregando refrigerios con empaques típicos a asistentes para observar su comportamiento sin dar instrucciones previas.

La mayoría de las personas separó correctamente los materiales desde el primer intento, lo que demuestra que un buen diseño puede reemplazar la necesidad de intermediarios. “La gente agradecía no tener que detenerse a pensar demasiado; podían participar sin distraerse de la actividad principal”, señala la especialista Castiblanco.

Además, el sistema mejora toda la logística posterior: al asegurar que cada residuo llegue al contenedor correcto desde el inicio, los recicladores no tienen que reprocesar bolsas mezcladas, lo que ahorra tiempo, evita pérdidas de material y dignifica su trabajo dentro de la cadena.

Más que un contenedor, un cambio cultural

Los investigadores resaltan que basta con que un solo residuo esté mal ubicado para afectar todo el aprovechamiento de un lote, y por eso plantean un cambio en la experiencia de disposición de residuos. A través de un diseño que activa conductas ya aprendidas y de estrategias de recompensa —como beneficios simbólicos o descuentos en alianzas con marcas participantes—, ellos buscan que separar los residuos se vuelva una acción automática y valorada socialmente.

EcoLoop propone un modelo integral que combina diseño, cultura ciudadana y economía circular, con impacto ambiental, económico y social. “Esto no es un gasto adicional, es una inversión estratégica que mejora la eficiencia de los eventos y posiciona a las organizaciones ante un público que valora la sostenibilidad”, concluye la especialista Castiblanco.







LA GRAN VITRINA VERDE DE COLOMBIA FUE UN ÉXITO

NEGOCIOS VERDES VENDIERONMÁS DE $500 MILLONES EN LA SEMANA DE LA BIODIVERSIDAD

 La Gran Vitrina Verde de Colombia en la plazoleta de San Francisco fue todo un éxito. Los 300 emprendedores de negocios verdes que las Corporaciones Autónomas Regionales trajeron de todo el país, Orinoquía, Amazonía, zona andina, Caribe y por supuesto el Pacífico, lograron ventas superiores a los 500 millones de pesos durante 6 días de la Semana de la Biodiversidad.

 A la Plazoleta de San Francisco llegaron más de 60.000 visitantes que además de comprar a los emprendedores, disfrutaron de ponencias de la agenda académica. Además, la CVC entregó más de 50.000 árboles nativos

"Muy positivo y sobre todo agradecido con todos los caleños y vallecaucanos que vinieron a visitarnos y por supuesto la gente de todo el país. Hemos hecho algo histórico, nuestros negocios verdes cada vez crecen más, cada vez se sienten más apoyados, cada vez tienen más creatividad en sus productos. Eso es muy bueno, son personas que hacen un gran esfuerzo por cuidar en su territorio, por proteger los recursos naturales, por producir en ellos, así que estamos muy felices. emprendimientos”, dijo durante el cierre del evento Marco Antonio Suárez Gutiérrez, director general de la CVC.

 "Las charlas académicas han sido maravillosas, ellos mismos enseñándole a toda la comunidad como hacen sus productos. Por supuesto, el gran esfuerzo que han hecho también los funcionarios de la corporación y otras entidades que nos han apoyado también como la Gobernación del Valle del Cauca. La gente nos pide que por favor continuemos y eso nos obliga a continuar porque definitivamente es una bendición para estos negocios que en su gran mayoría son pequeños y medianos", añadió.

Más allá de productos habituales en estos negocios como mermeladas, mieles, café, chocolates y esencias, en esta ocasión se vendieron productos novedosos como frutas como el asaí, arazá y naidí transformadas en helado. 

Además de los estands de negocios verdes hubo muestra diaria de cocina en vivo, mariposario, mercado agroecológico, rueda de negocios con 600 conexiones, la entrega de 20 nuevos sellos verdes para el Valle, llegando a 90 certificados de los 335 de la Ventanilla. También se firmó un convenio con el Ideam para mejorar los pronósticos y alertas en el departamento, el lanzamiento de Tapir, un sistema para trazar vías de forma sostenible, un desfile de moda sostenible y una variada agenda académica diaria. 

  “Aquí estamos en nuestra semana de la biodiversidad con la Vitrina Verde, invitados como Negocios Verdes, aquí con el club de aves y todos estos emprendimientos y estamos felices, fabuloso que existan estos programas. ¿Por qué? Porque así visibilizamos al Valle del Cauca, visibilizamos a la zona rural, visibilizamos a todos estos emprendimientos sostenibles que hacen parte de toda esta vitrina que es Negocios Verdes. Gracias CVC, se fajaron porque este año estuvo genial”, dijo María del Rosario Cortés, coordinadora de la Reserva Natural Bonanza del municipio de Jamundí, zona montañosa.

“Pues nos ha ido bien, gracias a Dios y le agradecemos mucho a la CVC por la invitación y felices, contentos de estar aquí y de participar”, dijo por su parte Raquel Arroyo, de Vinos Cajambre, un emprendimiento dedicado a la destilación y producción de vinos artesanales que viene desde el río del mismo nombre al sur de Buenaventura.  

 “A mí me parece muy importante este tipo de dinámicas para visibilizar no solamente nuestro territorio, nuestro departamento del Atlántico, sino también conocer el resto de departamentos, el resto de zonas y también ser muy consciente lo que hay en cada territorio y cada elemento identitario que puede ofrecer”, aseguró Ilan Urrueta Rodríguez, de la tienda Atlántico Verde, impulsada por la Corporación Autónoma Regional del Atlántico y Ultrasem.

 “La feria ha sido espectacular para nosotros. sabemos que es una feria de importancia nacional y tenemos toda la oportunidad de brindarle los productos orgánicos de nuestra región”, opinó Jorge Naranjo quien trajo un producto desarrollado a partir de humus de lombriz para eliminar el mal olor de los areneros de gatos llamado Vitacat, desde Risaralda invitado por la Carder.   

Para los visitantes el evento también fue toda una experiencia: “¡Ay, maravilloso! Me ha encantado. Mejor dicho, la CVC se ha lucido con este evento de la biodiversidad. Esto es una puerta para el mundo. Hermosísimo, de aquí me voy con mi arbolito”, dijo Alba Ramírez Morales una de las visitantes.

 “Espectacular. Yo creo que es muy valioso que la capital del Valle sea como el epicentro de esta muestra donde llegan tantos hombres y mujeres que la están dando todo con sus negocios verdes. Este es el orgullo colombiano reunido aquí en la plazoleta de San Francisco. Estamos disfrutando de la brisa caleña, comiéndonos un helado de chontaduro. Yo creo que es el mejor parche”, exclamó por su parte Jael Figueroa Arenas, periodista asistente al evento.








lunes, 6 de octubre de 2025

Los reyes del Orinoco se alza con premio en el Festival de Cine Verde de Barichara

 Este documental producido por Televisión UNAL fue el ganador del Premio de Largometraje Nacional en la edición 2025 del Festival de Cine Verde de Barichara (Festiver). La cinta retrata la misión científica de liberar cocodrilos del Orinoco (Crocodylus intermedius) en el Parque Nacional El Tuparro y seguir su rastro en el río Tomo mediante tecnología de rastreo remoto. Este premio es otro reconocimiento al esfuerzo de conservación liderado por la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), que ya había recibido el Premio India Catalina 2025 como Mejor Producción Universitaria.

Desde 2011 Festiver ha consolidado su espacio como una plataforma de cine ambiental con impacto. En sus 14 primeras ediciones proyectó más de 1.000 películas de más de 60 países y premia trabajos nacionales e internacionales que abordan la naturaleza, el cambio climático, la sostenibilidad y la cultura ambiental.


La XV versión se celebró del 25 al 28 de septiembre en Barichara (Santander), y en su ceremonia final reconoció el valor audiovisual y científico de Los reyes del Orinoco, que compitió con otras destacadas producciones en la categoría de Largometraje Nacional.

El documental, que ya había sido reconocido con el Premio India Catalina,  sigue a un equipo de investigadores que viaja al Parque Nacional El Tuparro para liberar 14 ejemplares de C. intermedius criados en cautiverio.


Después la investigación se traslada al río Tomo, en donde los científicos utilizan dispositivos de rastreo remoto para localizar 14 ejemplares liberados el año anterior, con el fin de evaluar su adaptación y supervivencia en su hábitat natural. Recordemos que el cocodrilo del Orinoco está catalogado como especie en peligro crítico.

El cocodrilo del Orinoco, también conocido como caimán llanero, es una especie autóctona del país que en 1984 fue declarada como en “Peligro crítico extinción”, categoría ratificada por Colombia mediante la Resolución 676 del 21 de julio de 1997, expedida por el entonces Ministerio del Medio Ambiente. Para ese año quedaban unos pocos ejemplares debido a la caza indiscriminada de la que fueron objeto entre las décadas de 1930 y 1950 para exportar sus pieles.

Este reptil, considerado como el mayor depredador de América Latina, alcanza una longitud de 7 m y es la única especie cuya distribución está contenida en una sola cuenca hidrográfica: la de Orinoco.

Los reyes del Orinoco es un documental con raíces profundas en la UNAL, fue realizada por Televisión UNAL en alianza con la Estación de Biología Tropical Roberto Franco, la Facultad de Ciencias y la Facultad de Medicina Veterinaria y de Zootecnia de la Sede Bogotá. La Estación, ubicada en Villavicencio (Meta), ha sido fundamental en la conservación de esta especie desde los años setenta, cuando bajo la dirección del reconocido científico Federico Medem se inició una colección viva de cocodrilos.

El profesor Federico Medem es una figura emblemática en los estudios sobre C. intermedius, y con esta nueva producción la UNAL reafirma su compromiso institucional por la ciencia aplicada a la conservación.

La liberación, la investigación en campo y el registro audiovisual no solo documentan el esfuerzo científico, sino que además permiten que la mirada pública se conecte con especies amenazadas y procesos de restauración ambiental. Los reyes del Orinoco es un puente entre la academia, la comunidad y el audiovisual para despertar conciencia ambiental.






viernes, 3 de octubre de 2025

Tomate de árbol se ahoga en Boyacá, pero una hormona sería su “chaleco salvavidas”

 Cuando las lluvias arrecian en zonas de planicie como Boyacá, el tomate de árbol paga las consecuencias: las raíces se asfixian bajo el exceso de agua y hasta el 90 % de los frutos se pierden. Ahora, científicos probaron que una hormona obtenida de flores actuaría como escudo protector manteniendo el crecimiento y las hojas incluso en plena temporada invernal.

En las montañas frías de Boyacá, Cundinamarca y Antioquia –principales regiones productoras de este fruto– las lluvias excesivas saturan el suelo y lo vuelven incapaz de drenar. Las raíces quedan atrapadas en un charco invisible y, sin oxígeno, empiezan a marchitarse como si se ahogaran bajo tierra. El desenlace es devastador: las hojas se tornan amarillas, los frutos se desprenden antes de madurar y las cosechas se pueden reducir drásticamente en cuestión de días.

La magnitud del problema se refleja en las cifras. Según la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), el país produce más de 150.000 toneladas de tomate de árbol al año, y departamentos como Boyacá concentran buena parte de esta producción. En épocas de lluvias intensas, incluidas las asociadas con el fenómeno de La Niña, las pérdidas se convierten en una verdadera pesadilla para cientos de familias campesinas que dependen de este fruto para su sustento.

Este fruto ha sido poco estudiado, en especial su capacidad para resistir las inundaciones del suelo, por lo que el investigador Diego Alejandro Gutiérrez Villamil, magíster en Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), se adentró en el problema describiendo el primer impacto: “con 4 de inundación la planta ya empieza a colapsar, y después de ese momento el daño es irreversible”.

En las montañas frías de Boyacá, Cundinamarca y Antioquia –principales regiones productoras de este fruto– las lluvias excesivas saturan el suelo y lo vuelven incapaz de drenar. Las raíces quedan atrapadas en un charco invisible y, sin oxígeno, empiezan a marchitarse como si se ahogaran bajo tierra. El desenlace es devastador: las hojas se tornan amarillas, los frutos se desprenden antes de madurar y las cosechas se pueden reducir drásticamente en cuestión de días.

La magnitud del problema se refleja en las cifras. Según la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), el país produce más de 150.000 toneladas de tomate de árbol al año, y departamentos como Boyacá concentran buena parte de esta producción. En épocas de lluvias intensas, incluidas las asociadas con el fenómeno de La Niña, las pérdidas se convierten en una verdadera pesadilla para cientos de familias campesinas que dependen de este fruto para su sustento.

Este fruto ha sido poco estudiado, en especial su capacidad para resistir las inundaciones del suelo, por lo que el investigador Diego Alejandro Gutiérrez Villamil, magíster en Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), se adentró en el problema describiendo el primer impacto: “con 4 de inundación la planta ya empieza a colapsar, y después de ese momento el daño es irreversible”.

Para evaluar su efecto, el magíster conformó dos grupos: uno sin tratamiento y otro al que aplicó brasinoesteroides en las hojas con dos dosis: 6,7 y 3 mililitros por litro, antes y 24 horas después de inundar las materas. Esto le permitió comparar la resistencia y recuperación de las plantas tratadas frente a aquellas que no recibieron ninguna ayuda.

Los resultados sorprendieron al investigador: mientras las plantas sin protección empezaban a marchitarse y perder vigor a los pocos días, las tratadas con la hormona lograron mantener sus hojas verdes, conservar la clorofila y seguir realizando fotosíntesis incluso bajo condiciones de estrés. Además, produjeron sustancias protectoras como la prolina, un aminoácido que actúa como escudo interno frente al ahogamiento.

El estudio fue dirigido y acompañado por el profesor Helber Enrique Balaguera López, de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL, y de Óscar Humberto Alvarado Sanabria, magíster en Ciencias Agrarias.

Hasta la raíz

La hormona permitió que el tomate de árbol no se hundiera del todo. Después de la inundación, las plantas tratadas se recuperaron más rápido y siguieron creciendo, algo que no ocurrió con las demás. Fue como darle un flotador a un nadador que lucha contra la corriente: el río sigue caudaloso, pero al menos tiene la oportunidad de llegar a la orilla.

“Actualmente los agricultores tratan de hacer zanjas para que el agua fluya y las plantas no se ahoguen, pero esto no siempre es efectivo. Por otro lado, algunos ya usan la hormona pero sin saber cuáles son las concentraciones ideales o en qué momento aplicarla. El estudio es una guía para que lo hagan de manera correcta”, indica el investigador Gutiérrez.

Además de alimentar a miles de hogares, el tomate de árbol también se exporta: en 2022 llegaron cargamentos a Países Bajos, Canadá, Bélgica y Rusia. Su peso económico y cultural lo hace símbolo de la agricultura andina, pero también víctima del cambio climático, “que no solo eleva la temperatura, sino que en pocos días concentra lluvias que antes caían en un mes, seguidas de largas sequías”, señala el investigador.

Los científicos advierten que no se trata de una solución mágica. Falta probar la hormona en las raíces y medir su efecto, aunque allí el reto es mayor porque puede diluirse en el suelo y perder eficacia. Aun así, representa una pieza en el rompecabezas de la adaptación agrícola a las lluvias intensas. Lo ideal es combinar un buen manejo del agua con la aplicación estratégica de estas hormonas para obtener cultivos más resistentes.

“Aunque las hormonas aplicadas en las plantas no tienen impacto en la salud humana, para ellas sí son perjudiciales en concentraciones muy altas, pues impiden su crecimiento normal”, explica el experto.

En las montañas boyacenses, donde las lluvias golpean sin tregua y las nubes oscurecen los valles, los campesinos seguirán sembrando tomate de árbol con la esperanza de que sus frutos lleguen intactos a la cosecha. Quizá con la ayuda de esta hormona “salvavidas”, tengan más posibilidades de ganar la batalla contra el exceso de agua que amenaza sus huertas.











miércoles, 1 de octubre de 2025

Bocachicos, símbolo de resistencia frente a las represas en el Magdalena

 En el río Samaná Norte, afluente del Magdalena, los bocachicos ya no solo nadan contra la corriente, también se han convertido en símbolo de resistencia frente a los proyectos hidroeléctricos que amenazan con cortar sus rutas migratorias y alterar la vida de miles de familias ribereñas. En Colombia, donde el 70 % de la energía proviene de represas, este pez en vía de extinción recuerda que lo que está en juego no es solo una especie, sino toda una red de relaciones sociales, culturales y ecológicas que dependen de ríos vivos.

Esta reflexión se plantea en Pensar con los peces: Resistencias, extractivismos y transiciones ambientales, libro de Juan David Arias Henao, magíster en Medio Ambiente y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), quien obtuvo una Mención de Honor en la categoría “Ciencias - Ciencias Sociales y Humanas” de los Premios Nacionales Alejandro Ángel Escobar de Ciencia y Solidaridad 2025, iniciativa de la Fundación Alejandro Ángel Escobar.

Entre 2018 y 2022 el egresado de la UNAL desarrolló una investigación que lo llevó a acompañar a pescadores, biólogas y líderes ambientales del Samaná Norte, en donde están proyectadas dos hidroeléctricas: Palaguas y Porvenir 2. En ese proceso, el bocachico, símbolo de la riqueza natural y cultural del río Magdalena, emergió como protagonista.

“El bocachico no salta muros”, corean las comunidades en marchas y pancartas, recordando que las represas no solo detienen el agua, sino que además bloquean los ciclos vitales de reproducción y migración de los peces.

Además de su valor ecológico, este pez es patrimonio cultural: las “subiendas” convocan fiestas, cantos y técnicas de pesca transmitidas de generación en generación y más de 150.000 familias en la cuenca del Magdalena dependen de esta especie para su sustento.

Desde 2012 el bocachico del río Samaná Norte —y de la gran cuenca del Magdalena— está incluido en el Libro rojo de peces dulceacuícolasde Colombia como “especie vulnerable”, lo que indica que su supervivencia a largo plazo no está asegurada sin medidas de conservación. Una evaluación previa del Fondo Mundial para la Naturaleza lo había clasificado en “peligro crítico”, alertando sobre un riesgo extremadamente alto de extinción.

“La posible desaparición del bocachico no es solo una pérdida biológica: también compromete funciones ecológicas vitales como la purificación del agua, la regulación del clima o el sostenimiento de la pesca artesanal. Estudios internacionales han advertido que la pérdida de biodiversidad aumenta la vulnerabilidad ante desastres, enfermedades emergentes y cambios climáticos, además de afectar la productividad agrícola y pesquera de la que dependen millones de personas para su sustento”, anota el investigador.

Pensar en cardumen

La investigación muestra cómo las represas del Magdalena alteran los ritmos del agua: las compuertas se abren o se cierran no por los ciclos de lluvia y sequía sino por la demanda del mercado eléctrico. Esta “regulación artificial” genera señales confusas que desorientan a los peces y afectan la pesca, la minería artesanal y hasta la recolección de materiales para vivienda.

“El caudal del río ya no depende de los inviernos o veranos, sino de la bolsa de energía”, advierte el investigador Arias. Este fenómeno, que denomina “capitalismo eléctrico”, convierte a los ríos andinos en escenarios de sacrificio en donde se acumulan los impactos de un modelo energético que abastece al país pero fragmenta los ecosistemas y las culturas que dependen de ellos.

La obra introduce una idea disruptiva: “pensar con los peces” y no solo sobre ellos. Se trata de reconocerlos como actores con agencia, cuya presencia o ausencia habla del estado del río y de la vida que este sostiene. El investigador lo llama “pensar en cardumen, un ejercicio colectivo inspirado en el sentipensamiento de Orlando Fals Borda que articula razón, afecto y cuerpo para comprender la crisis ambiental”.

Destaca además que para los ribereños el río es más que un recurso, es psicólogo, refugio y memoria. “Cuando uno está triste va al río”, dicen. Ese vínculo revela que la defensa del Samaná Norte no es solo política, sino también emocional y cultural.

Estas comunidades también plantean diversificar la matriz energética y desmercantilizar la electricidad para reducir la dependencia de los ríos andinos. En sus palabras, se trata de defender la soberanía energética y reconocer que los peces, como los humanos, forman parte de sociedades interdependientes.

Resistencias y transiciones

El trabajo de campo incluyó caminatas, recorridos fluviales y jornadas de pesca con las comunidades. Allí, el investigador Arias constató que los movimientos por la defensa del territorio no solo luchan contra megaproyectos: también producen conocimiento y proponen alternativas, entre ellas declarar al río Samaná como sujeto de derechos —un litigio aún en curso—, promover una transición energética justa y entender la energía como un derecho, no como mercancía.

La investigación se desarrolló a través de una etnografía multiespecies, un enfoque que reconoce a los seres no humanos como parte activa de la vida social. No se trató solo de observar a pescadores o líderes ambientales, sino de saber cómo los bocachicos, el propio río y otros elementos del ecosistema afectan y son afectados por esas comunidades.

Para ello, durante varios meses el experto Arias vivió en la ribera del Samaná Norte, acompañando jornadas de pesca nocturna —donde los pescadores le enseñaron que no debía encender linternas porque los peces se guían por sonidos y vibraciones—, registrando recorridos en canoa y escuchando relatos en los que el río aparece como un “psicólogo” capaz de aliviar penas y sostener la memoria colectiva.


Este método permitió comprender que los peces no eran metáforas de resistencia sino actores materiales en la disputa. Su presencia o ausencia se convirtió en argumento para afirmar que el río estaba vivo y debía fluir libre. La etnografía multiespecies, en diálogo con saberes científicos de biólogos e ictiólogos, abrió un espacio de encuentro entre ciencias naturales, ciencias sociales y conocimientos locales.

Publicado en 2024, Pensar con los peces: Resistencias, extractivismos y transiciones ambientales, resultado del trabajo doctoral en Ciencias Sociales de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín) del investigador Arias, dialoga con debates globales de la ecología política y los estudios multiespecies, mostrando que los peces no son “objetos” sino sujetos que inciden en las disputas territoriales. “La ausencia o presencia de bocachicos nos dice si el río está vivo”, resume.

Con la Mención de Honor en los Premios Nacionales Alejandro Ángel Escobar, Pensar con los peces se consolida como un aporte pionero al pensamiento ambiental latinoamericano en tiempos de crisis climática, pérdida de biodiversidad y conflictos por el agua. Su mensaje es claro: cuidar a los bocachicos es cuidar a las comunidades y a los ríos que sostienen la vida.