En los ríos del Orinoco y del Amazonas, y en afluentes como el Meta y el Guaviare, pequeños bagres se “disfrazan” para sobrevivir. Las llamadas corredoras o coridoras imitan los colores de sus parientes venenosos, lo que les permite engañar a depredadores como peces más grandes, aves y reptiles. Es la primera evidencia detallada en Colombia de un sistema de mimetismo tóxico en peces de agua dulce, un fenómeno conocido sobre todo en mariposas y serpientes que ahora sorprende bajo el agua.
El mimetismo es un truco evolutivo que se ha ido
perfeccionado durante millones de años. Se trata de una estrategia mediante la
que una especie imita la apariencia de otra para obtener ventajas, es decir
para parecer más peligrosa de lo que realmente es y reforzar un mensaje de
advertencia que los depredadores aprenden a respetar.
Por ejemplo en tierra firme las mariposas tropicales
comparten las mismas alas coloridas, o las serpientes falsas corales copian los
anillos rojos y negros de las verdaderas, que sí son venenosas. Sin embargo,
bajo el agua este fenómeno ha sido mucho menos estudiado, y por eso el hallazgo
en los bagres resulta tan sorprendente.
Las corredoras son peces pequeños, de apenas unos
centímetros, que habitan el fondo del río en grupos numerosos. Su nombre viene
de la forma en que se desplazan, recorriendo el lecho arenoso en busca de
alimento —principalmente algas— como diminutas patrullas acuáticas. A simple
vista son tranquilas y conocidas en el mundo de los acuarios por su resistencia
y belleza. Pero detrás de sus manchas y líneas oscuras se esconde un sistema de
engaños bien planeado.
El investigador Camilo Jiménez Vergara, biólogo de la
Universidad Nacional de Colombia (UNAL), explica que “algunas corredoras han
desarrollado verdaderas armas químicas, glándulas de veneno asociadas con las
espinas de sus aletas pectorales; cuando un depredador intenta tragarlas, el
pinchazo libera toxinas que causan dolor intenso e incluso lesiones en la boca
del atacante. Para un pez más grande, como un pavón o un bagre cazador, ese
primer contacto se convierte en una advertencia inolvidable: mejor no volver a
morder a un pez con ese aspecto”.
Y aquí entra en juego el mimetismo. Las corredoras que no
poseen veneno adoptan los mismos colores y patrones de las venenosas,
mezclándose en el cardumen con sus primas tóxicas. Incapaz de distinguir cuál
es peligrosa y cuál no, el depredador termina evitando a todas por igual.
La defensa está en los colores y en la química
El biólogo Jiménez encontró que en un mismo grupo pueden
coexistir dos tipos de estrategias: el mimetismo batesiano, que se da cuando
los peces inofensivos imitan a los venenosos, y el mimetismo mülleriano, cuando
varias especies con toxinas reales comparten el mismo patrón de coloración y
refuerzan la señal de advertencia. Es poco común que ambos fenómenos coincidan
en los mismos cardúmenes de bagres.
Además, las corredoras cuentan con una glándula axilar en la
base de la espina pectoral, que en situaciones de estrés libera una sustancia
blanquecina al agua; no es un veneno inyectado sino una nube química que puede
disuadir a los depredadores o actuar como protección antimicrobiana.
Para llegar a estas conclusiones, el investigador combinó
observación en campo con análisis de laboratorio. Estudió más de 60 peces
recolectados en los ríos Meta y Guaviare, además de ejemplares de colecciones y
acuarios de Bogotá. Con técnicas de microscopía, histología y bioquímica
caracterizó las glándulas y sus secreciones. En colaboración con el Laboratorio
de Técnicas Analíticas Avanzadas en Productos Naturales de la Universidad de
los Andes, aplicó cromatografía y espectrometría de masas para identificar un
complejo abanico de proteínas y metabolitos.
El hallazgo también tiene una dimensión ecológica más
amplia: estos peces rara vez nadan solos, forman cardúmenes en los que conviven
varias especies a la vez, todas con patrones de color similares. Para un
depredador la escena es desconcertante: un grupo de decenas de peces casi
idénticos, algunos venenosos, otros no, pero imposibles de distinguir entre sí.
El cardumen se convierte así en una estrategia colectiva de supervivencia, una
especie de pacto visual en el que cada pez contribuye a reforzar la ilusión.
Evolutivamente este hallazgo muestra cómo la presión de los
depredadores ha moldeado tanto la química como la apariencia de los bagres,
generando una sofisticada red de engaños. Y en términos de conservación,
subraya la riqueza única de la biodiversidad colombiana, pues entender estos
mecanismos ayuda a dimensionar la complejidad de los ecosistemas acuáticos del
país.
“Estos bagres no se usan para consumo sino especialmente
como ornamento de acuarios, por eso los pescadores los venden para ese fin, o
como un recurso para exportar. Aunque otros autores habían descrito antes la
existencia de glándulas toxicas y estrategias de mimetismo, hasta ahora no se
había proporcionado evidencia histológica de la glándula de veneno”, indica el
biólogo Jiménez.
Que unos peces de apenas unos centímetros hayan desarrollado estrategias tan elaboradas para sobrevivir es un recordatorio del ingenio de la evolución y del valor de explorar lo que esconden los ríos sudamericanos.
El trabajo del magíster Vergara contó con la dirección y el
apoyo de los profesores Mario Armando Monroy y Andrea Tonolli, de la Facultad
de Biología de la UNAL.
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