Los expertos advierten del impacto del uso del suelo en la capacidad de retención y recarga de los acuíferos. Los cambios en el paisaje, especialmente en las cuencas hidrográficas, están alterando la tasa de infiltración de la precipitación, afectando directamente la cantidad y calidad del agua disponible para consumo humano y otros usos.
La crisis del agua en Bogotá es un problema complejo con
múltiples causas y consecuencias. Dentro de los factores que han contribuido a
esta situación está la escasez de lluvias por el fenómeno de El Niño, la
disminución de los niveles de los embalses (entre ellos Chingaza, San Rafael y
Chuza que abastecen a la ciudad), así como el aumento de la demanda y el deterioro
ambiental.
Por eso hoy inició el racionamiento de agua en Bogotá,
implementado por la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB), una
medida temporal que busca ahorrar al menos 2m3/seg de agua y así
abastecer equitativamente el agua disponible. Por eso la ciudad se ha dividido
en sectores que se turnan en la suspensión del servicio durante 24 horas.
En medio de esta preocupación por la disponibilidad de agua,
el profesor Conrado de Jesús Tobón Marín, de la Facultad de Ciencias Agrarias
de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín, puntualiza que los
cambios en el paisaje, especialmente en las cuencas hidrográficas, están
alterando la tasa de infiltración de la precipitación, afectando directamente
la cantidad y calidad del agua disponible para consumo humano y otros usos.
El experto indica que el uso del suelo altera la “tasa de
infiltración” de la precipitación en las cuencas hidrográficas, la cual hace
referencia a la velocidad a la que el agua lluvia penetra en el suelo.
“Como esta tasa de infiltración es la encargada de
distribuir el agua, una fracción se va al suelo, lo drena y recarga los
acuíferos. La otra fracción se va como drenaje superficial. Cuando se altera la
tasa de infiltración se aumenta la tasa de escorrentía superficial y por ende
se genera una mayor carga de sedimentos en cualquier parte, entre ellos los
embalses”, precisa el profesor.
Con esto, el experto quiere decir que cuando el suelo está
sano y cubierto de vegetación, la tasa de infiltración es alta; esto significa
que el agua se absorbe por el suelo y no se escurre por la superficie. Sin
embargo, el problema ocurre cuando el suelo está degradado por prácticas
agrícolas o ganaderas inadecuadas, pues el agua no se absorbe por el suelo y se
escurre por la superficie. Esto significa que se pierde más agua en vez de ser
almacenada en los embalses.
Agrega que, “la historia de la disponibilidad del agua está
relacionada con usos inapropiados que dañan las propiedades del suelo, entre
ellos la infiltración. A largo plazo esto genera múltiples problemas, entre
ellos una disminución en la recarga de los acuíferos que finalmente no se
recuperan”.
Ante este panorama surge la necesidad de aplicar medidas
inmediatas y a largo plazo para enfrentar el desafío. El profesor dice que en
el corto plazo está en manos de las autoridades y empresas de servicios de agua
revisar y evaluar la capacidad de sus infraestructuras actuales, pero que
además otras entidades busquen la forma de implementar prácticas sostenibles en
la ganadería y agricultura intensiva para reducir el impacto en el suelo.
A largo plazo se destaca la importancia de la reforestación
y la implementación de cultivos sostenibles para mejorar la infiltración y la
retención del agua en el suelo. Expertos enfatizan que estas medidas no solo
son cruciales para garantizar la disponibilidad de agua a largo plazo, sino que
también fortalecen la resiliencia de los ecosistemas frente al cambio
climático.
“Se deben abrir la mirada hacia esos ecosistemas y evaluar
cuáles de ellos ofrecerán su materia prima, su capital, y por ende invertir en
ellos hacia la conservación. Esa es la estrategia inmediata a seguir”.
Por su parte, el biólogo Federico Mosquera, miembro del
grupo de investigación y docencia en Ecología del Paisaje y Modelación de
Ecosistemas (Ecolmod) de la UNAL. manifiesta que la mirada a esta crítica
situación se ha dado mayoritariamente a enfoques hidráulicos y se ha descuidado
la comprensión de las interconexiones entre las diferentes regiones del país.
Por ejemplo, la Orinoquia y otras regiones contribuyen significativamente a los
embalses aledaños a Bogotá.
Por eso reitera que “es crucial que entendamos la
dependencia de las grandes ciudades, como Bogotá, de otras regiones para su
abastecimiento de agua y otros servicios ecosistémicos. Las ciudades densamente
pobladas ejercen una presión considerable sobre los sistemas naturales, lo que
puede llevar a problemas como la escasez de agua, la contaminación y los
incendios forestales”, concluyó el experto.
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