Cada diciembre, mientras las casas se llenan de luces, figuras y pesebres, en los bosques ocurre una extracción silenciosa que deja huellas profundas. Capas de musgo son levantadas del suelo y de los troncos, epífitas como bromelias y orquídeas son desprendidas de su hábitat, y con ellas se altera un equilibrio ecológico del que dependen el agua, el suelo y múltiples formas de vida. Lo que para muchas familias parece un gesto pequeño e inofensivo tiene efectos que tardan años en revertirse.
Los musgos y las plantas epífitas suelen pasar
desapercibidos por su tamaño y apariencia discreta, pero cumplen funciones
esenciales en los ecosistemas; así lo explica la bióloga y botánica Laura
Victoria Campos Salazar, docente e investigadora del Instituto de Ciencias
Naturales (ICN) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), experta en
briófitos, líquenes y epífitas, quien advierte que estos organismos participan
de manera activa en la regulación hídrica y en la estabilidad del bosque.
“Las epífitas, como las bromelias, las orquídeas y algunos
helechos, son plantas que crecen sobre otras plantas, principalmente árboles de
gran porte, sin causarles daño, pues solo las utilizan como soporte. A este
grupo se suman los briófitos, comúnmente conocidos como musgos, aunque allí
también se incluyen hepáticas y antocerotales, organismos muy sensibles a los
cambios ambientales”, afirma la experta.
“A diferencia de la mayoría de las plantas que conocemos,
como árboles, arbustos o cultivos, los musgos no cuentan con un sistema interno
para transportar agua y nutrientes”, explica la investigadora. La
profesora anota que, “no tienen xilema ni floema, ni una capa protectora que
los aísle del ambiente, por lo que su relación con el entorno es directa y
permanente”.
Esa condición hace que los musgos absorban el agua y los
nutrientes directamente desde su superficie y reaccionen con rapidez a los
cambios ambientales. “A eso se le conoce como poiquiloidria, una característica
que los convierte en verdaderas esponjas vivas, capaces de retener humedad y
liberarla de forma gradual”, anota, mientras agrega que se trata de un proceso
fundamental para el funcionamiento de ecosistemas como los bosques altoandinos
y los páramos.
“La gente suele ver solo una plantita verde, pero no alcanza
a dimensionar que allí se sostiene buena parte del ciclo del agua”, explica. En
zonas de alta montaña, donde la disponibilidad hídrica depende en gran medida
de la capacidad del suelo para retener humedad, la presencia de musgos resulta
determinante para la estabilidad del ecosistema.
Agrega que, “en estos ambientes, la disponibilidad de agua
no depende solo de la lluvia, sino de organismos que la capturan, la sostienen
y la liberan lentamente cuando el ecosistema lo necesita”. En ese entramado
natural, los musgos cumplen un papel silencioso pero decisivo, al proteger el
suelo de la erosión, amortiguar la radiación intensa, los vientos fuertes y las
lluvias torrenciales, y conservar la capa más rica en materia orgánica.
Esa importancia contrasta con su extrema fragilidad, pues
los musgos no producen flores ni semillas; se reproducen por esporas que pueden
tardar semanas en germinar, y su crecimiento es lento. Según la académica, “la
recuperación de una capa de musgo arrancada puede tomar años”.
La profesora Campos fue enfática en advertir que esta
práctica no solo causa daño ambiental, sino que además es ilegal. La Ley 1333
de 2009 prohíbe la extracción de musgos, epífitas y otros organismos de los
bosques, una infracción que puede acarrear multas e incluso sanciones penales.
A pesar de ello, la recolección continúa, especialmente en temporadas como la
Navidad, muchas veces de forma inadvertida, en bolsas pequeñas o canastos, bajo
la idea errónea de que se trata de “solo un poco”.
Los impactos no se limitan a la época decembrina; menciona
que, “en regiones como el cañón del Combeima, en Tolima, se han documentado
extracciones recurrentes no solo de musgos, sino también de orquídeas y
bromelias. En muchos casos, el musgo se utiliza como sustrato para mantener
vivas en casa plantas epífitas extraídas ilegalmente, lo que multiplica el
impacto sobre el ecosistema al afectar varios componentes a la vez”.
Al retirar el musgo desaparecen microhábitats donde viven
microorganismos, invertebrados y otros organismos que dependen de estas plantas
para refugiarse y completar sus ciclos de vida. “Se trata de una pérdida
silenciosa, poco visible, pero profunda”, enfatiza la académica.
Tradición, pedagogía y conservación
Frente a este panorama, el mensaje del ICN apunta a
resignificar la tradición, no a eliminarla. La Navidad puede celebrarse sin
musgo natural, recurriendo a alternativas artesanales y reutilizables como
papel, cartón, fibras vegetales, telas texturizadas o jardines vivos en
materas. Materiales que, además, pueden guardarse y reutilizarse año tras año,
reduciendo el impacto ambiental.
Para la profesora Campos, el cambio empieza en casa y tiene
un fuerte componente pedagógico. Enseñar a niños y jóvenes a cuidar aquello que
sostiene la vida es una forma de preservar no solo los ecosistemas, sino
también el sentido profundo de la Navidad. “Si no protegemos ahora, serán ellos
quienes pierdan esos privilegios más adelante”, afirma.
Para ella, la conservación de musgos y epífitas no es un
asunto exclusivo de biólogos o botánicos. Se trata de una responsabilidad
social compartida, ligada a la comprensión de que las plantas, incluso las más
pequeñas, son fundamentales para la producción de oxígeno, la captura de
dióxido de carbono y el equilibrio de los sistemas naturales.
Actualmente, la investigadora participa en proyectos que
buscan entender cómo el cambio climático afecta a los briófitos en ecosistemas
extremos como los glaciares y el superpáramo colombiano, escenarios poco
estudiados pero importantes para comprender los efectos del calentamiento
global sobre organismos altamente sensibles.




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