En esta región de Boyacá donde el turismo crece como motor económico, pero también como amenaza al equilibrio ambiental, una investigación analizó 10 alojamientos rurales en los municipios de Villa de Leyva, Arcabuco y Gachantivá, para entender cómo la arquitectura puede transformar la forma en que nos relacionamos con la naturaleza. El estudio plantea que los materiales, las formas y los modos de habitar definen si el turismo reproduce la desconexión con el entorno o se convierte en un espacio de reencuentro, aprendizaje y cuidado ambiental.
En los últimos años, los municipios de la provincia de
Ricaurte han vivido un auge del turismo de naturaleza y rural, alentado por su
cercanía con Bogotá, sus paisajes montañosos y su arquitectura patrimonial. Por
ejemplo Villa de Leyva recibe más de 700.000 visitantes al año y hoy es uno de
los destinos más concurridos del país. Según el DANE, en 2023 el turismo aportó
el 2,5 % del PIB nacional y crece en promedio un 11 % anual.
Aunque esta actividad ha dinamizado la economía local,
también ha generado impactos ambientales y sociales: aumento en la demanda de
servicios, presión sobre el suelo rural, cambios en las dinámicas de uso del
territorio y proliferación de alojamientos que privilegian el confort del
visitante sobre el equilibrio con el entorno. Este panorama ha hecho urgente
pensar cómo se diseña, se construye y se habita en contextos rurales
atravesados por el turismo.
La pregunta por cómo el turismo transforma la relación entre
el ser humano y la naturaleza llevó a Ingrid Gigliola Aragón Gordillo, magíster
en Medioambiente y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), a
indagar en la arquitectura como forma de mediación. Lejos de concebir los
alojamientos rurales solo como espacios de descanso o consumo, el estudio
plantea que también pueden ser experiencias pedagógicas y éticas.
“Me interesaba comprender si la arquitectura podía propiciar
formas de reencuentro, cuidado y comprensión del entorno, especialmente en un
contexto como el de Ricaurte, donde el turismo crece sin una mirada crítica”,
explica la arquitecta.
Su enfoque se nutre de una lectura sensible del habitar
rural, para proponer lo que ella denomina como “habitar del reencuentro”, una
forma de ocupación del espacio que cultiva vínculos con el territorio.
Un recorrido por 10 alojamientos rurales
La investigación se desarrolló a partir del análisis de 10
alojamientos turísticos de Villa de Leyva, Arcabuco y Gachantivá. A través de
visitas de campo, entrevistas, bitácoras, fotografías y planos, la autora
construyó una lectura crítica del papel que cumple la arquitectura en cada
lugar.
Cada sitio fue interpretado no solo desde su forma física
sino también desde las experiencias que propone al habitante, su relación con
el paisaje y los modos de interacción que promueve. El análisis se organizó a
partir de tres categorías: arquitectura que cuida (cuando promueve la conexión
con la naturaleza y el arraigo territorial), arquitectura que enseña (cuando
facilita procesos de aprendizaje o reflexión) y arquitectura que separa (cuando
reproduce lógicas de consumo o aislamiento del entorno).
Lo que revela la forma de habitar
Según la investigación, las formas en que se diseñan y
habitan los alojamientos turísticos reflejan tres grandes lógicas. La primera
es la arquitectura que cuida, presente en proyectos que se integran al paisaje,
reutilizan materiales locales y fomentan el arraigo con el territorio. Estas
construcciones, muchas veces de origen campesino, conservan la escala humana,
respetan los ritmos del entorno y evocan memorias vivas de habitar. “En algunas
casas se puede vivir en primera persona la vida diaria de un campesino
boyacense ya sea haciendo las arepas del desayuno, cocinando con leña o
aprendiendo en un taller sobre tejidos de lana; esa arquitectura contiene una
historia que se vuelve experiencia”, cuenta la magíster.
En contraste, la arquitectura que separa es aquella que
convierte la naturaleza en fondo de pantalla: estructuras vistosas, muchas
veces prefabricadas o tipo glamping, que aíslan al visitante en una
burbuja de confort sin contacto real con el territorio.
“Se romantiza el estar en medio de la montaña, pero se vive
desde un spa climatizado que evita la incomodidad del entorno.
No hay una relación viva, solo consumo del paisaje”, afirma. Muchos de estos
alojamientos replican una arquitectura genérica, sin conexión con el lugar,
diseñada más para las redes sociales que para el entorno.
La tercera categoría, la arquitectura que enseña, aparece
cuando el alojamiento propicia experiencias que invitan a comprender el
entorno. Puede ser desde un fogón comunitario hasta una pared de tierra cruda
que muestra las capas del terreno. “Hay arquitecturas que son pedagógicas, que
nos hacen detenernos, preguntar, entender cómo fue hecha esa casa y por qué
está ahí”, señala.
Cuando la arquitectura también educa
Más allá del análisis de los casos, la investigación propone
una forma distinta de entender el turismo rural: no como simple desplazamiento
hacia la naturaleza, sino como oportunidad de transformación del vínculo con
ella. En este sentido, el diseño arquitectónico no es neutro: puede ser
herramienta pedagógica, medio de comunicación ambiental, o, por el contrario,
mecanismo de ruptura. “Si el turista no entiende dónde está ni por qué esa casa
es así, se pierde una oportunidad valiosa para generar conciencia”, sostiene la
autora.
Así mismo, propone integrar estas perspectivas en la
formación de arquitectos, promoviendo un enfoque ético y territorial que
dialogue con las comunidades. “Las universidades deberían enseñar a diseñar
desde el arraigo, desde la escucha del territorio, no desde el mercado”,
concluye la investigadora Aragón.