viernes, 30 de mayo de 2025

Turismo rural en Ricaurte enfrenta el reto de reconectar al visitante con el territorio

 En esta región de Boyacá donde el turismo crece como motor económico, pero también como amenaza al equilibrio ambiental, una investigación analizó 10 alojamientos rurales en los municipios de Villa de Leyva, Arcabuco y Gachantivá, para entender cómo la arquitectura puede transformar la forma en que nos relacionamos con la naturaleza. El estudio plantea que los materiales, las formas y los modos de habitar definen si el turismo reproduce la desconexión con el entorno o se convierte en un espacio de reencuentro, aprendizaje y cuidado ambiental.

En los últimos años, los municipios de la provincia de Ricaurte han vivido un auge del turismo de naturaleza y rural, alentado por su cercanía con Bogotá, sus paisajes montañosos y su arquitectura patrimonial. Por ejemplo Villa de Leyva recibe más de 700.000 visitantes al año y hoy es uno de los destinos más concurridos del país. Según el DANE, en 2023 el turismo aportó el 2,5 % del PIB nacional y crece en promedio un 11 % anual.

Aunque esta actividad ha dinamizado la economía local, también ha generado impactos ambientales y sociales: aumento en la demanda de servicios, presión sobre el suelo rural, cambios en las dinámicas de uso del territorio y proliferación de alojamientos que privilegian el confort del visitante sobre el equilibrio con el entorno. Este panorama ha hecho urgente pensar cómo se diseña, se construye y se habita en contextos rurales atravesados por el turismo.

La pregunta por cómo el turismo transforma la relación entre el ser humano y la naturaleza llevó a Ingrid Gigliola Aragón Gordillo, magíster en Medioambiente y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), a indagar en la arquitectura como forma de mediación. Lejos de concebir los alojamientos rurales solo como espacios de descanso o consumo, el estudio plantea que también pueden ser experiencias pedagógicas y éticas.

“Me interesaba comprender si la arquitectura podía propiciar formas de reencuentro, cuidado y comprensión del entorno, especialmente en un contexto como el de Ricaurte, donde el turismo crece sin una mirada crítica”, explica la arquitecta.

Su enfoque se nutre de una lectura sensible del habitar rural, para proponer lo que ella denomina como “habitar del reencuentro”, una forma de ocupación del espacio que cultiva vínculos con el territorio.

Un recorrido por 10 alojamientos rurales

La investigación se desarrolló a partir del análisis de 10 alojamientos turísticos de Villa de Leyva, Arcabuco y Gachantivá. A través de visitas de campo, entrevistas, bitácoras, fotografías y planos, la autora construyó una lectura crítica del papel que cumple la arquitectura en cada lugar.

La selección de casos incluyó desde casas campesinas adaptadas para recibir visitantes hasta construcciones modernas con estética de glamping. Algunos de estos espacios se integran al  paisaje a través del uso de materiales como guadua, bareque, tierra cruda y madera local; otros privilegian estructuras prefabricadas que se imponen sobre el entorno.

Cada sitio fue interpretado no solo desde su forma física sino también desde las experiencias que propone al habitante, su relación con el paisaje y los modos de interacción que promueve. El análisis se organizó a partir de tres categorías: arquitectura que cuida (cuando promueve la conexión con la naturaleza y el arraigo territorial), arquitectura que enseña (cuando facilita procesos de aprendizaje o reflexión) y arquitectura que separa (cuando reproduce lógicas de consumo o aislamiento del entorno).

Lo que revela la forma de habitar

Según la investigación, las formas en que se diseñan y habitan los alojamientos turísticos reflejan tres grandes lógicas. La primera es la arquitectura que cuida, presente en proyectos que se integran al paisaje, reutilizan materiales locales y fomentan el arraigo con el territorio. Estas construcciones, muchas veces de origen campesino, conservan la escala humana, respetan los ritmos del entorno y evocan memorias vivas de habitar. “En algunas casas se puede vivir en primera persona la vida diaria de un campesino boyacense ya sea haciendo las arepas del desayuno, cocinando con leña o aprendiendo en un taller sobre tejidos de lana; esa arquitectura contiene una historia que se vuelve experiencia”, cuenta la magíster.

En contraste, la arquitectura que separa es aquella que convierte la naturaleza en fondo de pantalla: estructuras vistosas, muchas veces prefabricadas o tipo glamping, que aíslan al visitante en una burbuja de confort sin contacto real con el territorio.

“Se romantiza el estar en medio de la montaña, pero se vive desde un spa climatizado que evita la incomodidad del entorno. No hay una relación viva, solo consumo del paisaje”, afirma. Muchos de estos alojamientos replican una arquitectura genérica, sin conexión con el lugar, diseñada más para las redes sociales que para el entorno.

La tercera categoría, la arquitectura que enseña, aparece cuando el alojamiento propicia experiencias que invitan a comprender el entorno. Puede ser desde un fogón comunitario hasta una pared de tierra cruda que muestra las capas del terreno. “Hay arquitecturas que son pedagógicas, que nos hacen detenernos, preguntar, entender cómo fue hecha esa casa y por qué está ahí”, señala.

Cuando la arquitectura también educa

Más allá del análisis de los casos, la investigación propone una forma distinta de entender el turismo rural: no como simple desplazamiento hacia la naturaleza, sino como oportunidad de transformación del vínculo con ella. En este sentido, el diseño arquitectónico no es neutro: puede ser herramienta pedagógica, medio de comunicación ambiental, o, por el contrario, mecanismo de ruptura. “Si el turista no entiende dónde está ni por qué esa casa es así, se pierde una oportunidad valiosa para generar conciencia”, sostiene la autora.

El estudio plantea que arquitectos, operadores turísticos y decisores deben asumir su responsabilidad en la construcción de estos escenarios. Pensar en escalas adecuadas, materiales  coherentes con el entorno, memorias locales y experiencias que fomenten la reflexión ambiental es fundamental para un turismo más consciente.

Así mismo, propone integrar estas perspectivas en la formación de arquitectos, promoviendo un enfoque ético y territorial que dialogue con las comunidades. “Las universidades deberían enseñar a diseñar desde el arraigo, desde la escucha del territorio, no desde el mercado”, concluye la investigadora Aragón.








jueves, 22 de mayo de 2025

Isla Decepción revelaría claves sobre la vida en Marte

 En el extremo austral del planeta, donde el hielo y el fuego conviven en una caldera volcánica activa, un grupo de científicos colombianos y europeos propone que la isla Decepción, en la Antártida, sea reconocida como un análogo planetario de Marte. Su geología, clima extremo, presencia de microorganismos en condiciones inhóspitas y registros de interacción entre magma, lava y hielo la convierten en un laboratorio vivo para entender la posibilidad de vida fuera de la Tierra.

En el campo de las ciencias planetarias un análogo planetario es un entorno terrestre que comparte características físicas, químicas o geológicas con otro cuerpo celeste, y que permite simular y estudiar procesos similares. Entre los más reconocidos del mundo están el desierto de Atacama (Chile), por su aridez extrema y radiación solar intensa; el Valle de la Muerte (EE. UU.), por sus suelos salinos y temperaturas extremas, y el ártico canadiense, por su permafrost y aislamiento.

La propuesta de la UNAL busca incluir a la isla Decepción dentro de esta red de sitios esenciales para la investigación planetaria y se sustenta en una revisión publicada en la revista International Journal of Astrobiology, en la que se detallan las características de la isla, que la convierten en un escenario ideal para explorar procesos similares a los que podrían haber originado la vida marciana.

“Se trata de un entorno en donde confluyen volcanismo activo, permafrost, glaciares cubiertos de ceniza volcánica, gases sulfurosos y comunidades microbianas extremófilas”, explican David Tovar y María Angélica Leal, investigadores del Grupo de Ciencias Planetarias y Astrobiología (GCPA) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL).

Hasta hace pocos años los estudios en la isla Decepción se centraban por separado en la actividad volcánica o los glaciares. Fue gracias al trabajo conjunto con el geólogo planetario Miguel Ángel de Pablo, de la Universidad de Alcalá, que se empezó a integrar una mirada astrobiológica y planetaria del lugar, reconociendo su potencial como análogo marciano.

Entre los hallazgos más relevantes se encuentran tapetes microbianos en zonas hidrotermales, estructuras glaciovolcánicas bien preservadas y la detección de percloratos en el piroclasto volcánico, compuestos también presentes en Marte. Estas condiciones extremas permiten estudiar potenciales formas de vida que podrían haber existido –o existir– en el planeta rojo.

“Hemos identificado microorganismos termófilos, psicrófilos, endolíticos y tolerantes a radiación, capaces de sobrevivir en suelos calientes, dentro de rocas o bajo hielo. Estos organismos, en proceso de caracterización, representan modelos valiosos para entender los límites de la vida”, señalan los investigadores. De hecho, el equipo prepara una publicación exclusiva sobre estos microorganismos y su potencial astrobiológico.

También se realizaron estudios geoquímicos comparativos usando datos de sensores remotos captados por orbitadores en Marte. Al contrastarlos con muestras recolectadas en la isla se obtuvo un índice de similitud (FOM) de 0,80, considerado como “muy alto” para este tipo de estudios.

“Aunque no hay análogos terrestres idénticos, este valor indica que Decepción se aproxima bastante en composición mineralógica a zonas marcianas como el cráter Gusev”, explica la bióloga Leal, estudiante del Doctorado en Biología de la UNAL y en Investigación Espacial y Astrobiología de la Universidad Alcalá de Henares (España).

Ciencia en acción

La isla también ha servido como escenario para la calibración de instrumentos como el sensor REMS, hoy operativo en el rover Curiosity. Además, la base Gabriel de Castilla cumple condiciones para desarrollar misiones análogas.

“Estar allí es como caminar en otro planeta. No hay árboles, no hay sonidos humanos. El aire es limpio, seco, sin el olor de la tierra mojada. El viento golpea a más de 80 km/h. Es un lugar que no solo se parece a Marte, sino que se siente como Marte”, relata el geólogo David Tovar, estudiante del Doctorado en Geociencias de la UNAL y de Investigación Espacial y Astrobiología de la Universidad de Alcalá (España), quien considera la Antártida como uno de los entornos más exigentes del mundo.

La propuesta de estudiar la isla como análogo planetario nació en Colombia, liderada por el Grupo de Ciencias Planetarias y Astrobiología (GCPA), avalado por la UNAL y la Corporación Científica Laguna. El proyecto fue aprobado por el Programa Antártico Colombiano (PAC) y el Comité Polar Español, y cuenta con la participación de investigadores de Chile, España, Italia, Argentina y Alemania. El trabajo ha sido posible gracias al uso de laboratorios e infraestructura científica colombiana y espacios aliados internacionales.

“Pusimos la primera piedra para posicionar esta isla como un análogo planetario reconocido internacionalmente”, señala el geólogo Tovar, codirector del GCPA.

Por su parte la investigadora Leal señala que “Colombia no tiene satélites propios ni telescopios de gran escala, profesionales, pero tiene talento, ciencia y alianzas. Estos estudios demuestran que podemos aportar a las ciencias planetarias desde nuestros entornos y capacidades”.

Actualmente el equipo promueve la propuesta en congresos internacionales, redes de ciencias polares y foros de astrobiología. Se prevé organizar una campaña con investigadores –hombres y mujeres– de varios países para desarrollar proyectos conjuntos en la isla durante los próximos años.

“Queremos que más investigadores del mundo vean la isla Decepción como un lugar esencial para ensayar ciencia espacial en la Tierra. Ya empezamos a mover esta idea en congresos y redes académicas, y soñamos con ver allí, en unos años, nuevas misiones análogas con participación internacional”, concluye la experta Leal.

Con apuestas como esta, Colombia fortalece su presencia en la ciencia polar y planetaria demostrando que incluso sin grandes telescopios o satélites puede liderar estudios de frontera desde su propia experiencia y territorio aliado.








miércoles, 21 de mayo de 2025

Manizales: amenazas naturales se agravan por la acción humana

 Las lluvias no dan tregua en la capital de Caldas, en donde rige la alerta amarilla por riesgo de deslizamientos e inundaciones. Aunque no se ha llegado a una situación crítica, expertos de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) advierten que la amenaza no proviene solo del clima: factores como la saturación del suelo, la urbanización inadecuada y la falta de articulación entre normas y prácticas culturales están agravando el riesgo.

Según reportes recientes de la Unidad de Gestión del Riesgo (UGR) del municipio, en los últimos 25 días se han registrado acumulados de lluvia superiores a los 200 mm en zonas como Bosques del Norte (230,3 mm), Chipre (226,8 mm) y Alcázares (215,4 mm). Estos niveles, por encima de lo habitual, han intensificado la vigilancia en sectores vulnerables y mantienen en alerta a las autoridades y comunidades.

Ubicada en el corazón del trópico andino, Manizales comparte con gran parte del país una condición geográfica tan privilegiada como frágil. Su topografía montañosa, la presencia de fallas geológicas activas y la cercanía a zonas volcánicas hacen que el territorio esté constantemente expuesto a amenazas naturales como deslizamientos e inundaciones.

A estas condiciones naturales se suma una urbanización acelerada y en muchos casos desordenada, lo que convierte a Manizales en un territorio especialmente vulnerable. En los primeros meses de 2025 las lluvias han sido tan intensas que los suelos de Caldas están sobresaturados. Aunque el agua es parte fundamental del ciclo de vida en la región, también se puede convertir en detonante de emergencias cuando coincide con ocupaciones inadecuadas del terreno.

La profesora Jeannette Zambrano Nájera, del Departamento de Ingeniería Civil de la UNAL Sede Manizales, considera que atribuir los desastres solo a las lluvias es un diagnóstico incompleto. Aunque las precipitaciones funcionan como detonantes, la verdadera raíz del problema está en múltiples factores humanos que agravan las amenazas naturales y transforman el entorno en un escenario de riesgo.

“La eliminación de la cobertura vegetal, la urbanización en zonas de alto riesgo, la impermeabilización del suelo y la construcción en laderas o cerca de ríos son acciones humanas que transforman una amenaza natural en un riesgo social”, afirma la profesora Zambrano.

En Manizales la cobertura vegetal ha disminuido significativamente en las últimas décadas. Según un estudio de la Universidad de Manizales, entre 1986 y 2023 los espacios verdes en el área urbana pasaron del 59,6 al 53,7 % evidenciando una pérdida de 5,9 puntos porcentuales. Esta reducción afecta la capacidad del suelo para absorber agua y aumenta la vulnerabilidad a deslizamientos e inundaciones.

La impermeabilización del suelo, producto de la expansión urbana y el uso excesivo de materiales como el cemento, impide la infiltración natural del agua incrementando la escorrentía superficial y la presión sobre los sistemas de drenaje. Esto agrava el riesgo de inundaciones, especialmente en zonas con pendientes pronunciadas.

En relación con la topografía es importante recordar que la capital de Caldas se caracteriza por su topografía montañosa, con pendientes que en algunos sectores superan los 30°, lo que, combinado con suelos húmedos y poco consolidados, incrementa la susceptibilidad a deslizamientos. La construcción en laderas y cerca de ríos, a menudo sin una adecuada planificación y sin considerar las normas urbanísticas, expone a las comunidades a mayores riesgos durante las temporadas de lluvias intensas.

“La manera en que ocupamos el territorio está transformando profundamente la dinámica de las amenazas: hoy los eventos son más intensos y frecuentes, no solo por el cambio climático, sino por nuestra intervención sobre el entorno”, advirtió la profesora Zambrano.

Frente a este panorama, ella insiste en que la ciudadanía no se debe ver solo como víctima sino también como protagonista del riesgo. La forma en que cada persona interactúa con el entorno puede aumentar o disminuir el riesgo. Por eso subraya que “la prevención debe comenzar en lo cotidiano: sembrar árboles adaptados al territorio, no obstruir los drenajes, conservar las zonas verdes, y sobre todo respetar las advertencias técnicas y las normas urbanísticas”.

Las áreas arboladas cumplen un papel clave en la prevención de desastres: ayudan a regular las lluvias, protegen el suelo y disminuyen la escorrentía. Sin embargo esta lógica ambiental ha sido desplazada por una visión de desarrollo urbano centrada en el cemento, que sella el suelo, impide su respiración natural y dificulta la regulación del agua. Según la experta, “recuperar la vegetación nativa y garantizar espacios permeables no solo es deseable sino también una medida urgente de adaptación y resiliencia frente a las amenazas crecientes”.

Tecnología y ciencia ciudadana: el aporte de la UNAL para reducir el riesgo

La UNAL Sede Manizales ha desempeñado un papel fundamental en el fortalecimiento del Sistema de Alertas Tempranas (SAT) de la ciudad. A través de un convenio interadministrativo con la UGR de la Alcaldía se han instalado estaciones pluviométricas y miras limnimétricas en zonas críticas como Lusitania, Providencia y las cuencas de los ríos Chinchiná y Manizales. Estas herramientas permiten monitorear en tiempo real variables como la saturación del suelo, los caudales y las condiciones atmosféricas facilitando una respuesta oportuna ante eventos de riesgo.

“Uno de los avances más notables del sistema de alerta temprana ha sido la integración de tecnología asequible con el conocimiento local”, afirmó la profesora Zambrano. Así, esta articulación ha permitido que estaciones automáticas trabajen en sintonía con la observación atenta de las comunidades rurales.


Además la UNAL ha liderado iniciativas de ciencia ciudadana para fortalecer la gestión comunitaria del riesgo. Un ejemplo destacado es el proyecto desarrollado en la quebrada Manizales, en donde se capacitó a los residentes de barrios como Maltería y Juanchito en el uso de sensores de bajo costo y pluviómetros manuales para monitorear participativamente las variables  hidrometeorológicas. Esta estrategia ha permitido una mayor apropiación del conocimiento y una respuesta más efectiva ante posibles emergencias.

Estos esfuerzos se enmarcan en una visión integral de la gestión del riesgo, la cual reconoce la importancia de la articulación entre la academia, las autoridades locales y la comunidad. La experiencia de Manizales ha sido reconocida nacional e internacionalmente como un modelo de gestión del riesgo de desastres, destacando la necesidad de superar enfoques asistencialistas y tecnocráticos para avanzar hacia una planificación del desarrollo que integre la reducción del riesgo como un componente esencial.

Según la profesora Zambrano, la academia cumple un rol fundamental en la prevención de desastres. Su aporte va más allá de la investigación técnica: incluye la formación de ciudadanía, la planificación territorial con enfoque de riesgo, y la construcción de puentes entre la comunidad, las autoridades y las instituciones. Por eso insiste en que esta articulación es esencial para avanzar hacia territorios más seguros y resilientes.

 






jueves, 15 de mayo de 2025

Organismos más pequeños advierten la crisis ambiental en los ríos del Meta

 En los ecosistemas acuáticos del Meta, bacterias, microalgas, mosquitos y libélulas están revelando un deterioro silencioso. Investigadores encontraron que estos organismos funcionan como bioindicadores fundamentales para monitorear la calidad del agua, y alertan sobre los efectos de la contaminación por pesticidas, la reducción del caudal y otras presiones humanas sobre los ríos y lagunas del departamento.

Con una de las mayores riquezas hídricas del país, el departamento del Meta enfrenta una degradación progresiva de sus ecosistemas acuáticos. Investigadores de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), la Universidad de los Llanos (Unillanos) y la Universidad Santo Tomás (USTA) advierten que factores como la contaminación por pesticidas, la extracción de materiales y la disminución del caudal están alterando profundamente la biodiversidad de ríos y lagunas, afectando organismos fundamentales en la cadena alimentaria.

Para evaluar este deterioro, los científicos se enfocaron en comunidades de perifiton (bacterias, hongos, microalgas y protozoos adheridos a superficies sumergidas) y macroinvertebrados bentónicos (como larvas de mosquitos, escarabajos, libélulas, caracoles y lombrices acuáticas), que funcionan como bioindicadores, es decir organismos cuya presencia, ausencia o comportamiento permite detectar cambios en el ambiente y evaluar el estado de salud de un ecosistema.

“Por ejemplo las libélulas usan el agua para depositar sus huevos, y su desarrollo larval refleja directamente la calidad del ecosistema”, explica el biólogo Gabriel Antonio Pinilla Agudelo, docente de la Facultad de Ciencias de la UNAL.

El estudio empleó técnicas de muestreo, identificación de especies y análisis de abundancia y diversidad, complementadas con modelos aditivos generalizados (GAM) —herramienta estadística que permite analizar relaciones complejas entre variables, como el efecto de la contaminación en la biodiversidad— para cruzar estos datos con variables fisicoquímicas como caudal, pH, oxígeno disuelto, conductividad y temperatura. En el río Orotoy, por ejemplo, mosquitos enanos (quironómidos) fueron abundantes y se asociaron con una mejor calidad del agua.

Los resultados mostraron que la pérdida de biodiversidad microbiana y la disminución de larvas son señales de alarma. Actividades humanas como la agricultura intensiva, los vertimientos domésticos y la minería han alterado la fotosíntesis de las microalgas afectando el perifiton y reduciendo la capacidad de las bacterias para procesar nutrientes y degradar materia orgánica, lo cual provoca desequilibrios en los ciclos bio-geoquímicos y afecta directamente la calidad del agua.

“La reducción del caudal impacta a los organismos microscópicos, y con ellos a los peces, aves y mamíferos como las nutrias, hasta llegar al ser humano”, señala Fabián Moreno Rodríguez, magíster en Gestión Ambiental Sostenible de Unillanos y candidato a Doctor en Biología de la UNAL.


El estudio también analizó los efectos de la extracción de piedras, especialmente en zonas del piedemonte con fuerte inclinación y golpeteo del agua, donde se produce oxígeno esencial para el perifiton. Esta actividad modifica la composición de bacterias y algas, sobre todo en temporada de lluvias.

Según la Agencia Nacional de Minería, el 81 % de las regalías por minerales en el Meta proviene de la explotación de materiales de construcción, a lo que se suma la expansión de cultivos como palma y arroz, cuyas prácticas intensivas contaminan y alteran el equilibrio ecológico.

Frente a este panorama, los investigadores destacan la importancia de conservar áreas no perturbadas como La Macarena y Ariari, que aún permiten estudiar la estructura y el funcionamiento natural de los ecosistemas. “Estos espacios son esenciales para comparar y entender el nivel de degradación en otras zonas y tomar decisiones informadas en conservación”, concluye el investigador Moreno.




miércoles, 14 de mayo de 2025

Editorial UNAL se consolidó como referente académico en la FilBo 2025

 Con más de 6.000 ejemplares vendidos, una ambiciosa agenda cultural y un proyecto editorial central que marcó la pauta, la Editorial de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) cerró con un balance positivo su participación en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FilBo) 2025.

Tras una edición que atrajo a más de 570.000 visitantes, la FilBo se consolidó nuevamente como el evento editorial y cultural más importante del país. En este escenario, la Editorial UNAL se destacó como uno de los principales actores del libro académico en Colombia, con un total de 6.063 ejemplares vendidos, cifra que iguala los niveles récord alcanzados en 2022.

Este año, con una propuesta gráfica liderada por la artista María Isabel Rueda, la Editorial ofreció una experiencia inmersiva alrededor de la Colección Orlando Fals Borda, desarrollada en alianza con la Biblioteca Nacional. Con 278 ejemplares distribuidos esta serie de 7 tomos encabezó el listado de ventas de la Editorial.

editorial, consolido, 

Además de esta colección, el catálogo incluyó títulos destacados como Memento mori: Intercambios entre la vida y la muerte, una novela gráfica basada en investigación en antropología forense que combina rigor académico con un lenguaje accesible; Black Feminism y Pereza para todos, todos entre los más vendidos en esta edición de la Feria.

El profesor Francisco Montaña Ibáñez, director de la Editorial UNAL, calificó el resultado como un hito. “Estamos recuperándonos de la caída de 2023 y 2024, y este año volvimos a los niveles de uno de nuestros mejores momentos”, afirmó. En 2023 se vendieron 4.676 ejemplares, y en 2024 apenas se superaron los 4.700.

Más de 100 actividades y una apuesta por la descentralización editorial

La participación de la UNAL en la FilBo 2025 fue mucho más allá de la venta de libros. La Universidad desarrolló una agenda con más de 100 actividades entre presentaciones editoriales, conversatorios, talleres y espacios de divulgación académica. Este esfuerzo se articuló con la red de 22 centros editoriales de las distintas Facultades y Sedes, visibilizando la diversidad temática y territorial de su producción editorial.

Facultades con una alta dinámica de publicación –como Ciencias Humanas, Derecho, Medicina y Ciencias Económicas– contaron con franjas completas de programación para presentar sus novedades editoriales y dialogar con el público. Esta organización descentralizada no solo facilitó la logística del evento, sino que además fortaleció la identidad colectiva del catálogo universitario.

“La Universidad entera trabaja para este evento durante los primeros cuatro meses del año. Hay un compromiso muy serio con la idea de que el conocimiento que se produce aquí debe ponerse al servicio de la sociedad, y el libro es una de las mejores maneras de hacerlo”, indicó el director de la Editorial UNAL.

Retos futuros: sostenibilidad, exhibición y coherencia editorial

Pese al balance positivo, la Editorial reconoce desafíos importantes a futuro. Uno de ellos es la sostenibilidad económica de participar en una feria de esta magnitud. Según el director Montaña, es necesario repensar el diseño del estand y buscar fórmulas que permitan amortizar los costos a largo plazo.

También se plantea mejorar la exhibición para dar mayor visibilidad tanto a las novedades como a los títulos del fondo editorial, es decir, aquellos publicados en años anteriores.

En el plano conceptual, el equipo ya trabaja en el proyecto central para la FilBo 2026. Aunque aún no se puede anunciar oficialmente, se anticipa que mantendrá la coherencia editorial y gráfica que caracterizó la muestra de este año.

El balance de la FilBo 2025 ratifica la importancia del evento como un espacio de encuentro, acceso y reflexión sobre la lectura en Colombia. Según los organizadores, más de 570.000 personas asistieron a la Feria, lo que confirma el interés del público por el libro y la cultura escrita.

En este contexto, el rol de las editoriales universitarias –y en particular el de la UNAL– resulta esencial. “Lo que vemos es que la ciudadanía está ávida de entender el conocimiento académico en otros lenguajes, en formatos asequibles, sin perder el rigor. Y esa es una de nuestras misiones centrales”, concluyó el académico.






martes, 13 de mayo de 2025

Desde los territorios, una ingeniería diferente empieza a cambiar el rumbo

 Desde la cosecha de agua lluvia en Sumapaz hasta los proyectos de agroecología en favelas de Brasil, o la programación en lengua indígena en Bolivia, una investigación doctoral desarrollada en la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) sistematizó 210 experiencias que muestran cómo la Ingeniería puede ser una herramienta para la justicia social, la sustentabilidad y la transformación de los territorios.

Se trata de las “Ingenierías Comprometidas”, un enfoque que articula conocimientos técnicos con justicia social, participación comunitaria y sustentabilidad, entendida no solo como el uso responsable de los recursos naturales, sino también como una práctica que busca preservar los vínculos culturales, sociales y ecológicos de los territorios. Este enfoque se construye en diálogo con el Buen Vivir, propuesta filosófica de raíz indígena que plantea una vida en equilibrio entre las personas, la comunidad y el entorno.

Esta visión fue desarrollada por Alexei Gabriel Ochoa Duarte, ingeniero mecatrónico y doctor en Ingeniería Industrial y de Organizaciones de la UNAL. En su tesis sistematizó 210 experiencias de 17 países de América Latina —de las cuales 120 fueron documentadas mediante 57 entrevistas directas—, incluyendo casos de investigación, extensión y docencia. Además realizó otras 13 entrevistas en el marco del proyecto “Ingeniería para la construcción de paz en Colombia: reflexiones, prácticas y futuro(s)”, enfocadas en el territorio colombiano, que permitieron sistematizar otras 23 experiencias.

“Tales experiencias demuestran que otra ingeniería es posible. Han sido impulsadas por estudiantes, docentes y colectivos que quieren construir soluciones con y para las comunidades, no imponerlas desde afuera”, señala el autor.

Crítica a la Ingeniería tradicional

El investigador Ochoa considera que históricamente la Ingeniería convencional ha estado vinculada al capital, la guerra y el modelo de desarrollo extractivista. “El ingeniero no ve más allá de lo técnico”, afirma, retomando la crítica de la académica estadounidense Donna Riley, referente en el campo de la educación en Ingeniería y promotora de enfoques con justicia social. “Se forma como un caballo con anteojeras: el pensamiento matemático se fortalece pero se descuidan las relaciones sociales, la comunicación, y el reconocimiento de otros saberes”.

Este tipo de formación, centrada en la eficiencia y el rendimiento, suele desconectarse del contexto real en el que se implementan sus proyectos. “La Ingeniería ha formado parte del problema en la crisis civilizatoria actual. El discurso del desarrollo, incluso con apellidos como ‘sostenible’, no ha transformado las causas de fondo: sigue justificando la explotación de la naturaleza en nombre del progreso”, advierte.

Del aula a la comunidad

La investigación destaca experiencias como Ingeniería Sin Fronteras Argentina, que ha trabajado en Buenos Aires en el diseño de espacios dignos para mujeres privadas de la libertad y en la construcción de una piscina comunitaria para niños de barrios populares. En Chile, la Universidad de Chile impulsa proyectos de energía y revitalización de lenguas originarias con comunidades mapuches, desde la Subdirección de Pueblos Indígenas.

En Brasil, el núcleo Sociedad, Territorio y Construcción de Conocimientos (Soltec), de la Universidad Federal de Río de Janeiro, trabaja con el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra en proyectos de agroecología y tecnologías libres para favelas. Se trata de un colectivo transdisciplinar que promueve la producción de conocimientos situados y la transformación social desde el diálogo entre saberes académicos y populares.

En Guatemala, el programa EPSUM, de la Universidad San Carlos, vincula a estudiantes de distintas carreras en un semestre de trabajo rural obligatorio, articulando sus conocimientos con procesos comunitarios. Esta iniciativa busca fortalecer la equidad social desde una perspectiva intercultural, abordando temas como el embarazo adolescente, la salud comunitaria y el cuidado de los manglares.

En Colombia, el Programa Especial de Admisión y Movilidad Académica (PeamaSumapaz, de la UNAL, permite que jóvenes rurales accedan a la Universidad y desarrollen proyectos con sus propias comunidades. Desde cosechar agua lluvia hasta proteger ecosistemas locales, estas acciones transforman tanto a las personas como al territorio. “La Ingeniería tiene sentido cuando se construye con las comunidades, no cuando se les imponen soluciones desde afuera”, enfatiza el ingeniero Ochoa.

Propuestas transformadoras

La tesis doctoral propone acciones concretas para que las Ingenierías Comprometidas se integren en los procesos de formación. Entre ellas destaca el rediseño de currículos para incluir metodologías basadas en proyectos reales con comunidades, fortalecer redes como la Red Colombiana de Ingeniería y Desarrollo Social, y promover el diálogo de saberes.

“Lo primero es reconocer que estas otras formas de hacer ingeniería también son ingeniería. Y eso exige voluntad institucional, apertura epistemológica y metodológica, y una mirada más crítica sobre el papel social del conocimiento técnico”, señala el autor.

También propone aprovechar los programas existentes para fortalecer estas prácticas, crear asignaturas con este enfoque y fomentar la participación activa de comunidades vulneradas en los procesos de formación, investigación y extensión.

En el contexto de la UNAL Sede Bogotá, el ingeniero Ochoa propone ajustar asignaturas como el Taller de Proyectos Interdisciplinarios (TPI), promover semilleros en diálogo con comunidades, y vincular experiencias como el Peama Sumapaz con esta visión crítica de la Ingeniería.

Otra ingeniería es necesaria

La tesis concluye con un modelo de análisis para evaluar cualitativamente el nivel de cercanía de estas experiencias con los principios del Buen Vivir. Este modelo considera aspectos como el origen  del proyecto, el vínculo con la comunidad, el empoderamiento logrado y el tipo de conocimiento que se activa.

“No se trata de conquistar el mundo, sino de hacerlo de nuevo, de otra manera, con otras lógicas. Y eso también es ingeniería”, afirma. Desde esa perspectiva, las Ingenierías Comprometidas no son una alternativa menor, sino una propuesta urgente para pensar el papel de la universidad pública y la educación técnica frente a los grandes desafíos del presente.

En palabras del autor: “como decía el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, ‘mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo’. Y eso es lo que ya está pasando en estas 210 experiencias. Solo necesitamos escuchar, reconocer y actuar”.

















/-





jueves, 8 de mayo de 2025

El fuego también deja huella en los escarabajos de la Orinoquia

 Los escarabajos estercoleros no solo reciclan excrementos: también dispersan semillas, airean el suelo y ayudan a controlar parásitos. Son piezas fundamentales en la salud del ecosistema. Por eso, su respuesta ante el fuego es un termómetro de lo que pasa en la naturaleza. Un estudio encontró que los incendios recientes en la Orinoquia colombiana afectan gravemente la diversidad y función ecológica de estos insectos.

Una de los aspectos importantes del estudio liderado por Carlos Julián Moreno Fonseca, investigador del Grupo de Investigación en Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), fue observar lo que sucede en los llamados bordes entre bosque y sabana, conocidos también como ecotonos.

“Se trata de zonas de transición donde se encuentran dos ecosistemas distintos: el bosque denso y húmedo y la sabana más abierta y seca. En estos puntos coexisten especies de ambos entornos, y aunque pueden parecer solo ‘franjas de vegetación’, son esenciales para la biodiversidad”, explica el candidato a Doctor en Ciencias - Biología.

Además, la investigación se concentró en las transiciones de bosque ripario, es decir aquellos bosques que bordean ríos y quebradas, y que progresivamente se convierten en sabana, a medida que se alejan de los cuerpos de agua. Estos paisajes mixtos ofrecen conectividad ecológica, albergan gran diversidad y son especialmente sensibles a perturbaciones como los incendios.

Una franja ecológica que merece atención

La investigación se realizó en dos reservas naturales del Vichada: Los Robles y Doña Ana. La primera enfrenta constantes presiones por entresacado de madera, caza furtiva y quemas no controladas. La segunda, en cambio, cuenta con un manejo más estricto, monitoreo de fauna y estrategias de control del fuego como quemas prescritas, que reducen el material combustible para evitar incendios incontrolables.

Allí se capturaron 25.768 individuos de 32 especies usando trampas de caída con cebo mezclado de origen humano y porcino, además de arenas experimentales para evaluar funciones ecológicas como la remoción de excremento, la bioturbación del suelo y la dispersión secundaria de semillas. El muestreo se hizo en tres hábitats representativos del paisaje orinoquense: sabana, ecotono (borde) y bosque.


“Queríamos ver cómo las presiones antrópicas y las medidas de conservación influyen en los resultados ecológicos tras el fuego. Encontramos que en las áreas con mejor conservación hay más escarabajos capaces de repoblar zonas quemadas”, menciona el investigador Moreno. Además, subraya que la conectividad entre hábitats favorece la recuperación ecológica.

Las presiones antrópicas se refieren a las alteraciones causadas por actividades humanas como la deforestación, la caza, el uso del fuego para abrir espacio en el paisaje natural y el aprovechamiento descontrolado de los recursos.

El estudio también identificó que los efectos negativos del fuego son más evidentes en sitios con incendios recientes y frecuentes. Sin embargo, en zonas que llevaban al menos 6 años sin incendios, la biomasa total se recuperaba notablemente debido a la proliferación de unas pocas especies muy abundantes.

“Esto indica una homogeneización funcional, es decir que el ecosistema empieza a depender de menos especies, lo que lo hace más frágil ante futuros cambios”, advierte.

Funciones que no se recuperan fácilmente

Si bien especies pequeñas lograron mantener funciones como la remoción de excremento, otras como la dispersión de semillas grandes y la bioturbación profunda se vieron afectadas por la ausencia de escarabajos de gran tamaño.

“Los grandes rodadores fueron los más impactados. Algunos ni siquiera se encontraron en los sitios más afectados”. En cambio, especies como Uroxys cf. brevis y Digitonthophagus gazella –esta última introducida desde Australia– mostraron alta resistencia.

Según el experto Moreno, D. gazella podría estar desplazando a especies nativas en áreas alteradas debido a su rápida reproducción, capacidad para detectar excremento ganadero y alta tolerancia al fuego.

El estudio concluye que conservar bosques, sabanas y ecotonos es fundamental para que los escarabajos puedan recolonizar áreas degradadas. Además, propone medidas concretas: gestionar el fuego con inteligencia, implementar quemas prescritas, crear barreras cortafuego y educar desde edades tempranas sobre el impacto de los incendios.

“El fuego hay que entenderlo, pero de manera consciente y planificada. Los escarabajos nos están mostrando eso”, afirma. También recalca que estas estrategias deben aplicarse tanto en áreas protegidas como en zonas productivas, y que deben incluir educación ambiental desde la infancia.

La investigación, publicada en la revista Biology, pone sobre la mesa la necesidad urgente de integrar a los insectos en las estrategias de conservación y restauración ecológica en regiones altamente vulnerables al fuego como la Orinoquia.

Además, propone usar a los escarabajos estercoleros como bioindicadores: su presencia, abundancia y diversidad funcional ofrecen pistas valiosas para monitorear la recuperación ecológica y diseñar estrategias de manejo del fuego más sostenibles.




 


miércoles, 7 de mayo de 2025

Residuos incinerados se transforman en materiales de construcción en San Andrés

 Reducir residuos, producir energía, y al mismo tiempo pavimentar vías con materiales reciclados ya es una realidad en San Andrés. Investigadores transformaron las escorias de una planta de incineración en adoquines, bloques y mobiliario urbano, reduciendo hasta en un 80 % los costos de materiales y fortaleciendo la autosuficiencia constructiva del Archipiélago.

La isla de San Andrés enfrenta grandes desafíos ambientales y logísticos: todos sus materiales de construcción deben ser importados, y el manejo de los residuos sólidos urbanos es limitado por su condición insular. El relleno sanitario Magic Garden, que funciona como sitio de disposición final desde hace más de 30 años, ha recibido cerca de 500.000 toneladas de desechos, según estimaciones basadas en la población fija y flotante (turistas) del Archipiélago.

La etapa actual del relleno (zona 5) llegó a su capacidad máxima en octubre de 2019, pero continúa operando, lo que representa un riesgo latente para la población y para el frágil ecosistema de la Reserva de la Biósfera Seaflower.

En la búsqueda de soluciones para disminuir el alto volumen de residuos y diversificar la matriz energética insular —actualmente 100 % dependiente del diésel—, en 2013 se construyó la planta de generación eléctrica a partir de residuos sólidos urbanos (Planta RSU). Esta procesa entre 50 y 80 toneladas diarias de basura preprocesada, pero también genera entre 8 y 10 toneladas diarias de remanentes de combustión, entre ellas escorias, cenizas y sales cálcicas, cuyo manejo técnico y ambiental no había sido claramente establecido.

Ante este panorama, un proyecto desarrolló un modelo innovador para aprovechar estos residuos de la incineración. La iniciativa fue liderada por la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín y la Empresa de Energía del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (EEDAS SA), en alianza con instituciones locales y nacionales como el Laboratorio del Campo, la Universidad del Cauca, la Cámara de Comercio y comunidades locales.

El proyecto —financiado con recursos del Sistema General de Regalías— planteó soluciones técnicas, ambientales y sociales para convertir remanentes de combustión en nuevos insumos útiles para la Isla.

“El reto era doble: por un lado, reducir el volumen de residuos acumulados, y por otro buscar una aplicación útil y sostenible que beneficiara directamente a las comunidades locales”, explica el profesor Óscar Jaime Restrepo, coordinador del proyecto e investigador del grupo Observatorio ÍGNEA de la UNAL Medellín.

Resultados que pavimentan el cambio

El proyecto empezó con la identificación de los residuos generados por la planta de incineración. A partir de un riguroso protocolo de muestreo y análisis en los laboratorios de la Facultad de Minas se caracterizaron tres tipos principales de remanentes: escorias (o cenizas de fondo), cenizas  volantes y sales cálcicas. Cada una de estas fracciones fue estudiada para determinar su composición fisicoquímica y mineralógica, su potencial de aprovechamiento y su impacto ambiental.

Los resultados de esta caracterización les permitieron al equipo desarrollar diferentes mezclas para la fabricación de materiales como adoquines, bloques de cemento, mobiliario urbano y pavimentos de concreto.

Estas mezclas fueron validadas primero en laboratorio y luego en pruebas de campo realizadas directamente en la Isla, siempre con participación activa de la comunidad y proveedores locales.

Entre los hallazgos más destacados están los ahorros de hasta el 80 % en costos de arena y 61 % en agregados triturados, comparados con los materiales tradicionales que deben ser importados desde el continente. Además, los productos desarrollados cumplen con la normativa técnica nacional y demostraron buen desempeño estructural en condiciones reales de uso.

Prototipos como sillas, adoquines de colores y un tramo de vía pavimentada en una zona comunitaria muestran la aplicabilidad de los resultados.

“Nosotros partimos de la premisa de que la ingeniería no puede ser solo técnica; tiene que ser sociotécnica. No se trata solo de transformar materiales, sino de construir soluciones con la gente, que respondan a su entorno y a su cultura”, afirmó el profesor Gustavo Viana, investigador de grupo ÍGNEA.

En ese sentido, la comunidad raizal de la Isla jugó un papel clave en la definición de usos, diseños, colores y lugares de aplicación. El enfoque participativo garantizó la pertinencia de las soluciones y fortaleció la apropiación local del proyecto.

Además de mitigar el impacto ambiental de los residuos de incineración, el proyecto Green Ashes plantea un modelo replicable en otros territorios insulares con problemas similares de gestión de residuos y abastecimiento de materiales. La articulación entre academia, gobierno, empresa y comunidad demuestra que es posible construir alternativas sostenibles desde la ciencia, con impacto real y transformador.













viernes, 2 de mayo de 2025

ESTUDIANTES DE BUENAVENTURA PROMUEVEN EL CUIDADO DEL RECURSO HÍDRICO

 CUIDAR EL AGUA ES CUIDAR LA VIDA

Cuidar el territorio, especialmente las fuentes de agua que abastecen a la comunidad del Cajambre, es la estrategia de la Institución Educativa José Acevedo y Gómez, sede José Joaquín Caicedo y Cuero, en Buenaventura, la cual consiste en generar conciencia sobre el uso responsable de los residuos sólidos, la recuperación del entorno natural y el fortalecimiento del vínculo entre los estudiantes y su territorio.

“Hacemos brigadas de aseo, recolección de residuos y jornadas de socialización con los padres de familia para fomentar el buen uso de los desechos. Si los residuos terminan en el río, nos afectamos todos, por eso trabajamos desde casa, escuela y comunidad en puntos de recolección para conservar nuestras fuentes hídricas”, explicó Nayibe Caicedo, docente de la institución y una de las impulsoras del proyecto.

Pero no se trata solo de limpieza, ya que el enfoque del Prae también abarca procesos educativos integrales, donde el área agropecuaria cobra un papel fundamental. Desde preescolar hasta grado once, los estudiantes participan en la creación y mantenimiento de huertas escolares en las zoteas, promoviendo así el manejo y la conservación de plantas nativas y comestibles.

 La metodología de las zoteas productivas ha sido clave en el fortalecimiento del sentido de pertenencia. Además de aprender sobre cultivos, los jóvenes se apropian de su territorio y desarrollan habilidades sostenibles que trascienden lo escolar.

 

“El trabajo ha sido bien recibido por los estudiantes, quienes aplican lo aprendido en sus hogares. En el día a día, vemos cómo las actividades tienen impacto real: más conciencia, menos residuos, más compromiso”, añadió Nayibe.

 El proceso incluye también la reutilización creativa de materiales reciclados, transformándolos en herramientas para sembrar, elementos decorativos y objetos útiles. Cada acción está diseñada para que los estudiantes comprendan el valor del agua y sobre cómo sus decisiones pueden proteger o deteriorar su entorno.

La CVC ha acompañado de activamente al proceso. A través de capacitaciones, asesoría técnica y seguimiento continuo, se ha brindado soporte a las iniciativas del colegio, fortaleciendo su alcance e impacto.

 “La importancia y el impacto de las actividades del Prae radican en la reducción de residuos sólidos y, por ende, de la contaminación del río. Hemos visto cómo la comunidad se ha concientizado y participa en las jornadas”, expresó Paola Andrea Díaz Ramírez, funcionaria de la CVC.

El Prae de la Institución Educativa José Acevedo y Gómez se ha convertido en un modelo de educación ambiental participativa y contextualizada. El trabajo coordinado entre docentes, estudiantes, familias, la comunidad y entidades como la CVC demuestra que es posible sembrar conciencia, cosechar compromiso y construir un futuro más sostenible desde la escuela.