La minería ilegal, la tala descontrolada y los cultivos ilícitos están causando estragos en los ecosistemas de esta región, reconocida por su biodiversidad única que reúne 180 especies de mamíferos, 790 de aves, 190 de reptiles, 140 de anfibios y 108 tipos de vegetación con un rol crucial en la captura de carbono. Por eso es relevante que la XVI Conferencia de las Partes (COP16) del Convenio sobre la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas se esté realizando en Cali (Valle del Cauca), una de sus capitales.
El Chocó biogeográfico se define como un enorme corredor que
se extiende desde la mitad de Nicaragua hasta el norte de Ecuador y que alberga
no solo una gran variedad de flora y fauna, sino también de ecosistemas como
los manglares, bosques de llanura y ríos que durante siglos han sustentado a
las comunidades afrocolombianas y locales.
Su vegetación es tan única en el planeta, que científicos
como el profesor Jesús Orlando Rangel, del grupo de investigación en
Biodiversidad y Conservación del Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la
Universidad Nacional de Colombia (UNAL), no lo piensa dos veces para asegurar
que estos ecosistemas representan un verdadero tesoro biológico.
“Las formaciones de bosque en esta área son inigualables. No hay nada comparable en Asia, África o Australia”, asegura el profesor Rangel, y explica que “así como la vegetación de la Amazonia ha sido fundamental para restaurar las zonas afectadas en Brasil y otros países, el norte del Chocó desempeñaría un papel esencial en la regeneración de ecosistemas deteriorados, incluso en otros países”, dijo en el reciente ABC de Periódico UNAL dedicado al Chocó biogeográfico.
Sin embargo, casos como el catival –una formación vegetal en
la que predomina el cativo, conformado por árboles de gran altura– han
disminuido debido a la explotación industrial. Para dimensionar la magnitud de
estas afectaciones, en el norte, el área deforestada es de casi el 11 % de
la vegetación original, en el centro alcanza un 50 % y en el sur un
34 %.
Esta situación ha sido muy distinta en el sur, pues allí
–donde se sitúan San Juan y Buenaventura– tenían como medio de subsistencia los
bosques de sajo, que fueron diezmados por la sobreexplotación.
Otro caso alarmante en relación con la explotación en este
territorio es la cruel utilización de los manatís para alimentar a los
trabajadores de los campamentos de explotación maderera y minera. “Más o menos
unas 9.000 toneladas subían por todos los ríos cada mes para alimentarlos”.
Y aunque el perfil de los explotadores ha cambiado, el
profesor Rangel enfatiza en que aún persiste la presión sobre los recursos
naturales del Chocó, lo cual agudiza los efectos del cambio climático.
“Tanto una reforestación bien dirigida como el apoyo a las
comunidades locales permitirían una recuperación significativa del ecosistema.
Sin embargo, las decisiones políticas no siempre han acompañado las
recomendaciones científicas”, asegura el profesor Rangel.
La UNAL, por ejemplo, ha realizado un papel importante en la
investigación del Chocó y en la formación de profesionales capacitados para
trabajar en la región. Desde los años 80 ha colaborado en proyectos de
conservación en áreas críticas, como la isla Gorgona, donde se ha protegido una
porción de la biodiversidad característica del Chocó.
“Fuimos y trabajamos en esta área excepcional, que es un
paraíso. En el Chocó tuvimos durante mucho tiempo la cultura de la extracción
artesanal de los minerales preciosos: oro y platino. El asunto es que cambien
lo artesanal con la parte mecánica”.
Por eso enfatiza en que es urgente que el Gobierno
implemente políticas que les brinden incentivos económicos a las comunidades
para que puedan conservar el bosque.
“No podemos pedirles que protejan la naturaleza si eso
significa que sus familias pasarán hambre. Necesitamos un cambio de enfoque que
reconozca que la conservación también puede ser una fuente de ingresos”,
expresa.
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