El primer mapeo sobre concentraciones de mercurio en aves migratorias de Colombia, Perú y Belice evidenció que su presencia en sangre y plumas supera hasta cuatro veces los niveles normales, un resultado alarmante si se tiene en cuenta que este metal pesado es uno de los más utilizados en la extracción de oro, y por lo tanto uno de los mayores contaminantes de los ecosistemas de las zonas mineras de América Latina, como ríos y quebradas.
“A vuelo de pájaro”, así se le dice popularmente en el país
a algo que está pasando muy rápido, y aplica muy bien para lo que está
sucediendo con el mercurio en zonas como la Ciénaga de Ayapel, ubicada en
Córdoba, un complejo de extensos lagos y humedales que tal vez son uno de los
recursos hídricos más importantes de Colombia, y que tiene al manatí como su
especie insignia.
En sus aguas mansas se posan hermosas aves como el martín
pescador verde (Chloroceryle americana), cuyo nombre le hace honor a los
matices verdosos de sus plumas, que contrastan con una especie de naranja o
amarillo en la parte de arriba de su pecho. Se encontró que esta especie tiene
en su sangre alrededor de 5,3 microgramos sobre gramo (mg/g) de mercurio, una
cantidad que excede con creces la normativa estipulada de 1 mg/g.
Así lo determinó una investigación que cruzó las fronteras,
como una migración del conocimiento que va y vuelve, y que reunió a nueve
países de Centro, Suramérica y el Caribe, regiones que componen el neotrópico.
Entre ellos, Colombia tuvo la representación del investigador Sebastián Tabares
Segovia, del Semillero Ecotoxicología Medioambiente y Sociedad de la
Universidad Nacional de Colombia (UNAL).
“Se reunió la base de datos más grande hasta el momento
sobre concentraciones de mercurio en aves de esta región, un esfuerzo sin
precedentes ya que solo se conocían datos de Estados Unidos, país que ha
identificado los efectos sobre las aves de dichas concentraciones”, asegura el
biólogo.
En el estudio se identificaron tres consecuencias en aves en
distintas regiones de Norteamérica y que también estarían relacionadas con las
concentraciones del territorio colombiano, pues las aves migran a lugares como
Chocó, Caquetá o Antioquia y terminan quedándose porque el metal pesado daña su
“GPS” natural, o incluso, en vez de volver a su hogar, llegan a países como
Argentina.
En especies como el conocido cucarachero de Carolina (Thryothorus
ludovicianus) se ha evidenciado la pérdida de hasta el 10 % de su
nidada, es decir de los huevos que tienen en el nido; por otro lado, en
especies marinas como el gran bribón (Gavia immer) o el charrán de
Forster (Sterna forsteri) hay problemas en la simetría bilateral, lo que
significa que sus alas no desarrollan bien.
Estos animales se alimentan de peces pequeños en ríos y
quebradas, y aunque aún no se conocen las especies específicas, el investigador
asegura que su estudio se debe hacer pronto, pues su consumo puede poner en
riesgo la salud humana.
El trabajo de campo tenía que ser tan rápido y ágil como
estas aves; para ello se ponía una red de niebla –de nailon o poliéster– en los
puntos de muestreo, sostenida por tubos de aluminio anclados a árboles cercanos
o al suelo, un método muy utilizado para capturar a estos animales. Después de
capturarlos, y con el mayor de los cuidados, se realizaron las pruebas de
sangre y se tomó una muestra de sus plumas.
“Las pruebas se enviaron a algunos laboratorios del
Biodiversity Research Institute, en Estados Unidos, y con resonancia magnética
nuclear y espectrometría de masas con plasma acoplado inductivamente, se
obtuvieron las concentraciones”, explica el investigador.
En estas zonas la mayor parte de la minería de oro la hacen
grupos al margen de la ley, que –según el biólogo– mantuvieron estricta
vigilancia sobre lo que midieron los investigadores en el trabajo de campo.
Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, la explotación
ilícita de este recurso aumentó en Chocó, Antioquia y Nariño, con hasta un
73 % de la minería de oro ilegal.
“Un factor preocupante y que hay que seguir estudiando es el
metilmercurio, tal vez no tan conocido pero que es todavía más letal y difícil
de eliminar que el mercurio, y que aún es un problema sin descifrar en los
lechos de los ríos, en donde algunas bacterias transforman el metal y lo
combinan con carbono”.
Fruto de la investigación se escribió un artículo para la
revista internacional Ecotoxicology, que se se puede leer completo
en el siguiente enlace:
https://link.springer.com/article/10.1007/s10646-023-02706-y
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